La revista madrileña Pan y Toros publicó en el número 54, de 12 de abril de 1897, un interesante artículo firmado por Don Cecilia en el que daba las primeras impresiones sobre el Divino Calvo, que por esa época había debutado ante el público. La publicación, cuya sede estaba en la calle Chinchilla, 7 bajo, tenía dos directores: Leopoldo López de Saá se encargaba de la parte literaria y F. Navarrete y Sierra de la artística.
Rafael Gómez Gallito en 1.897. |
No cabe duda alguna de que heredar la profesión de nuestro mayores es una de las mejores herencias. El médico o abogado que hereda la clientela de su antecesor, el comerciante cuya razón social sigue en la plaza con el nombre de sus antepasados, como garantía más completa para el negocio, el industrial, el literato, el cómico y hasta el torero, tienen con la herencia de la profesión, una base de gran solidez para el progreso de sus futuros ejercicios.
En esto se nota, más que en ninguna otra profesión, esta influencia hereditaria. Las figuras más salientes del toreo han heredado las cualidades buenas y hasta los defectos se han visto de relieve en su oficio. De Curro Guillen, descendía Cúchares y Manolo Arjona; de éstos, Currito y Buitrago; Redondo era sobrino de Montes; Lagartijo, hijo del Niño de Dios; el Gordito, hermano de José y Manuel Carmona; el Gallito, hermano de José Gómez, famoso banderillero de Lagartijo, y ¿para qué más? En el barrio de Santa María, de Cádiz, vivió muchos años la señá Gabriela, la cual llevó en su seno una escuela de tauromaquia (según un ingenioso dicho del barrio), pues fue madre de los Lavi, Francisco Ortega (el Cuco), Manuel Ortega (el Lillo), Enrique Ortega, Antonio Ortega (el Marinero) y el célebre José Ponce, y de otros que no lelgaron a brillar en el arte como los ya citados; poderosa razón es esta para que el joven que ligeramente se biografía, y que es nieto de esa señá Gabriela y el mayor de los hijos del célebre matador de toros Fernando Gómez El Gallito así es, que tanto por la línea materna como la paterna, Rafael Gómez decimos, lleve la sangre torera. Desde muy niño, pues apenas contaba siete años, toreaba Rafael de salón de manera magistral, causando la admiración a todos los que acudían a la huerta de su padre a verle ejecutar las más difíciles suertes del toreo, encontrándose en él una gran decisión para torear las reses bravas que encerraba su padre para ejercitarse en los meses de descanso, consiguiendo ejecutar los quiebros con limpieza.
Muchos aficionados, amigos de Fernando que acudieron a verle torear a la huerta y a la plaza que tiene Reverte en Alcalá del Río, aconsejáronle que lo dedicara al arte, resistiéndose aquél bastante, pues todo el que conoce al Gallo sabe la pasión que tiene por sus hijos, por lo que siempre estuvo indeciso, pues su gusto hubiese sido dedicarlo a una carrera donde su vida no tuviese la constante exposición que tiene con los toros.
Rafael ha recibido de su padre muchas lecciones; de él ha oído explicar el toreo, sistema desconocido en los maestros del arte de Montes, quienes enseñaban únicamente en los momentos de practicarlo; pero Fernando Gómez ha tenido el don de saber muy bien hablar de toros y exponer con gran claridad el modo de ejecutar las suertes con todas las reglas del arte.
En resumen, Rafael Gómez promete ser mucho, cuenta ahora unos dieciséis años, es arrojado como lo justifica su debut en la plaza de Valencia, a pesar de lo impresionado que estaba al torear por vez primera ante un numeroso público; es muy simpático y tiene una buena estatura, ejecuta los cambios con gran soltura y limpieza, su toreo es muy adornado, notándose la tendencia de seguir la escuela sevillana, legítima herencia de su padre, el que sin disputa ha sido en ella uno de sus más notables continuadores y hoy su indiscutible maestro.
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