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Retrato que acompaña el texto original. Fuente: NO8DO Digital (sevilla.org) |
'El Noticiero Sevillano' publicó en portada el 16 de mayo de 1.930 el siguiente artículo firmado por José María del Rey 'Selipe'.
JOSELITO
Hoy se cumplen diez años de
la muerte del torero.
En una plaza secundaria, desigual y pintoresca, un toro negro
zaíno puso el trágico punto final
a la vida de triunfos del gran lidiador. Desapareció la figura que,
por su propio valor, llevó el Arte
del Toreo a su Edad de Oro.
Siempre tendremos para la memoria del torero muerto la respuesta de un recuerdo imborrable.
En estos desolados tiempos para
la fiesta de toros; en esta época
decadente, en que vivimos más de
evocaciones que de realidades, la
personalidad de Joselito el Gallo,
en lugar de nublarse por el paso
de los años, se agiganta, se define
y se pone de relieve con más acusado perfil.
Ni ditirambos innecesarios, ni
calificativos que se despreciaron al emplearse para otros; tan sólo
queremos, por homenaje a la memoria de Joselito, exponer unas
breves consideraciones acerca de su
arte.
Si consideramos al torco como
ciencia matemática, hemos de reconocer que fue Joselito el único
lidiador que resolvió todos los problemas de este arte justo. Al toro
bueno y al malo, al positivo y al
negativo, lo redujo siempre a la
unidad (un enemigo vencido) y
operó con él limpiamente, ejecutando cada suerte con la misma exactitud con la que se demuestra un
teorema.
La técnica del toreo está escrita en reglas. El arte del toreo radica en pasar estar normas teóricas a una fiel ejecución práctica. Joselito fue el indiscutible realizador del toreo. Por eso acierta Bergamín, y se queda corto, al decir que "Joselito era el estilo puro, transparente de torear".
Joselito, más que la transparencia del toreo, fue el toreo mismo y ya huelga hablar de estilo que, en definitiva, solo son interpretaciones personales (más o menos libres) de las únicas reglas. Interpretar quiere decir tanto como personalizar, y quien personaliza amanera. Salvamos aquí, excepción a la regla general, el caso de Belmonte que hizo toreo personal más natural y certero.
Como el río grande se apodera
del chico que a él afluye y se enriquece con su caudal y le hace
seguir el mismo cauce, así el lidiador consciente aprovecha el arranque del toro, lo suaviza y lo acomoda al ritmo de su propio juego. Y así hacía Joselito y por ello
fue un singular ejemplo en la historia del toreo Nunca produjo su arte impresión de lucha; jamás
hubo en él oposición de fuerzas (la
del torero v la del toro), antes por el contrario, el primero absorbe
siempre al segundo y por esto es más justo hablar de conjunción y de confluencia: la embestida y el ímpetu de la fiera regidos por la
voluntad del lidiador. Aquel toreo de Joselito era el toreo esencial, tenía la calidad y la cualidad de
torero: precisión y dominio. Era un arte perfecto de luz y de línea.
Pero el toreo es engaño y Joselito llegó en su nobleza (por paradójico que esto se antoje) a exagerar el engaño.
El lidiador común engaña al toro y lo burla; Joselito engañó al toro y desorientó también al público, y por eso éste, antes de rendirse, lo discutió tanto.
El toreo, como dice Waldo
Frank, es un arte que se distingue
de los demás por la proximidad de
la muerte. Para Joselito el arte del
toreo fue un arte de prestidigitación: existía el peligro—nunca el
torero llegó a escamotearlo— rozaba los alamares de la chaquetilla,
pero el peligro no llegó a verse.
El prestidigitador, el torero, supo ocultarlo y el público, que lo creyó desaparecido, pensaba, engañándose, que la emoción estaba ausente. Nada, sin embargo, más erróneo: un día y otro, José burlaba las astas del toro y su embestida y arranque y era esta burla
un juego florido. Le amenazaba el
riesgo y lo encubría con los vuelos de la capa, con el color de la
muleta, lo esquivaba, con la leve
defensa de las banderillas o a cuerpo limpio, con un cambio ágil.
Siempre anduvo el peligro en
torno de la figura de Joselito, aunque, por obra de su arte de lidiador, no llegara a verse; y cuando
se vio, ya no fue peligro, era la propia muerte que hizo presa en la,
carne codiciada y joven.
Joselito tuvo que vencer al toro
y al público; triunfó desde el principio sobre el primero y se adueñó'
al cabo del segundo, y cuando ya
lo había conseguido todo, en una
tarde del mes de mayo, en la que
Joselito vestía un traje de luces tabaco y oro, fue muerto por un toro
negro zaino en la Plaza de Talavera de la Reina.