El escenario de la anécdota en la actualidad. (Foto: http://volapie.blogspot.com.es/) |
Traemos otra vez hasta este blog un pasaje de 'De la torería', obra que publicó Ángel Caamaño 'El Barquero' allá por 1.914. El escritor subtituló el libro 'Cosas y casos, historias y cuentos dichos y hechos tauromáquicos, vistos, oídos, comprobados y ordenados por..." él mismo.
El señor Fernando, antecesor de la gracia que atesoró su hijo Rafael, fue protagonista, en este caso involuntario, de un hecho acaecido en el que, tiempo después, se convirtió en infausto ruedo de Talavera.
Ello fué en Talavera de la Reina, y en una corrida en la que actuaba de único espada el inolvidable Fernando Gómez, Gallo, que en su cuadrilla llevaba al novel picador madrileño, Miguel García, Miguelito, muy animoso, muy decidido y con fatigas de adquirir renombre para figurar en una buena cuadrilla.
Salió en segundo lugar un verdadero pavo, grande, cornalón, con un poderío terrible, y sucedió lo de siempre: que los caballos no marchaban; que el toro no estaba en suerte; que si esto, que si lo otro... Total, que ni con cañón arrimaba nadie á los picadores veteranos.
Miguelito (á pesar de su voluntad y su deseo), también se retraía no poco, y el señor Fernando enronquecía mandando sin ser obedecido; pero apretó todo lo que pudo cerca del novel, (del que quería palmas y fama), y le animó hasta convencerle.
—¡Vamo p'allá, Miguelito, que tú vale! ¡Vamo á pegá ar toro!
—¡Miste que me va á estrellar!
—¿Qué va á hasé eso? En cuantito lo pinches, se va. ¡Si es un güey!
Resumiendo: que allá fué Miguelito que la fiera arremetió brutalmente, y que el pobre muchacho pegó un porrazo tremendo, espantoso; de tal calidad, que quedó materialmente doblado sobre la barrera. El señor Fernando, verdaderamente pesaroso de aquel tremendo lance, y muy asustado, temiendo que el infeliz piquero estuviese partido por el eje, se aproximó al grupo, compuesto por el caído y los que le atendían.
—¿Qué ha sío eso?—preguntó.
Y como le contestaran que el lance era serio, procuró alentar alentando, y dijo:
—!Animo, home! ¡Animo, Miguelillo, que eso no ha sío ná!
Miguelitó gruñó unas palabras ininteligibles, pronunciando únicamente con absoluta claridad, y repitiéndola mucho, esta: Gallo.
—¿Qué me quiés desí, hijo? Habla claro —dijo Gallito.
Y el piquero, mirando á su jefe y recobrando por completo la palabra, mediante un soberano esfuerzo, dijo:
—¡Que maldita sea hasta la primera gallina que puso el primer huevo del que salió el primer gallo!