domingo, 20 de agosto de 2023

'MUERTE Y FUNERAL DE JOSELITO EL GALLO, UNA EFEMÉRIDE SENTIMENTAL'

 El 1 de julio de 1937, en el número 18 de 'Mi revista', Enrique López de Alarcón firmó el siguiente artículo titulado 'Muerte y funeral de Joselito el Gallo, una efeméride sentimental':


EI 16 de mayo de 1920 muere en la plaza de toros de Talavera José Gómez Ortega («Gallito») EI toro Bailador (sic), lidiado en quinto lugar. procedente de la ganadería de la viuda de Ortega, le echa mano, como suelen decir los flamencos, al diestro famoso y lo asesinó.

EI ganado. de poca sangre, obligaba a llevar la fiesta lánguida y sin incidentes notables. La plaza estaba llena. porque acudió medio Madrid a Talavera, abandonando el circo de la carretera de Aragón, donde se corría la de Beneficencia.

Joselito había toreado en Madrid el día de San Isidro. No tuvo una tarde feliz, EI público de la fiesta encontró al ídolo apático, indolente; lo juzgó frío y lo acusó de cobarde. Algunos espectadores. desafectos, llegaron a arrojar almohadillas al ruedo. y una de ellas. arrojada con más tino, al rostro del famoso torero que — sin disculparse, sin perderle la cara a un toro que no que-ría morirse — mordía la soberbia de cien tardes triunfales y de miles de aclamaciones y de salidas en hombros.

EI público, hosco y cruel, le echaba en cara los honorarios crecidos, los millones cobrados en lucha con la muerte; al público le enojaba la maestría, la juventud, el vigor y el arte de que veía dotado a su ídolo de ayer. Lo acosaba y lo vejaba, con voces y denuestos, y lo escarnecía y le deseaba la muerte.

- Déjate que te coja -aulló una voz salida del tendido.

El camino de la plaza a la casa del diestro, en la calle de Arrieta, al otro extremo de Madrid, fue un velatorio. Nadie despegó los labios. La cohorte que acompañaba ordinariamente al diestro era más corta que nunca.

Parrita, el mozo de estoques de José, que hacía también funciones de administrador, de secretario y de apoderado, apenas soltó el fundón de los estoques y la sera de los capotes, salió andando a decir a Retana -gerente de la Empresa - QUE JOSÉ NO PISARÍA MÁS EL RUEDO DE LA PLAZA DE MADRID. Parrita, el simpático biógrafo del gran Joselito el Gallo, no pensaría, de cierto, en que la frase con que le quitaba el sueño a Retana había de ser trágicamente exacta, tan definitivamente implacable.

La brutal maldición del espectador sanguinario que gritaba en el tendido y la sentencia melancólica del fiel mozo de espáas de Jose... las dos fueron cumplidas del modo inexorable y casi en el mismo día en que fueron pronunciadas. 

- Ya está -musitó Parrita al volver a entrar a la alcoba donde José, friccionado de perfumes caros, pijamas de seda, caftán de felpa, cejijunto y remiso -remusgaba la desazón de la tarde adversa.

- Dile a Corrochano que mañana vamos a Talavera a matar la corrida de Ortega. Avísale a Ignacio y a Blanquet y que Matías Lara salga con Rafael en Madrid. Yo no toreo más aquí.

¡Y no toreó!

La tragedia de Talavera

Al día siguiente en Talavera, Bailador (sic), el quinto de la tarde, pasó a manos de José tardeando, avisado y con la cabeza suelta. En un pase por alto desarmó al espada. José se puso a apañar la muleta; el toro se la arrancó gazapeando, José no pudo irse y Bailador lo  prendió por el muslo, donde le dio un puntazo y lo echó al alto; lo recogió en el aire y le caló el vientre de un cornalón hasta la cepa.

Visto y no visto. Ignacio y Blanquet entraron como centellas al quite, Ignacio, a cuerpo limpio, levantó en sus brazos el cuerpo de su amado maestro y lo condujo a la pieza donde debiera haber estado la enfermería. Lo depositó sobre la lona de un catre de tijera. —Me ha matao, Ignacio —murmuró. Y luego, a poco—: ¡Que venga Mascarell!

Ignacio Sánchez. Mejías, el torero más valiente que ha habido, bajó a la arena, limpiándose las lágrimas a puñados. y dio muerte a Bailador entre las protestas del público, arrepentido de haber presenciado tan horrible tragedia: el coloso de la torería, muerto en la plaza de un pueblo por un toro de media sangre.

