Rafael opina. |
Continúa en esta entrada la entrevista a Rafael El Gallo que E. G. Sansegundo firmó en el rotativo 'El Liberal' el 10 de junio de 1.926:
"- ¿…?
- Yo toreo con todos los toreros, con el mismo gusto, y a todos aprecio. Claro que unos estilos me gustan mas que otros, pero creo que de todos los que visten el traje de luces tengo algo que aprender.
- ¿…?
- No, no diré ningún nombre de los de ahora. En cuanto a los antiguos, los nombres de los que fueron algo están en la memoria de todos los aficionados, y eso mismo -añade Rafael- pasará con nosotros. De los que valgan se acordará la gente; los otros, al montón.
- ¿…?
- No, cosas graciosas allí, ninguna que contar. De las otras, puede; de las no graciosas, de las desgraciadas.
- ¿…?
- Sí volveré. Ya me han ofrecido contrato para unas corridas a buen dinero, pero todo depende de la temporada que haga en España. Aquí, de momento, tengo hechas veinte corridas y no quiero hacer más hasta ver qué pasa en ellas.
- ¿…?
- Sí, de eso del dinero que he ganado se ha hablado mucho. Yo, aunque quisiera, no podría decir la verdad porque no lo sé. Se ha ganado, añade, lo que se ha podido, y se ha gastado lo que ha sido necesario y puede que un poco más.
- ¿…?
- ¿Hablar de otra cosa que no sean los toros? Yo no sé ni quiero hablar más que de eso.
- ¿…?
- Sí, tengo mi opinión y la daré en forma cuando me la pidan. La suerte de varas, tal como hoy se practica, es insustituible. Podrá aminorarse el riesgo para los caballos pero… Bueno -dice Rafael- de eso no quiero hablar una palabra.
- ¿…?
- Nada de eso. Yo nunca he sido mujeriego en el sentido que habla la gente. Lo primero el toro, el toro… Claro está que ha habido, hay y habrá, pero… al toro, al toro, repite Rafael, riendo socarrón, al ver que nos damos cuenta de que las pruebas que hay, están en el balcón del hotel, viendo pasar la gente por la Rambla.
- ¿…?
- No, eso no – dice muy recio el torero gitano-. Aquello acabó el día que, deshecho nuestro matrimonio, ella salió de casa. Luego no la he vuelto a ver.
Al llegar a este punto la conversación, Antoñito ‘El del lunar’, el hombre de confianza del Gallo, avisa que es tarde.
Es preciso cenar y salir a la calle -dice- para que la gente vea que Rafael, a pesar de la cogida de Cáceres, puede torear.
- Fue un mal percance -nos dice, levantándose el pintoresco torero-. Me tiró el toro un gañafón a este muslo derecho como para quitarme el tipo. Ahora ya estoy bien. Casi cerrada la herida se abrió un poco -añade- toreando hace dos días en las dehesas del duque de Tovar. No me estorbará mañana; lo que hace falta es suerte y que los toros embistan.
Deseándole todo esto nos despedimos de Rafael y salimos a la calle.
En la Rambla, frente al hotel, la afición, los que en el sol de las tardes buenas le ovacionan y las desgraciadas le injurian, esperan al torero gitano para rendirle homenaje de su admiración.
Mientras sepa sostener este fuego, toreando bien o toreando mal, toreando en la plaza o toreando en la calle, el Gallo será, a pesar de la acción del tiempo, una figura en el toreo.
El Cid ganó batallas después de muerto."
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