'Toros y Toreros' publica en su número 77 de 21 de agosto de 1.917 la siguiente entrevista a Joselito firmada por Luis Uriarte en la sección 'Los toreros en la intimidad'. Las fotos son de Rodero:
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El arquitecto Espelius, Gallito y Luis Uriarte. |
En la plaza de Oriente, no es en el palacio real precisamente donde habita el rey de los lidiadores, el niño prodigio, esta verdadera maravilla del toreo, pasmo de los tiempos y anales tauromáquicos presentes, fiel contraste de los pasados y ejemplo de los venideros. A todo un señor que ostenta la pomposa y altisonante dignidad de Papa-Rey en los taurios nacionales, ¿qué menos soberbia mansión que un palacio más grandioso que el Vaticano y el monasterio de El Escorial juntos? Siquiera, siquiera, ¡voto á tal!, una casa lujosa, aunque fuese de vecindad... Pero entonces ya no se diferenciaría Joselito el Gallo, en cuanto á su idiosincrasia económica, de aquellos otros lidiadores cuya rumbosidad causa el asombro y aun la envidia de los menguados de espíritu...
Tuve que hacer antesala, como es de rigor en casa de los reyes, así no sean más que reyezuelos de pobres dominios, a veces imaginarios... Joselito, desgreñada la cabeza y ataviado el cuerpo con un modernista pijama, entró a rogarme que le dispensara unos minutos, mientras se vestía y arreglaba un poco... Me dispuse a no impacientarme ¿No habéis tenido que esperar alguna vez a que se vista una señorita o un torero? ¡Líbreos el destino de tal desesperación! No parece sino que cuentan las horas por minutos...
La estancia en que se consumía mi paciencia estaba modestamente amueblada: un par de butacas enfundadas, una mesita de centro, media docena de sillas de rejilla, pintadas con un verde indefinido y retocadas con purpurina descolorida, unos cuadritos en las paredes, una alfombra raída, que no debió de ser nueva ni cuando la fabricaron, y, como única muestra suntuaria, un piano antiguo a las claras y a las oscuras, en el cual comencé a tecletear perezosamente, para matar el tiempo, las notas
de un tango argentino.
Al cabo de un rato, menor de lo que yo barruntaba, Joselito se presentó luciendo un traje de última moda, la cresta bien atusada y una flamante camisa cordobesa, con chorreras caladas y recamadas y fastuosa botonadura... En sus labios gruesos y oblicuos, que se entreabrían a impulsos de una sonrisa natural, una frase amabilísima y aduladora me dejó un tanto sorprendido y casi hasta confuso, porque... Vamos; que no esperaba, lo confieso francamente, acogida tan afectuosa de quien ha llegado a tener cierta fama, al parecer exagerada, ya que no inmerecida', de orgulloso, de antipático, de engreído...
Como si lo hubiera leído en la expresión de mis ojos, fue lo primero de que me habló:
— Usté creia también que á mi no ze mé podía tratar, que yo era un antipático terrible, ¿erdá? Pues ya ve usté que no. ¡No, no y no, ca! Y le agradeceré muchísimo que lo diga, porque tengo gran interé en que ze deshaga eza leyenda de que zi yo zoy azi ó de la otra manera... Ezo me perjudica, y no eztá bien que ze paguen culpa que no ze tienen. Ve uno tanta cara, que a veces, zin darno cuenta... ¡Y bueno eztá ya! ¿De qué quiere usté que hablemo. Pero que no zea toros; porque ya, me han hecho muchízma coza ..
—Hombre... alguna cosilla...
— ¡Bueeeno! ..
—Dígame: ¿es cierto que usted opina en contra del tercio de banderillas?
—Verá usté: yo banderilleo mucho porque les gusta á los públicos y me gusta a mí; pero es poco práctico, y perjudicial para los matadores, porque los toros ze echan
mucho á perder.
— Y . . . ¿por qué no ejecuta usted la suerte de recibir?
Sonriéndose me contestó:
— Eso es mu aventurado... Y mu difícil, sobretodo ahora que tanto ze mira la colocación de la espá...
Hizo un gesto como para seguir hablando; pero no llegó á pronunciar una palabra. Discretamente, le dirigí otra pregunta para cambiar de tema.
—¿Qué público prefiere usted?
—En Sevilla es donde más me gusta torear; pero el público de Madri es el más entendido y zabe aplaudir lo que tiene mérito.
—¿Cuándo piensa usted retirarse?
—¿Ya quiere usté que me retire? ¡Quién piensa en ezo todavía! ...
— Pues ya tendrá usted dinero para vivir holgadamente.
—No tanto como se. cree la gente. Yo tendré ahorrado unos cinco míllones de reale. Además, ¿y la afición? No solo torea uno por dinero...
—Fuera del toreo, ¿qué otras aficiones tiene usted?
—Lo que más me gusta es acosar en el campo.
—Quedamos callados unos minutos: él, esperando mis preguntas; yo, mirándole algo extrañado, áa la despejada frente, en la que se clarea el cabello bastante, inequívoca señal de una calvicie, prematura...
—¿Y de amores, Joselito?
Se sonrió»; Estrujó un periódico, haciendo una pelota de papel... Se me antoja que hasta se ruborizó... ¡Como un enamorado!
— ¿Y la Lulú?
-Eso ya se acabó—replicó rápidamente.
—¿Qué fue lo que pasó con Parladé? Dijeron que hasta hubo tiros...
- Se ha fantaseado mucho... No hablemos de ello.
- Bueno, eso ya pasó. ¿Y ahora?
Joselito volvió a sonreírse y a estrujar la pelota de papel, y otra vez se me antoja que a ruborizarse...
—Ahora...
Se calló, como sí no se atreviese á mentir por no decir la verdad.
— Ahora, ¿qué?..,
— Sí; ahora me trae mu preocupao una de Madri.
— iHola! ¿Es rubia o morena? ¿Artista o no?
—Ezo ya no lo puedo decir, porque os enteraríais ustedes en seguida de quién es ella, y no está bien que yo lo diga. Bastante hago con decirle que me trae mu preocupao...
Así debía de ser, en efecto, a juzgar por la creciente nerviosidad del torero, cuyas manos iban y venían sin saber dónde detenerse ni con qué enredar... Insistí, para ver de sonsacarle algo más:
— Y madrileña, ¿eh?
Respondiéndome de un modo evasivo, me dio a entender que serían inútiles mis esfuerzos para enterarme de lo que realmente no me importaba:
—No lo zé... Ella está en Madrí... .
Y el rey del toreo, bajando la vista como un chiquillo avergonzado delante de gente desconocida, se acariciaba el cabello que ya clarea en su despejada frente...
Para mí que Joselito está más que mu preocupao: está mu enamorao.
Después de todo, ¿qué tiene de particular? ¡Señor mío, si está en la edad!