Después del final de la corrida triste, al subir Mejías y Blanquet y los otros toreros, y las asistencias de la plaza; al irrumpir los amigos del diestro y los aficionados, en un tropel de sollozos contenidos y de palabras entre dientes, el gran torero Joselito había muerto. solo. sin haber recibido el auxilio de la ciencia médica y sin que estallase sobre su frente el beso amoroso de nadie.

Se fue sin despedida, bruscamente como quiso el Destino, corno pedía el espectador bestia del tendido de Madrid. Su arte no había tenido más que mieles para él; el mundo, halagos. y la Fortuna propicia le prodigó en su corta vida de hombre y de artista todos los dones que pudiera imaginar la fantasía. Y murió corno el más misero de los mortales.

Ignacio y Parrita cubrieron el cadáver semidesnudo de José, no con el capotillo de paseo, sino con una burda manta. complemento y tapijo del catre donde yacía el cuerpo; el cuerpo esbelto, joven, atlético, que venia de la arena del circo con las entrañas destrozadas. deshechas como si hubiera parido a la propia Muerte y por la reguera de su sangre brotada de las carnes rotas se hubiera dado a luz en el plano de la Inmortalidad.

Rafael, loco de pena

La noticia  infausta llegó a Madrid con la rapidez del rayo y en alas del viento se expandió a toda España.

Rafael el Gallo gritó su desgarrado dolor fraterno con palabras arrancadas de las estrofas de Federico el Grande entre los poetas que han cantado la pena popular a compás de fragua en estilo de martinetes. Rafael, que había salido en la plaza de Madrid con varia fortuna, apenas se desnudó a tirones el vestido de torear pidió el 'Hispano' y salió a toda marcha hacia Talavera.

Fruncidos los gruesos labios rasgados, en un mohín de dolor; adormilados los grandes ojos, la gorrilla de través sobre la lívida calva de cera, afiladas las facciones por la emoción y la inquietud, Rafael, dentro del coche lanzado a toda marcha, mordía las leguas en la siringa de su habano. Al divisar la ciudad bañada por las últimas luces del tramonto moroso de mayo, que arrancaba reflejos lunáticos a la loriga del río fatídico diez veces padre de la Muerte..., dio un grito junto a la bocina:

-¡Para!

El coche derrapo cien metros con las cuatro ruedas presas en los potentes frenos.- Vuelve, por tu salud. Vuelve pa Madrid. Es mentira, es mentira. Mi hermano no ha muerto. José no puede morir, porque José es el más grande. ¡Tira pa Madrid!

Y recostado en el muelle respaldo lloraba de un deseo irreparable de ver a su hermano y abrazar sus despojos y saber de él y verlo por sus ojos. Y sollozaba, camino de Madrid, con una pena cordial infinita, retornando a Madrid a cien kilómetros por hora.

Injerto en el tronco de Faraón

La señá Gabriela Ortega. viuda de señor Fernando  el Gallo, había sido tronco. emblema y patrona de una tribu de toreros y de flamencos de Chipén. Señor Fernando fue,  amén del maestro de Rafael Guerra, el primer banderillero de su tiempo. y la señá Gabriela estaba emparentada con los Ortegas y los Monges, con los Heredias y los Montoyas. es decir, la flor de la gitanería que hace palmas y lleva el son del latido de la Andalucía baja. Así se explica que en el solar de la huerta de Gelves donde el señor Fernando cuidaba y enfurecía a sus homónimos los gallos de pelea nacieran siete hijos. los tres varones toreros y las hembras, casadas con toreros bravos y de trapío. La menor de ellas, Dolores, casó con Ignacio Sánchez Mejías después de varios incidentes muy de panderetas. —¿Cómo se va a casa ese pimpovo de mi Lola con un payo que es banderillero de un diestro de Bilbao?

Ignacio Sánchez Mejías, que entre otros motivos, conquistó la celebridad porque como ya dije, fue el torero más valiente que ha existido, procuró con todas sus fuerzas, que no eran cortas, honrar la memoria de su hermano. Fundó, presidió y protegió el "Club Gallito" y dos años después dio remate a la idea de levantar un monumento que perpetuara la memoria de José en mármol y en bronce como ya se mantenía perenne en el alma y en el recuerdo del pueblo andaluz. Mariano Benlliure, con singular acierto, dio fin a la obra, pieza escultórica que se ha hecho merecidamente popular no sólo por el objeto que celebra y conmemora. sino por el acierto con que está concebida y rematada.

Al regresar Mejías de viaje a Méjico recibió el monumento y fue preciso buscar lugar donde emplazarlo. Coincidió esta fecha con la del segundo aniversario de la tragedia y el Club Gallito organizó una velada en el teatro de Cervantes, de Sevilla. para el 16 de mayo de 1922.

¡Palabras, palabras, palabras...!

