domingo, 6 de enero de 2013

PRESENTACIÓN DE RAFAEL EL GALLO EN MÉXICO


Javier Vellón ha elaborado el siguiente trabajo sobre la presentación de Rafael Gómez El Gallo en la capital mexicana, hecho que acaeció hace 110 años.     
                        

Rafael El Gallo se presentó en la México el 7 de diciembre de 1902, acompañado de Algabeño y Chicuelo, ante toros de Piedras Negras. Rafael tuvo una tarde de triunfo y sangre, como se recoge en la siguiente crónica, aparecida en El Toreo (5/01/1903) nº 1588:

El aguacero pertinaz que se desató sobre la ciudad a la hora interesante de la corrida de toros en la Plaza «México» no pudo ni hubiera podido apagar el entusiasmo de los aficionados que, caminando de regocijo tras de regocijo, asistieron al triunfo del arte de Cúchares en la tarde de ayer.La corrida ha de grabarse con dorados caracteres en la blanca lápida de los sucesos imborrables. He ahi al Algabeño realizando el volapié clásico; al Chicuelo, convirtiendo en valor todo su bagaje; al Gallito, despertando alegrías dormidas y trayendo a la memoria elegancias olvidadas.

Una gran corrida ha sido la de ayer; una excelente corrida, que hace tomar la revancha a la Empresa en sus proyectos y a los aficionados en sus esperanzas. 

Toros de Piedras Negras—¡ya era tiempo!—finos, cuidados, con tipo, empuje y bravura No dieron mentís a su casta, porque salvando defectillos que no hacen al caso, cumplieron en lodos los tercios. Hay que hacer excepción del tercero, que por cobardón volvió al corral. No hay que señalar más defecto a los cornúpetas que el de ser recelosos desde el segundo tercio, pero teniendo en cuenta la lidia de que fueron víctimas, una lidia infernal que se traducía en un diluvio de capotazos desastrados. Con decir que ni el público mismo, con sus protestas tas continuadas, pudo evitar semejante desorden, basta para comprender la magnitud de éste. En el redondel cada cual se encomendaba a su santo, y cada santo resultaba en abierta pugna con sus correligionarios. Si los herraderos son—como dice un celebrado escritor español—el garbanzo negro de los pucheros taurinos dominicales, podríamos pasarla alegremente, orgullosos en nuestra barrera.

Algabeño, Chicuelo y Gallito, rayando a igual altura en dirección; merecen todas las silbos y todas las protestas en tal sentido. ¡Si, aquello era una verdadera merienda de negros, toro por toro y tercio por tercio! Hasta los de la puntilla metían el capote cuando les iba en mientes. Lamentamos la nota burda del espectáculo y, lamentándola, debemos pedir su recisión. Veamos ahora la labor de cada espada alternante, que van diciendo para su coleto: «Yo, y nada más. El conjunto, para el gato».

Algabeño.— Encontró a su primero convertido en un pícaro, desarmando y colándose que era un primor. Lo desengañó, lo consintió y lo fijó sin dudas ni vacilaciones, y en menos tiempo del que empleo en trazar estas lineas, lo rindió a sus pies de media estocada al volapié neto, entrando el diestro recto como una saeta y con los terrenos cambiados. Grande y merecida ovación. En su segundo estuvo mucho más hábil el diestro de la Algaba, porque, aun cuando el burel buscaba el bulto, supo cauterizarle resabios. Tras dos pases ayudados de tanteo y confirmación, dos naturales superiores, una serie de telonazos de castigo para fijar y otra estocada al volapié, honda, hasta los gavilanes y en la misma cruz, entrando, vaciando y saliendo como un maestro el matador. La ovación duraba cuando el cornúpeto recorría la arena. He ahi una estocada clásica. Algabeño recordaba la edad de oro de la tauromaquia. 

En el sexto toro, que le tocó matar por el percance de que fue victima el Gallito y que luego explicaremos, estuvo sobrio con la muleta y acabó de confirmar sus inmejorables condiciones como matador seguro que no busca alivios ni triquiñuelas. En quites, Algabeño estuvo oportuno y cuidadoso, y salvo sus complacencias para con el peonaje, merece ovaciones sin cuento en el recuerdo de los aficionados. Ha cimentado su cartel, realizando un nuevo triunfo. 

