El
18 de junio de 1920, un mes después de la muerte de Joselito, se celebró en
Madrid la Corrida de la Prensa. La expectación fue enorme -se puso el cartel de
‘No hay billetes’- por la presencia de Rafael, de Belmonte, y por la confirmación
de Manuel Jiménez ‘Chicuelo’, que se había mostrado muy remiso a presentarse
como matador en la plaza madrileña. Completó el cartel Diego Mazquiarán ‘Fortuna’.
Los toros lucieron las divisas del duque de Veragua (4), Albarrán (2), Antonio
Pérez Tabernero y Pérez de la Concha.
La
tarde se la llevó el confirmante, quien salió a hombros por la puerta grande,
mientras que Belmonte cumplió y Rafael tuvo una tarde de indolencia. A continuación,
se ofrece la crónica del festejo, firmada por Gregorio Corrochano, en el ABC.
Pero ayer no tuvimos esta suerte, y
soportamos—esta es la frase justa—una de las corridas más pesadas, más monótonas,
más aburridas y menos alegres. La corrida no tuvo más que una fase, que no sé si
decir que debe contentarnos de haber soportado la corrida, y esta fase se
expresa con un nombre: Chicuelo. Esta corrida de la Prensa, tan aburrida y
pesada, ha logrado traer a Chicuelo a Madrid; ha metido a Chicuelo en el
público de Madrid y ha demostrado a Chicuelo, tan temeroso de este público, que
su verdadero público está en Madrid. Madrid está necesitado de un torero
artista, de un torero fino, de un torero que sepa dar relieve y gracia al
toreo. Y hoy, esa expresión de belleza, sin la cual el toreo pasa de ser un
arte a ser un oficio vulgar, es la que caracteriza y define el modo de hacer de
Chicuelo. Por esto pusimos tanto empeño en que Chicuelo viniera a Madrid. Hemos
dicho que este es el público de Chicuelo, y vamos a razonarlo. En el primer
toro, en el toro de la alternativa, estuvo Chicuelo pesado. Otro público se
hubiese impacientado; éste, no. Este esperó. Se dio cuenta exacta de que el
toro, manso, acobardado, incierto, no tenia más lidia que aquélla; se dio
cuenta exacta de que un muchacho, en momento tan crítico, tan solemne y tan
difícil, no tuvo una duda, ni una vacilación, ni una intranquilidad, sino que,
sereno, inteligente y dominando la situación, hizo una labor reposada, sin
impaciencias y sin desesperaciones, que a nada conducen. Chicuelo estuvo como
el público: también supo esperar.
Y
ya en el último lugar, cuando la fatiga era como una enfermedad que nos había
invadido a todos, salió un toro que medio embistió, que dejó apuntar al torero
algo de lo que sabe hacer, y vimos unos lances de capa maravillosos, y vimos
otra cosa que vale tanto como los lances, y fue ésta: como el toro hemos dicho
que medio embestía, al meterle el capote en la cara más de una vez inició la
arrancada y no la dio; este es un momento en el que el ridículo acecha al
torero; nada más natural que hacer un movimiento, que, al no seguirle el toro,
parece de huida. Pues bien; Chicuelo, con esa tranquilidad del que torea despreocupado
y despacio, y , con el toro toreado, y del que no mueve el capote a tontas y a
locas, con la misma suavidad que iniciaba el lance no seguido por el toro, se
reponía, rectificaba y volvía a citar. Estos detalles parece que no dicen nada;
pero son los que más dicen.
Y
con este toro, que medio embestía, que era grande, que era gordo y que tenía
buenos pitones, hizo Chicuelo una faena que entusiasmó, que retuvo en sus
asientos a los espectadores, que llevaban cerca de tres horas de corrida mala,
y que le valió el salir, en hombros, después que le pasearon por el ruedo. Con
valentía, con decisión y con el arte del torero fácil, que no codillea, le
toreó a este toro al natural y de pecho, sacándose el toro, que se le quedaba,
y aprovechando una arrancada cualquiera—a veces con el toro torcido, dudoso y
casi gazapeando—, para recoger, mandar en el toro y dar un pase formidable. Con
la mano derecha dio un natural soberbio iniciado y rematado prodigiosamente. Y advertimos
que el toro no estaba franco, que no era para confiarse y correrle la mano, y
que más de una vez se puso en peligro: recordamos un pase de pecho en el que le
tropezó el toro. Dio un pinchazo bueno; otro delantero—el toro hizo un extraño—;
una estocada muy buena y descabelló. Toreando es muy artista, aun sin toros a
propósito, y matando es fácil
Del
resto, ¿qué hemos de decir? Que en esta fiesta el toro dispone, y ayer dispuso
con su mansedumbre que nos aburriéramos. Bastaría con copiar la frase de un
espectador que dijo, ya en el séptimo toro, con acento de súplica y angustia:
—Haced
algo, que estamos locos ya.
Así
era. De los toros del duque sólo embistió el negro; con los cabaIlos, aunque
tardos, cumplieron; pero con los toreros, no. Los de Albarrán se dejaron
topear, cumplieron mejor, y el que le tocó a Fortuna tenía mucho temple. Uno
que se lidió de Antonio Pérez, substituyendo a otro de Albarrán inutilizado en los
corrales, llevó fuego. Y un sobrero de Pérez de la Concha cumplió. Tan poco
como todo esto dieron de sí los toros.
Los
toreros, como no son gente que hace milagros, no estuvieron bien. Belmonte
obligó mucho a su primer veragua, que llegó agotadísimo porque en varas fue
tardo, pero recargó. Sacó partido de las querencias en unos pases de pecho con
la derecha muy artísticos; logró apoderarse de! toro. Pinchó tres veces, la
segunda muy bien, y descabelló. D¡o la vuelta al ruedo. A mí me gustó más en el
toro de Tabernero, a pesar del bajonazo y a pesar de que no dio la vuelta al
ruedo. El toro del duque no era peligroso, y este otro, sí, porque estaba el
toro con todo el poder, que era mucho, y salió muy descompuesto del tercio de
banderillas. Se metió Belmonte en la cara, le aguantó valiente, le dominó en
pocos pases y en seguida entró a matar; resultó un bajonazo morque el toro hizo
un extraño y Belmonte entró con precipitación, porque estaba en terreno peligroso,
apoyado en las tablas, sin ofrecer casi salida.
Fortuna,
que no sacó del primero todo el partido que se pudo sacar—porque el toro era
soso y el torero tampoco estuvo muy salado—, después de una estocada
atravesada, como viera Fortuna que se le quedó el toro, se echó encima la segunda
vez que entró y dio una estocada hasta la mano, saliendo cogido. El toro, que
estaba herido de muerte, rodó sin hacer daño al torero. Gran ovación a Fortuna.
Veneno picó solo este toro, que se arrancó muy bien a los caballos; y ya que de
picadores hablamos, apuntemos el puyazo de Catavino al segundo. En el otro.
Fortuna estuvo pesado al muletear. Mató de estocada y descabello.
El Gallo no toreó ayer. Esa decisión que esta
temporada era su nota más saliente le acompañó en esta corrida. No sacó más que
los trucos de las tardes que no quiere torear. Y decimos que no quiso torear,
porque si en el primero no pudo, en el otro, sí y, sin embargo, no toreó. En el
primero estuvo breve. Mató de media perpendicular, después de hacer unas cosas
graciosas, que se rieron por unos y se aplaudieron por otros En el segundo no
estuvo ni gracioso ni breve.