El día nueve se presentó Ignacio en el saloncillo del teatro Español donde yo, a la sazón, prestaba mis valiosos servicios. (Dispénseme, lector, este parrafito tan macarrónico. pero yo, cuando hablo de mí,. me acharo y digo más tonterías que de ordinario.)

—Mañana nos vamos a Sevilla, donde vas a pasar conmigo una semana. El día 16 es el aniversario de José; Benlliure entrega el monumento que es una maravilla. ¡para mi! Y yo necesito hacerle a Joselito un funeral poético, si es posible, superior al otro mausoleo. Ven y hazlo tú...y hazme ese favor.

EI discurso de mi amigo el torero, que a la postre fue más desgraciado que todos, tornaba un giro que yo no tenia más remedio que atajar.

—Dame una cerilla — le dije, para encender un "seto's" que me había alargado, sin duda con ánimo de anestesiarme para que le otorgase mi consentimiento.

Detrás de la voluta del humo de color de ónice, levanté los ojos y me tropecé con los retratos del duque de Rivas. de Fernández y González, de Zorrilla.  Algo debió notarme Ignacio en la cara, porque barbotó:

—¿Qué tonterías estás pensando ahí?

i Nada! ¿Nos vamos en el tren o en tu coche?

Al día siguiente, en el expreso de las nueve, salimos para Sevilla.

En la noche del 16 de mayo de 1922 se celebró la velada con el buen éxito que era de suponer. En la velada leí los versos que exigió de mí en Madrid, a la sombra propicia de los grandes románticos españoles, el torero más valiente que ha habido en España, porque se arrimaba al toro con el entendimiento.


Funeral de «Joselito»


Esta luna gentil de Primavera,

tranquila y placentera,

que quiso vibrar, cairel y broche

del capote de lujo en que Ia noche

esquiva y huye la humedad de Mayo. _

Esta luna tranquila y placentera,

mujer al fin, se remilgó la falda.

bajó taconeando por la acera

y recostada al pie de la Giralda

habló al Guadalquivir de esta manera:

—¿Qué hiciste de mi amor? Aunque me alfombres

la tierra de las flores bonitas,

aunque ampares mi espalda

con un manto de luz y la esmeralda

por siempre me rodee... Si al fin me quitas

al más dulce y amado de los hombres

me tendré que morir. Di, padre río,

¿dónde fuiste a ocultar el amor mío?

Betis enmudeció; los ruiseñores

cesaron de cantar v contuvieron

su risa de cristal de los atanores

y lívidas las flores

y rígidos los tallos, no mecieron

sus cuerpos a compás y no esparcieron

su  tesoro de aromas y de olores

y el campo tumba fue, cuando supieron

¡ay, ojos que lo vieron!

la muerte del amor de sus amores.

Lleva el Guadalquivir llanto en sus ondas:

cimbreándose, curva, entre las blondas

gime haciendo pucheros la mantilla.

EI tornavoz del puente de Triana

publicó la espantosa pesadilla

y Córdoba, sultana.

y Ronda —la moruna, la serrana-

plañen por el torero Maravilla.

hijo infeliz de la fecunda hermana

orgullo y prez de la sin par Sevilla.

Lloran ante las rejas, los bordones

reprochando el hipar dc las falsetas,

v lloran, al pulsar, los corazones,

los sonajeros de las panderetas,

los chinos de marfil de los mantones

los calados de luz de las peinetas

y lloran al pasar las procesiones

los dardos de piedad de las saetas

férvidas, musicales oraciones

que junta en sus viriles diversiones

con la gracia sutil de los estetas

la bravura feroz de los leones.

Ven, pasajero, dobla la rodilla,

que en la Semana Santa de Sevilla

porque ha muerto José este año estrena

lágrimas de verdad la Macarena.


Colofón

Estos versitos tuvieron la singular fortuna de satisfacer por completo a mi amigo. Yo con esto me quedé contento, porque Ignacio, que no tenía vocación de flamenco — como ya adivinó zahorí la señá Gabriela Ortega—, tenía, en cambio, una formidable aptitud de escritor. EI talento sirve para todo: lo mismo para poner el par de la mariposa que para escribir una novela o un drama. Lo que ocurre es que la gente no quiere que esto sea así. Por empeñarse en demostrarlo del modo más patente, Sánchez Mejías, en vez de escribir las obras que ya tenia imaginadas, se dejó coger de un toro en la plaza de Manzanares la tarde del 10 de agosto de 1934. Y murió, después de una agonía espantosa, en que él quiso espantar a la muerte, en la noche del día diecinueve.

Ignacio fue sepultado en el mismo panteón de Joselito. Reposan ambos allí, tan cerca el uno del otro como estuvieron la noche mortal con que obscureció en Talavera el día 16 de mayo de 1920.

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