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RAFAEL ALBERTI |
La Gracia Toreadora no es un título original, ¿para qué habiendo
versos insuperables? Forma parte de un poema, Joselito en su gloria, escrito por Rafael Alberti (El Puerto de
Santa María, 1902-1999) en mayo de 1927 en Sevilla. La composición tiene una
historia curiosa. Sánchez Mejías montó en la ciudad hispalense un homenaje al
que fue su cuñado e invitó a un grupo de escritores e intelectuales, entre
ellos al joven Alberti. En esa época se cumplía el tricentenario de la muerte
de Luis de Góngora, al que los nuevos poetas españoles admiraban. Cuenta Rafael
en La arboleda perdida, su libro de
memorias: “Poco antes de la fecha del
centenario, me llamó a Sevilla. Se celebraba el séptimo aniversario de la
trágica muerte de Joselito. Del tren, me trasladó a un cuarto del Hotel
Magdalena, encerrándome con llave, mientras me advertía: No comerás ni beberás
hasta que escribas un poema dedicado a José. La Velada en su honor es esta
misma noche. En el Teatro Cervantes. Unas horas más tarde recuperaba yo mi
libertad, leyéndole a Ignacio “Joselito en su gloria”, cuartetas muy sencillas
que repetí en la fiesta, entre los oles y ovaciones de un frenético público
compuesto de gitanos y gentes de la torería devotas del espada...”.
El escritor peruano Felipe
Sassone (Lima, 1884 - Madrid, 1959) fue testigo directo de la velada y en el periódico ABC publicado el martes 24 de
mayo del mismo año firmó el siguiente artículo. Sin citar el título, califica
el poema como “unas redondillas
preciosas, modernas por la sensibilidad y clásicas por la medida, llenas de
gracia infantil y doliente”:
LITERATOS Y TOREROS
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FELIPE SASSONE |
He sido por unas horas huésped
accidental y agradecido de Sevilla, bajo sus aromas de Mayo, claveles y
jazmineros, y un lejano regusto a sal marina y un tibio frescor paradójico en
las morenas aguas del río. Sin el místico dolor musical de la semana de Pasión,
sin el abigarramiento extranjerizante de la feria, la ciudad se ha mostrado a
mis ojos con toda su gracia quieta y melancólica, eternamente joven, como si no
sintiera el peso de sus capas históricas; pero muy moderna y muy antigua, sin
olvidar el pasado, que fue ayer su nobleza y es hoy su prestigio en el
verdadero sentido mágico de la palabra. El arquitecto Aníbal González, su novio
de ahora, otra vez su novio, la va engalanando,
la va erizando de torres esbeltas y airosas, y es que Aníbal González fue
quien, acaso en una pretérita encarnación, trazó los planos de la moruna
Giralda madre de torres, como un dedo levantado, como el índice de la ciudad
que se irguiera, diciendo: “¡La primera soy yo!”
Llegué a Sevilla a honrar la
memoria de Joselito el torero, en una velada necrológica, más bien fiesta
dionisíaca, como los fúnebres banquetes latinos, metido en un haz de amigos
apretados en torno de Ignacio Sánchez Mejía (sic), en cuyo pecho ardía la
memoria fraterna como una lámpara votiva. Un discurso claro, sencillo, sentido
y veraz, como recuerdo, como admonición y como crítica, del presidente del Club
Joselito, que organizaba la fiesta, una sabia y originalísima disertación de
José María Cossío, que recopilaba en sabroso comentario todo un florilegio de
prosas y de versos; un soneto escultórico de Cortines Murube; unas redondillas
preciosas, modernas por la sensibilidad y clásicas por la medida, llenas de
gracia infantil y doliente, de Rafael Alberti; una composición españolísima de
José del Río, que leyó el ilustre actor Francisco Fuentes; un primoroso romance
–“desde entonces tienen sangre los jarros de Talavera”-, de Adriano del Valle,
y una oración elocuente y conmovida, del letrado Blasco Garzón, dijeron al
público sevillano, que se apiñaba en el teatro Cervantes, la gloria de su
torero, que había muerto joven como el amado de los dioses. Y el público
asintió en que José Gómez Ortega fue el torero por antonomasia; torero ab ovo, por tradición y por devoción;
por influjo de su estirpe y por impulso de su deseo. Torero y sevillano por
dentro y por fuera, en el campo y en el ruedo en la vida y en el oficio; torero
en la carne de su espíritu y en el indumento que vestía su carne; torero que
unía a la pujanza física el conocimiento intelectivo, por recuerdo inconsciente
y por sueño alucinado; que era la inteligencia que prepara y dispone, y la
destreza, que ejecuta y que cumple, y que, en épocas de casualidades y de
destellos pasajeros, fue el acierto constante, el dominio y la gracia, la
seguridad y el ritmo, y era más que el milagro porque era la sabiduría.
