A continuación se ofrece la reflexión de
Marcelino Álvarez ‘Marcelo’ sobre las actuaciones de Rafael en el abono
madrileño del mes de mayo de 1915. Aparecen en su libro Arte y dominio: las grandes ferias. Madrid en mayo.
Tiene su apodo popular y de
abolengo y, sin embargo, todo el mundo le llama Rafael.
Parece que nombrándosele así
resalta más su figura artística y se le da más relieve a su arte afiligranado,
a la pureza de la ejecución, a la genialidad del artista.
Rafael es hoy el torero
consagrado, el maestro. Sobre la candente arena luchan su hermano. Belmonte,
Vicente y algunos otros; todos tienen partidarios y enemigos. A Rafael no se le
discute; todo el mundo siente veneración por su arte; y cuando el torero se
apresta a desarrollar una de esas sugestivas faenas de muleta, de las que tiene
el secreto, los espectadores experimentan una sacudida de placer y siguen
embebidos, extasiados, los mil lances caprichosos y espontáneos de la ejecución
inspirada del maestro.
Las ovaciones que a Rafael se
le prodigan no son parecidas a ninguna. Su popularidad es general, grande,
máxima.
El gran torero recoge hoy el fruto de su labor
escabrosa desarrollada en años anteriores, cuando los enemigos le brotaban como
erupción cutánea .
Hoy, tan torero como ayer y tan
genial como siempre, continúa con su muleta sembrando ma ravillas y en las
Plazas sigue laborando a toda máquina en la cimentación de su crédito.
Decrépito, pobre de naturaleza,
sin facultades en las piernas y de enfermiza constitución, lucha con el toro y
sólo sabe de la vida que si una tarde está mal, lo vuelven loco a pitazos, y
que si torea a gusto, las palmas se oyen desde Madrid en los almacenes de las
grandes fábricas de Cataluña.
Rafael Gómez el Oallo es un revolucionario del
arte de torear. Rafael ha logrado con las bellezas de su inspirada ejecución
demostrar a los enemigos de la fiesta española, de esa fiesta sugestiva y
matizada de primores valerosos, que el toreo es arte; arte elevado a la quinta
esencia cuando el hijo del inolvidable Fernando se dirige al toro dispuesto a
manejar la franela con esa salsa única, nativa y extraordinaria, de la que es
dueño absoluto.
Rafael es un fenómeno con la
muleta en la mano y hace con ella verdaderas locuras artísticas,
incomprensibles para los que no han tenido la fortuna de verlas, e inenarrables
para los que tienen la sagrada obligación de comunicar al público lo que en la
Plaza ha pasado.
Esas grandiosas faenas del
inimitable maestra nunca tienen en la Prensa la expresión fiel de su verdadero
valor, porque es difícil seguir paso a paso las filigranas que el torero pone
sobre el tapete en cinco minutos, cuando erguido y en la plenitud de su dominio
abre cátedra. Los más entusiastas partidarios de su toreo, yo por ejemplo,
sufren y padecen lo indecible cuando sobre las .cuartillas tienen que dar forma
a lo que el torero ha hecho.
A mí me entusiasma las tardes
felices del artista y me salgo a tomar una cerveza a los pasillos cuando
aprecio que va decidido a estropearle la tirilla al enemigo.
Es genial Rafael, ¡qué duda
cabe!; pero es un torero enorme, que hace olvidar en unos momentos las
amarguras pasadas.
Pero en estas cinco corridas ha
tenido al público de uñas, y en verdad que no hubo siempre razón para ello,
porque con la muleta estuvo valiente, maestro, decidido, a pesar de tener la
desgracia de tropezar con enemigos poco francos.
Es que el público espera
siempre de él la gran Jaena, y cuando no puede hacerla, su contrariedad la
manifiesta con expresivas demostraciones, más severas que con otro cualquiera;
pero le quieren tanto, que al aplaudir también son pródigos con arrogancia.
Yo no sé más, con relación a
este torero, que unas veces por bueno y otras por malo, siempre se habla de él
y siempre concluyen todos por recordar tal o cual faena de esas que él solo
ejecuta y en las que aparece el arte del toreo en todo su esplendor.
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