Página de 'El Ruedo' con el artículo. |
La revista ‘El Ruedo’ publicó en 1.945 el artículo ‘El aviso’ firmado por Rafael Gómez ‘El Gallo’. El texto se reprodujo años después, concretamente en 1.984, en el número 3 de la magnífica y recordada cabecera ‘Quites entre sol y sombra’ que editaba la Diputación Provincial de Valencia. Así veía el Divino Calvo este recordatorio:
“En eso de los avisos y las broncas hay mucha historia y mucha leyenda. El aviso no tiene razón de ser, por ningún aspecto que se le mire. Hay toros donde los avisos se ven desde el primer muletazo. Y otros toros que se le ven venir y se está muy a gusto con ellos, y ni aviso ni nada. Quiero decirles que el aviso no se lo dan a un torero porque sea malo o porque el toro sea de mucho peligro. Que esto del aviso se podía suprimir y la fiesta no perdería nada con no tenerlo.
Yo me acuerdo –hace ya muchos años- que toreaba una tarde en Madrid Luis Mazzantini. Alternaba yo con don Luis. Y siendo, como era, don Luis tan buenísimo torero, cuando el alguacil lo buscaba por el callejón –ya sabe usted, amigo, que en Madrid los avisos los daba el alguacil- para darle las señas con los dedos, vio Mazzantini que le enseñaba un dedo, como diciendo que era ya el primero. Y don Luis lo miró y dijo por lo bajo:
- ¿Y por qué no me da ya el tercero? Si ya es igual.
Firma del autor |
Y es que, oiga usted, amigo, cuando un toro se pone pesado, no lo mejora nadie. A mí, particularmente, los dos toros más malajes, con los que más he trabajado en mi vida de torero, fueron: uno de López Navarro, en Madrid, y otro de Murube, que se me fue, en Barcelona, vivito a los corrales… ¿Y qué? ¿Adelantó algo el presidente con tenerme allí hasta que se los llevaron para adentro? Y el público, ¿qué? Lo que pasa, cuando los presidentes le dan a uno más tiempo a ver si puede con el toro, es que el público se pone a gritar con más fuerza; y el presidente, más nervioso; y el torero, que más vale que se lo tragara la tierra.
Yo suprimiría los avisos. Pondría –qué sé yo- una especie de señales para que el espada se comunicase con el presidente. Y se dijeran entre los dos ‘lo que hay’ cuando un toro está pesado. Y ‘lo que hay’ es que lo mejor es que se lo lleven al corral, porque cuando llueven los pinchazos no los para nadie.
Yo recuerdo que aquel toro, de Murube, estaba duro como el hierro. Le entraba por el cuello, por los costillares, por las patas, el rabo, por todos lados, y allí no entraba la espada. Estaba duro como una piedra de esas del tiempo de los mamuts.
Lo que hay que hacer es lidiar, torear. Pero sabiendo para lo que sirven los capotes de brega. No tener en la frente metido el cortijo y el coche y los guantes de cabritilla y el paseo por las calles del centro. Tener delante el toro, que es el enemigo. Torearlo, y si luego vienen los pinchazos y a usted, amigo, le tocan un aviso, mala suerte. Es que el toro se ha puesto como el hierro.
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