Chicuelo- Entre el gran matador Algabeño y el gran torero Gallito, Manuel Jiménez (Chicuelo) aparece como un término medio y como un eslabón de simpatía. No llega donde se ha colocado el primero por su maestría, ni puede alcanzar al segundo en habilidad y en elegancia; pero tiene personalidad propia, agallas y deseos para ganar la gloria. Que la escale sin volver la cara, sin envidias ni temores. El que lucha triunfará en el redondel con verdad y con amor. Al segundo de su turno lo saludó Chicuelo con un cambio de muleta ceñido; mas fuera de este pase y otro de pecho, lo demás fue puro baile y relumbrón puro. Una estocada tendenciosa completó la labor, escuchando el torerito palmas. 

Al quinto toro, por ser ladrón que buscaba el amparo de las tablas para defenderse, nos parecieron razonables las precauciones de Jiménez; pero no así su falta de decisión al hundir el acero. Largó una honda delantera y perpendicular, una metisaca de mala manera, dos pinchazos y media certera. Si el toro cortaba el terreno, desarmaba y se defendía, lo natural era que el matador hubiese buscado alguna estocada de recurso, como la media vuelta, el revuelo. Chicuelo lució en floreos con el capote, una que otra vez en quites y con un excelente par de banderillas de frente. 

Gallito.— Mucho habíamos leído y mucho más nos habían contado de este diestro, pequeño en su estatura y en su alias, grande por los méritos que encierra. No hay que exigirle todo ni quererlo todo. Colocar el deseo dentro del medio ambiente es lo razonable y lo que da la medida de la afición, que huye de quijotismos y poemas ultramontanos. Gallito es el torero del día, hecho para nuestro público. Sus floreos, sus originalidades, sus elegancias recortadas artísticamente, levantaron aplausos sin cuento. No habíamos visto ni más gracia ni mayor soltura en los lances de capa. He ahí al que innova, al que inventa, al que va llenando el toreo de nuevos puntos brillantes. El bravo muchacho desplegó una faena de muleta variada en su toro de turno—el tercero—y al observar que buscaba, como una querencia propia, las tablas, lo estoqueó allí, entrando con fe y logrando una estocada de rápido efecto (Muchos aplausos).

En banderillas entusiasmó. Tomó una silla, citó casi en los medios y realizó el cambio, viendo llegar con serenidad, midiendo los tiempos matemáticamente y levantando los brazos con primor para dejar un par supremo, cuya situación olvidamos de propósito, en virtud de la gran idea y de la voluntad ejecutiva. El Gallito se enloqueció con las palmas—aquello semejaba los efectos de un temblor trepidatorio que hacía crujir el maderamen del circo;—tomó otros rehiletes; se le ocurrió llegar a jurisdicción del bicho gazapeando; pero la desgracia asomaba las garras. El torerito hizo una parada en firme; alegró con el cuerpo a tres metros del burel; éste arrancó, y en el momento de la consumación, por efecto de un derrote alto, Gallito sufrió un puntazo en la cara que le obligó a encaminarse a la enfermería. Un silencio profundo reinó después de esta escena. El pensamiento del aficionado velaba a la enfermería. ¿Estaría grave el Gallito? ¿Se presentaría otra vez en el redondel?

La corrida terminó bastante tarde. Hubo pares de banderillas que merecen aprobación entusiasta, entre ellos los de Pataterillo, en primer lugar, agregándole los aplausos que se le tributaron por sus galleos a cuerpo limpio en la preparación; un par al sesgo de Pepín, y buenos al cuarteo de Blanquito, Sevillano, Sordo y Marinerito. En la brega, Gales, Blanquito y Pepín, y muchos, pero muchos más aplausos para este último por su salto de garrocha limpio y sobre corto y por su cambio de rodillas en los medios de la plaza. En varas, Zurito y Mazzantini, y con la puntilla, nuestro mexicano Tovar. 
Sin el herradero, esta corrida se habría traído por los aires á todos los públicos de España. ¡Que lástima de garbanzo negro!

                                                            PARTE FACULTATIVO 

Durante la lidia del quinto toro ha ingresado en la enfermería el espada Rafael Gómez (Gallito), con una herida de tres centímetros, que le ha fracturado el borde alveolar del labio inferior, ocasionándole la pérdida de dos dientes, lesión que le impide continuar la lidia. La herida no es grave y tardará en curarse más de quince días.— Silverio B. Gómez.




                                                                                                                                           LlNDOGA.

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