Dedica Pensamientos un capítulo de su obra 'Pases de castigo' (1.912) a glosar las figuras de los novilleros de moda aquella temporada: Joselito y Limeño:
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Limeño y Joselito. |
El hijo tercero de Fernando Gómez
(el Gallo) nació en Gelves (Sevilla) el 8
de Mayo de 1895, y fue bautizado en la
misma pila que el célebre Manuel Domínguez. Quedó huérfano de padre a
los dos años de edad.
Siguiendo la tradición de la familia,
se decidió a ser torero, vistiendo por vez
primera el traje de luces en Jerez de la
Frontera el 19 de Abril de 1908; antes
de esto, ó sea en 1903, y cuando sólo
contaba ocho años de edad, mató el primer becerro en la finca del ganadero
Anastasio Martín.
Los éxitos que ha obtenido toreando
por las plazas de Madrid y provincias fueron casi tantos como corridas toreadas; el clamor general pregona en honor
de Joselito elogios inmensos, otorgándole fama envidiable por todo el mundo
taurino.
Es un torero completo: torea, banderillea y mata; hoy por hoy así es, y, por
lo tanto, no hay más remedio que reconocerlo.
Aunque es joven conoce las reglas del
arte, domina y ejecuta todas las suertes con verdadero aplomo.
Según confesión propia, su hermano
Rafael; que es un artista, se asombra del
toreo de Joselito, y más de una vez trató
de copiarle.
Joselito Gallo tiene en la actualidad
diez y siete años.
Limeño fue el compañero de Joselito
durante su ajetreo novilleril; Pepe, que es un muchacho de diez y ocho años,
hijo del buen banderillero Limeño, es
un espada valiente; pero al lado del Gallo, torero verdaderamente excepcional,
no pueden sobresalir los méritos de Limeño. En cuantas corridas tomó parte puso
de manifiesto su valor, pudiéndose apreciar que no está en posesión del necesario aplomo, seguridad y práctica de lo
que hace, por cuyo motivo duda y vacila ante la cara de los toros; pero como
Limeño tiene verdadero entusiasmo por
su arte, puede asegurarse será dentro
del mismo una figura de valimiento.
La capa y la muleta las maneja con
verdadera soltura, y al matar lo hace
con decisión, olvidándose á veces el vaciar bien; de ahí sus enfrontilamientos
y porrazos.