La revista hispalense El Arte Taurino dedicó el 12 de agosto de 1.893 su portada a Fernando Gómez El Gallo. El rotativo, que tenía su sede en la cantina Europea de la calle Sierpes y se subtitulaba Revista Semanal Ilustrada de Espectáculos, estaba dirigido por Paco Pica-Poco, alias de Manuel Álamo.
En páginas interiores aparece la siguiente semblanza del padre de la dinastía:
Es uno de los toreros más discutidos de la presente generación taurina y cuenta, entre sus muchos triunfos, con no pocas contrariedades, debidas unas veces a su falta de decisión en la suerte suprema, y otras a las veleidades de la fortuna, poco propicia en ayudar a ciertos diestros, aunque, como el de que nos ocupamos, sea un gran torero, tan elegante, tan fino y tan práctico en las más difíciles suertes, que pocos son los que le igualan entre sus contemporáneos.
Nunca fue Fernando un perfecto espada; pero estas deficiencias pudo suplirlas con creces, entusiasmando a los públicos con esa manera de torear tan alegre y perfecta que a manera de hipnotismo ata los toros a la punta del capote y los mueve como en tablero de ajedres, jugando con ellos con tal serenidad y presteza tanta, que para el que lo presencia desaparece toda noción de peligro y convierte nuestra fiesta nacional en espectáculo grandioso donde se admira la habilidad del hombre venciendo a la fiera en lucha franca.
Diversas opiniones, tendencias de escuelas, han ocasionado más de una competencia y disputas a miles sobre el tanto de mérito que corresponde a Fernando; pero todos han tenido que reconocer que es un torero de altos merecimientos, y que si en una tarde, se le ve descompuesto ante las reses, y el público, perdida la paciencia, prorrumpe en gritos de protesta, bien pronto acalla sus voces y bate palmas de entusiasmo porque el espada ejecutó una suerte con tanta limpieza y perfección que de seguro admiraría al mismo Pedro Romero.
Si interrogáis a los espectadores en una de esas tardes en que la suerte no le ayudó en la hora de matar, os contestarán de fijo: -Es verdad; estuvo mal con la espada... pero ¡qué buen torero es Fernando!
Y con esta frase os dejan hecha la apología del diestro en cuestión.
¡Es un gran torero!
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Fernando Gómez y García, conocido en sus primeros años por el Gallito chico y posteriormente por el Gallo, nació en Sevilla el 18 de Agosto de 1849.
Después de aprender la instrucción primaria, lo dedicaron sus padres al oficio de petaquero; pero desde la edad de quince años se despertó en Fernando tal afición por el toreo, que frecuentemente burlaba la vigilancia del autor de sus días, y en compañía de varios amigos emprendía correrías por los pueblos de las provincias de Sevilla y Huelva, con el fin de torear en las capeas que en éstos tenían lugar; recibiendo el bautismo de sangre el año 1869, en Lora del Río, donde un toro de D. Antonio Quintanilla le causó una herida de alguna gravedad.
Fernando se distinguía entre sus compañeros por su agilidad y sangre fría. En el pueblo de Rociana (Huelva), se celebró por entonces una corrida de novillos con toreros principiantes. Cuando ya habían sido capeadas varias reses, se presentó en la plaza un toro de mucho poder que el año anterior había ocasionado la muerte de un torero al quererlo lidiar en el mismo pueblo.
Regalado, que así se llamaba el animal, fue el terror de todos los individuos de la cuadrilla y se interrumpió la función por no atreverse ninguno a torear a aquella célebre fiera; dando esto lugar a que el público se alborotase, prorrumpiendo en gritos desaforados. Fernando, que con varios amigos suyos estaba presenciando la fuesta, al ver que ninguno de los liidiadores se animaba, bajó a la plaza y pidió permiso al Alcalde para torear; accediendo la autoridad a su petición, en vista de la conducta de los toreros contratados y de la actitud del público. Provisto de un capote, se dirigió el Gallito hacia donde se hallaba la temible fiera, y abriendo el trapo, la pasó de capa infinidad de veces, llegando su temerario arrojo al extremo de acostarse en la arena delante de la cara de la res. El público tributó una inmensa ovación al valiente lidiador, regalándole el Ayuntamiento el importe íntegro porque había sido ajustada la cuadrilla, cuya cantidad cedió Fernando a sus compañeros.
El citado hecho y la lucida suerte del quiebro de rodillas, que poco después puso en práctica, acrecentó la fama que ya tenía el Gallito entre los aficionados: ingresando el año 1871 en la cuadrilla de Manuel Fuentes Bocanegra, a cuyas órdenes estuvo hasta 1973, que pasó a la de José Lara Chicorro; en cuyo espacio de tiempo sufrió una cogida en la plaza de Sevilla, al cambiar de rodillas un toro de D. Anastasio Martín, lidiado en la corrida que a beneficio del infortunado Antonio Sánchez el Tato, se verificó en esta ciudad, en el mes de Septiembre del año 71.
En 1874 fue contratado por la empresa de la plaza de Madrid, para trabajar como banderillero, durante toda la temporada; teniendo la desgracia de ser herido gravemente en la tercera corrida de abono, al parear, en unión de Ángel Pastor, un toro de D. Anastasio Martín, llamado Carabuco. Fernando paró demasiado en el embroque, por cuya causa fue cogido y volteado, sufriendo una cornada en el tercio superior y parte posterior del muslo derecho, de cuatro pulgadas de longitud y dos de profundidad, siendo tan abundante la hemorragia que le sobrevino, que dejó la arena manchada de sangre. Esta cogida fue de tal importancia, que el diestro tardó tres meses en su curación.
En 1875 toreó por varias plazas, formando parte, unas veces como banderillero y otras como espada, en la cuadrilla de Cara-ancha; recibiendo por primera vez la alternativa en la plaza de Sevilla, concedida por Bocanegra, el 17 de Abril de 1876.
El año 77 fue ajustado para trabajar en América, alcanzando muchos aplausos en la plaza de Regla (Habana), y a su vuelta a España, volvió a banderillear a las órdenes de Cara-ancha; tomando por segunda vez la alternativa en la plaza de Madrid, el día 4 de Abril de 1880, siendo Coleta, toro de don Vicente Martínez, el primero que estoqueó, por cesión de Francisco Arjona Currito.
Desde esta fecha trabajó como espada en todas las plazas de España, sosteniendo durante varias temporadas ruda competencia con uno de los diestros de más nombradía y siendo ocasión de acaloradas discusiones en la prensa y entre los más fogosos aficionados.
En la plaza de Sevilla dejó recuerdo indeleble en las corridas de la feria de San Miguel del año 1884, en cuyas tardes estuvo a una altura inconmensurable, tanto en la brega de las reses como estoqueando.
La última vez que le vimos trabajar en el redondel sevillano sufrió la mayor contrariedad que puede sobrevenir a un diestro de su categoría. Fuimos con él poco considerados y hasta la autoridad que presidió la lidia pecó de severa con el espada; pero las desgracias de una tarde no son bastantes para borrar de un solo golpe los timbres alcanzados por uno de los primeros lidiadores de la época.