L. Moya de Arpí firmó los artículos aparecidos en el álbum de 'El Eco Taurino' sobre los diestros más destacados en 1912. Estas son las palabras que dedica a glosar la figura de Rafael Gómez 'Gallito':
Enrique Moreno fue un buen aficionado de su época y un practicón en estos menesteres de empresas y apodamientos. Frascuelista hasta la médula, pero el mejor amigo de Fernando Gómez y el más acérrimo defensor que tenía Lagartijo en el bando contrario. Una tarde en el café de Europa, de Zaragoza., me presentó al maestro Gallo. Estaba ya el señor Fernando en el ocaso de su vida torera, que fue su vida toda, pero aún conservaba los rasgos que daban a su fisonomía un aire agitanado y atrayente. Algo chaparro, con el belfo inferior caído y la mirada un si no es lastimosa y plañidera . Al día siguiente toreaba en Tudela, de Navarra, una de sus última s corridas, quizás la última! Y bien se portó el veterano con el primer pavo de Zapata que le tocó en suerte: un toro muy largo y muy descarado de pitones. Pocos pases seguidos con la mano izquierda, y sobre el mismo terreno a matar con habilidad. Media estocada delanterilla hasta donde alcanzaba el brazo, y a otra cosa. Por la noche, cuando regresábamos a Zaragoza, el maestro venía triste.
—¡Ya no puedo —nos decía.
—¡Estoy muy viejo, amigo Enrique!
Gallito en el álbum referido. (Fotograbado: F. González) |
Hombre, ¿por qué no haces algo por mi Rafaelito? E l niño es canela en rama. —Haré lo que pueda — contestóle Moreno. —Descuida. Es cosa mía. Y Enrique Moreno cumplió su palabra. En la primera ocasión lo presentó en Zaragoza en calidad de novillero. Y qué maña se daría Rafaelillo, que después la Empresa, por conveniencia propia, le volvía a poner en el cartel, alternando con el buen maestro en marrullerías, Morenito de Algeciras, y con una novillada guapa de Trespalacios.
El éxito fue redondo, y el artista del toreo aclamado, y tal el entusiasmo que sus faenas despertaron entre los aficionados de la heroica ciudad, que al domingo siguiente vino la tercera presentación de este muchacho, con una media corrida que había de estoquear él sólito. La fiesta comenzó admirablemente con un lleno completo y una animación extraordinaria. En el primer toro la cosa fue bien y en el segundo todavía mejor, hasta que salió el tercero, un torete navarro de recortada lámina. El hijo del señor Fernando echóse el capote al brazo, y así continuó dejando que hicieran los quites los individuos de su cuadrilla . ¡Estará cansado! —decían unos. — ¡Se reservará para después! —añadían los otros, también a modo de disculpa.
— Pasó el segundo tercio y llegó la hora fatal, y mi buen Rafaelillo tomó los trastos. No he visto nunca mayor habilidad que la de aquel muchacho, para ir precisamente por donde no iba el toro. Y así pasaron cinco minutos, y el público comenzó a impacientarse, y pasaron otros cinco, y el respetable traspasó los límites de la paciencia. Entonces el señor presidente llamó al diestro, y en tono de reproche le preguntó:
—¿Pero es que no quiere usted matar al bicho?
—No, señor, —respondióle secamente el muchacho.
—¡Pues irá usted a la cárcel! —gritóle el U . S.
—Pues como U . S. ordene —contestó el mozo. Y , en efecto, momentos después y ante la rechifla general del indignado concurso, el hijo del señor Fernando ingresaba en la cárcel vestido de torero...
Han pasado algunos años y ha sido larga la ausencia de este diestro en Zaragoza. Sin embargo, los aficionados de por allá no han perdonado todavía a este diestro la amarga decepción de aquella que, por entonces, fue su última corrida de novillero.
Gallito es el vivo retrato de su padre, algo más esbelto en la figura y algo más artístico en muchos de sus detalles de torero. Por lo demás es el mismo, con todos sus aciertos y con todas sus desigualdades, y como su padre seguirá toreando hasta que se rinda al peso de los años o al golpe de los infortunios, mimado unas veces y otras censurado agriamente, pero siempre con amigos y admiradores en el bando contrario.
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