domingo, 21 de septiembre de 2014

‘GALLITO’ EN NUEVA YORK

Agustín de Foxá.
Javier Vellón envía el siguiente texto para su publicación:

El 19 de septiembre de 1945 apareció esta Tercera en el periódico ABC. Su autor, Agustín de Foxá, uno de los grandes intelectuales de las primeras décadas del siglo XX, vinculado a las vanguardias, de donde evolucionará hacia posiciones ideológicas próximas al fascismo:



La fiesta de los toros sevillaniza a todo; así, este piso cuarto del apoderado de Gallito, en pleno corazón de Madrid, con sus toros pintados a la pared, su amarillas litografías, sus carteles antiguos y sus tiestos en la terraza (ya azotea), donde parece imprescindible el ceceo.
Nos ha reunido Gallito para hacernos oír unos discos mejicanos y para hablarnos de su viaje por América. En el gramófono la música lánguida, dulzona, un poco tropical, llena de ‘palomitas’ y ‘corazoncitos’, que contrasta con el rudo tiroteo de los generales revolucionarios, cuando el Generalito persigue a la infiel Adelita y canta la guitarra:

Si Adelita se fuera con otro
Yo la seguiría por tierra y por mar;
Si por mar, en un barco de guerra;
Si por tierra, en un tren militar.

Venus de Milo.
Gallito habla del colorido de la plaza de El Toreo, llena de anuncios, con la gesticulante ‘partida de la Porra’ que enfrentó a Gaona contra Sánchez Mejías (para acabar aplaudiendo a Ignacio); sus disputas en los tendidos; su algarabía y aquella lluvia de rosas, y el soltar de palomas, la tarde que toreó Procuna y toda su bulliciosa pasión enardecida, que acaso se va perdiendo en nuestras grandes Plazas-Stadiums, demasiado reglamentadas,  y por donde cruza a veces el tedio de la perfección.
Rafael evoca sus corridas por los ‘Estados’: Puebla con su gran plaza, y Guadalajara, la Andalucía mejicana, la “Guadalajara en un llanto” de la canción, toda florecida, con sus mujeres con mantillas en la misa mayor. Me habla del toro Señorito, con el que dibujó los arabescos vivos de la Giralda al pie de las inmóviles pirámides aztecas; de la noche ardiente de Cuernavaca, espolvoreada de astros, de la playa de Acapulco y de los hombres cobrizos con la guitarra al hombro como cigarras del estío, por los cafetines y restorantes al aire libre.
Y con esa mezcla un poco burlona, de admiración y desdén que sienten nuestros hombres del Sur por la mecánica, me describe su automóvil:

“Tenía de todo: un botón para abrir la puerta, otro para la antena de la radio. Con este se ponía la calefacción; oprimiendo aquel se refrigeraba. No le faltaba más que hablar.”

Termina (con la copa de manzanilla dorándole la mano): “Méjico es un pueblo dedicado a la música y al amor”.
Porque hay pueblos hormigas y pueblos cigarras, como en la fábula.
En la práctica, y especialmente en nuestro siglo, los pueblos que cantan suelen pasarlo bastante mal. Si además de cantar meditan sobre el más allá o tienen una vida interior, suelen terminar gobernados por altos comisarios, aunque no sabemos si a la larga no tienen razón las cigarras de Anacreonte que, ahitas de rocío, mueren con el verano, después de todo unos meses antes que las hormigas, sin haber sufrido el horror de la nieve y el enterramiento.
Rafael nos habla después del paso de la frontera mejicana. Llegó a Nueva Yok el día de la Victoria. Estaba almorzando en un restaurante cuando la radio anunció que iba a hablar el presidente Truman, y vio la alegre nevada de papelitos cortados cayendo desde lo alto de los rascacielos, y contempló a Broadway iluminado por primera vez, con el incendio cristalizado de los rojos anuncios, que subían hasta el piso 85.
Greta Garbo.
Gallito habla con admiración de la poderosa nación americana. Cuando salió, juncal, de su hotel, atrevido como para hacer el paseíllo, se sobrecogió ante la fabulosa ciudad, y comprendiendo que si se alejaba jamás volvería a encontrar su domicilio, se limitó a dar una vuelta delante de su hotel, hasta que unos amigos vinieron a recogerlo.
Cuando por la noche acudió de smoking a una recepción en la suntuosa residencia de una nieta de Rockefeller, la bella estrella del cinema que le acompañaba se presentó luciendo sobre sus morenos hombros mejicanos su capote de paseo.
Y entre aquella reunión de americanos, de financieros, ingenieros y millonarios, románticos bajo su aparente fiebre de negocios, el capote de paseo de Gallito, charro de oro, sedas y lentejuelas, como los élitros fabulosos de un insecto con su forro colorado, fue el héroe de la noche. Las señoras se lo disputaban:

“Greta Garbo –dice Rafael- me pidió con vehemencia que le enviara otro desde Sevilla.”

Al salir de la casa del apoderado de Gallito leo en el periódico de la noche que la Venus de Milo, desenterrada en una cuadra donde estuvo oculta durante la ocupación, ha vuelto victoriosa a las salas del museo del Louvre.
Y estas dos cosas, el capote de paseo de Gallito, triunfando en Nueva York, y esa resurrección de la Venus de Milo (tantas veces resucitada y salvando de la destrucción la eterna belleza femenina), nos llenan de consuelo. Porque nos dicen que del tedio de un mundo de técnicos, del aburrimiento gris de las masas uniformadas, volverán a salvarnos la Belleza y la Gracia.
Que no ha muerto la Diversidad, “Sirena del Mundo” que cantó D’Anunzio para “que la rosa blanca y la rosa colorada sean siempre diferentes”.

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