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Rafael.
(Foto: gestauro.blogspot.com) |
El diario cacereño 'La Montaña' daba cuenta el 1 de noviembre de 1.924 de las andanzas de Rafael El Gallo en Sudamérica, recogidas de primera mano ya que Felipe Pérez, su mozo de espadas, había regresado a España para pasar unos días con su familia en Vitoria.
Felipe negó en primer lugar que Rafael, para poder vivir, hubiese dado lecciones de toreo o de guitarra. Sí dijo que entró en México con 15.000 dólares y un tubo de cobre lleno de monedas de oro del Perú. Allí se hospedó en el mejor hotel, “adonde van los multimillonarios”, desapareciendo al poco buena parte de su fortuna porque siempre iba acompañado de una cohorte de treinta personas que “viven a sus expensas y algunas no tienen otra misión que hacer de reír al Divino Calvo”.
Después se alquiló un chalet por el que pagó 1.000 euros mensuales y en el que daba a diario opíparas comidas. En tierras aztecas toreó once corridas y una tarde en Guadalajara, creyendo que el toro tenía 'química', no quiso acercarse a él. Un espectador le gritó: “¡Arrímate, cabeza de coco!”. Y le hizo tanta gracia que a punto estuvo de enfermar de tanto reír. Pero no se arrimó.
Rafael gustaba mucho de exhibir joyas y por 9.000 pesos se hizo con un brillante y otras tres alhajas de gran valor. Para prevenir un robo, habituales en aquella época en México, dispuso que Felipe hiciese guardia toda la noche a la puerta de su alcoba, sentado en un butacón y con una enorme pistola.
Pero las joyas tuvieron que ser empeñadas en 5.005 pesetas para ir a La Habana, donde había sido contratado en inmejorables condiciones económicas. Por desgracia, a causa de una campaña de la Sociedad Protectora de Animales, las corridas hubieron de suspenderse y la indemnización recibida fue de solo 2.000 pesetas. Pero al ir a cobrar el cheque, como el cajero del banco no lo reconoció, se negaba a pagárselas. Rafael hubo de destocarse mostrandole la calva al descreído mientras le decía: “¡Me conoce usted ahora!”. Al final, cobró.
En cuanto a las supersticiones el mozo de espadas puso en primer lugar la confección de los lazos de las zapatillas, a los que Rafael llamaba “conejos”. Si le salían bien, el mayor de los Gómez se convertía en un torero de lo más cabal, y si no, que era la mayor parte de las veces, no había manera de obligarse a arrimarse.
También refirió el mozo de estoques que en los momentos de melancolía se acordaba mucho de Pastora y que en esos días estaba en Caracas a la espera de encontrarse con Juan Belmonte para que este le prestase el suficiente dinero para volver a Sevilla.