La Nueva Lidia publicó en su número 23, aparecido el 13 de octubre de 1.884, un cromo en el que el señor Fernando Gómez el Gallo daba un pase cambiado de rodillas. La cabecera que dirigió Alegrías justificó así las páginas centrales en las que se situó el dibujo:
“Representa una de las suertes más favoritas del joven diestro Fernando Gómez (El Gallo). He aquí lo que en general sobre cambio y quiebro hemos dicho en otra ocasión:
“¿Qué es quiebro?
Aquella suerte, en la cual el diestro, situado en rectitud frente al toro, lo cita, ya en jurisdicción, hacia uno de los lados, mediante una inclinación marcada del cuerpo, dándole, con nueva inclinación de éste en sentido contrario, la instantánea salida qu el diestro no toma.
¿Qué es cambio?
Aquella suerte en la cual el diestro, situado en rectitud frente al toro, lo cita, ya en jurisdicción, hacia uno de los lados, mediante el objeto que le sirve de engaño, dándole, con nueva postura de éste en sentido contrario, la instantánea salida que el diestro no toma.”
Bien estudiadas estas definiciones, se ve, en resumen, que la nota característica que separa a una suerte de otra, es la de que el quiebro juega el cuerpo solo, en tanto que en el cambio figura un objeto que sirve de engaño.
El lidiador se vale de su muleta para describir una salda opuesta del toro en su primitiva dirección: entonces ha cambiado; deja inerme su capote u objeto de engaño; presentando su cuerpo con las condiciones ya indicadas, el diestro aquel ha quebrado.
Ocurre preguntar: y ¿cómo a las varias suertes del quiebro se les conoce además con el aditamento de cambio?... Más claro: ¿por qué se puede decir banderillas al cambio, o se cambió en banderillas, y no quebró con la muleta o capote?...
Fácil es contestarlo, siendo ésta la base capital de las equivocaciones o diferencias que asaltan el buen entender de los aficionados.
Porque en todo quiebro entra, como condición indispensable, un cambio; no así en esta suerte, que para nada se ha menester de la otra ejecución. Así es que muchos hayan juzgado el quiebro, no como suerte determinada del arte taurómaco, sino como apéndice o accidente que no forme cánon en las reglas del torear.
¿Qué hace el que quiebra, sino cambiarse a la res de una dirección a otra de su cuerpo en la rápida acometida de su viaje?
El sentido vulgar ha reparado en esto, y con perfecta razón ha podido decir: Aquel diestro puso banderillas al cambio... Empero, siendo una cosa el sentido vulgar, y otra el técnico y científico, deberá el arte aplicar siempre la voz quiebro a todo aquel cambio en que el cuerpo del diestro sea el único objetivo y engaño a su vez de la fiera; y la voz cambio a aquella otra variación de distancias, donde el punto o engaño no sea el cuerpo del lidiador, sino cualquier prenda u objeto que lleva en su viaje distraída a la fiera".