La fiesta tuvo un epílogo
brillante en el Club donde acudieron, invitados de honor, D. Torcuato Luca de
Tena y D. José Cruz Conde, gobernador de Sevilla. Don Alberto Pazos saludó como
“al primer sevillano”, así dijo, al director de ABC, brindando en su honor la
idea de recoger en un álbum las firmas que le testimonian la admiración y la
gratitud de sus coterráneos, y en honor del gobernador de Sevilla, cordobés por
sangre y cuna, Rafael Alberti recitó dos sonetos de Góngora y la Tercera soledad, que no escribió el
precursor de nuestra lírica, debida a su pluma nueva, fiel a la gramática
gongorina y primorosa de factura y de intención. Así, en un Círculo de
aficionados a toros, celebrábase, como un anticipo del tercer centenario de
Góngora, bajo el retrato de Joselito, el sevillano que en su arte era –según el
grave decir de un gitano- Séneca y Guerrita.
Caía la noche y corría el oro de
la manzanilla, que da sabor a vino al mar de la playa sanluqueña; salían
raudales de llanto de la guitarra arábigoespañola del Niño de Huelva, y Tomás
Pavón decía, mitad responso y querella, el madrigal grave y triste de la
seguidilla gitana. Como en un suplicio, como en un castigo, porfiaba el cantaor, exacerbado el sentimiento, por
no respirar, porque la voz no se quehara
en la congoja y el tocaor pegaba
amoroso el oído a los pulmones de la guitarra, para oirla latir, y lloraba a su
vez con ella: las lágrimas, al caer, eran sonidos sobre las cuerdas. Con las
notas saltarinas de un fandanguillo partió el aire una copla que Rafael Sánchez
Mazas compuso en la ocasión:
“Cuatro blandones
había
y cuatro
banderilleros
llorando en la
enfermería
por la flor de los
toreros”
Y Malena, la gitana, bailaba
ritualmente, religiosamente, una danza que era a la par evocación y conjuro.
A la mañana siguiente fui a
visitar la tumba del héroe popular. Allí estaba el monumento de Mariano
Benlliure: el féretro a hombros de unos hombres del pueblo, rodeado de mozas
plañideras, y la Virgen de la Esperanza presidiendo el cortejo; pero el dolor
se había inmovilizado en el bronce, y la fúnebre comitiva no avanzaba. A
Joselito no hay quien lo entierre. Allí está, dormido, suelta la noble y serena
palidez del rostro infantil, al azul incomparable del cielo sevillano, infinito
como la ciudad.
Joselito en su gloria aparece posteriormente en el libro de poemas
El alba del alhelí. Son redondillas,
estrofas de cuatro
versos octosílabos
con rima
consonante (abba). Alberti se las dedica a Ignacio:
Llora, Giraldilla
mora,
lágrimas en tu
pañuelo.
mira cómo sube al
cielo
la gracia toreadora.
Niño de amaranto y
oro,
cómo llora tu
cuadrilla
y cómo llora Sevilla,
despidiéndote del
toro.
Tu río, de tanta
pena,
deshoja sus olivares
y riega los azahares
de su frente, por la
arena.
Dile adiós, torero
mío,
dile adiós a mis
veleros
y adiós a mis
marineros
que ya no quiero ser
río.
Cuatro ángeles
bajaban
y, abriendo surcos de
flores,
al rey de los
matadores
en hombros se lo
llevaban.
Virgen de la
Macarena,
mírame tú, cómo
vengo,
tan sin sangre, que
ya tengo
blanca mi color
morena.
Ciérrame con tus
collares
lo cóncavo de esta
herida,
¡Que se me escapa la
vida
por entre los
alamares!
¡Virgen del Amor,
clavada,
igual que un toro, en
el seno!
pon a tu espadita
bueno
y dale otra vez su
espada.
Que pueda, Virgen,
que pueda
volver con sangre a
Sevilla
y al frente de mi
cuadrilla
lucirme por la
Alameda.
La composición se centra en el
entierro de José en Sevilla e identifica un símbolo tan inequívocamente
hispalense como es la Giralda con todo el pueblo que llora la pérdida del
diestro. Éste irrumpe de manera inesperada en el discurso para invocar a la
Macarena, a la que tanta devoción tenía. Se le escapa la sangre, la vida y pide
que se las devuelva para volver a pasear por un lugar tan familiar como la
Alameda, espacio fronterizo entre el ser y el no ser en cuyas inmediaciones
tenía su residencia y por el que transcurrió su entierro.
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GABRIELA ORTEGA. |
Gabriela Ortega Gómez (Sevilla,
1915-Aznalcóllar (Sevilla), 1995) aportó una versión recitada. Era sobrina de
Joselito, hija de su hermana Gabriela y de Enrique Ortega Ferández
El Cuco, banderillero del mismo José.
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LA CANTAUTORA ROSA LEÓN. |
Joselito en su gloria también se convirtió en canción. Rosa León
(Madrid, 1951) versionó el poema en su disco de 1989 Paloma desesperada, en el que comparte protagonismo con el mismo
Rafael Alberti, quien recita algunos textos suyos.
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PORTADA DE PALOMA DESESPERADA. |
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LETRA DE LA CANCIÓN. |