Alejandro Pérez Lugín, más conocido como Don Pío, publico en La Tribuna el siguiente artículo en 1912:
¡KIKIRIKÍ!
Sevilla.- Café Royal.- El gallinero
- Mañana se explayará usted cantando a Gallito...
- ¡Digo!...
Y ahora me encuentro con que no sé qué decir. He sido gallista desde el primer día que, de novillero, vi torear al hijo de su padre, que también me gustaba mucho. He defendido a Gallito y he proclamado a los cuarenta mil vientos mi gallismo, cuando era un atrevimiento inaudito, un pecado mortal, cuya remisión ni al mismo Papa de Roma era permitida, ir contra las definiciones que al Consejo general del trust, monopolizador del toreo, se le ocurría lanzar.
Don Pío |
Entonces, yo, que he dado nombre a algunas cosas malas y buenas de este torero -yo fui quien bautizó las 'espantás'-, definí a Gallito.
El torero artista
¡Jesús, María y José, cómo se pusieron conmigo!
- Ese lo que quiere es llamar la atención con posturas inverosímiles, absurdas.
- Lo mejor es no ocuparse de él, no nombrarle.
- Sí, sí. Que trabaje en silencio... Don Modesto, ¿por qué le cita usted?
- Pero hombre, si es amigo mío...
- Nada, nada. No hay que citarle.
¿Y qué? Contra la verdad no puede nadie. Un día y otro se le podrá ocultar a las gentes, pero llega siempre el momento en que se impone, y sus rayos gloriosos iluminan a todos.
¿Y ahora, qué? ¡Hay alguien capaz de poner en dida nada de cuanto yo vine afirmando, a propósito de Gallito y su categoría, un día y otro y otro en artículos y en conversaciones y en aquel Libro de Gallito, en el que puse a mi firma el aval de las autorizadísimas de Guerrita y Fuentes?
- Gallito es la estética del toreo -dijo Antonio.
- Es un asombro -dijo, a su vez, Guerrita-. Hay que quitarse el sombrero. Yo soy un aficionado viejo y me he puesto en pie viéndole torear...
Y anoche, en el andén del Mediodía, cuando los toreros y aficionados, fueron a despedir al César, quisieron describirle, todavía emocionados, la faena que acababa de ejecutar el torero artista ante el asombro de 13.000 espectadores, que declararon, ebrios de entusiasmo, no haber visto nunca cosa semejante. Guerrita, que no ha hecho en Madrid ninguna de las frases que se le han atribuido, dijo estas palabras:
- No me digáis 'na', porque yo sé muy bien de lo que es capaz ese torerazo...
Pero ¿cómo fue esa faena de la que por las pícaras necesidades del ajuste, que obligaron a reducirla a breves líneas en la imprenta, apenas tuvieron noticias nuestros lectores?
- ¿Han visto ustedes -me decía anoche un buen aficionado- que cuando Gallito hace una gran faena de éstas no hay modo de saber cómo fue? "Hizo una faena magistra", escribe uno de ustedes. "Dio una serie de pases artísticos, emocionantes", pone otro, "Aquello fue indescriptible", dice el de más allá.
Cierto, ¿Pero aunque se pudiesen enumerar todos los pases de una de estas faenas, tendremos con esto la descripción, siquiera noticia detallada, de la labor del que Don Modesto -Don Modesto, que fue el primero que me salió al paso cuando yo le llamé a Gallito el torero artista...-llama hoy "el gran artista del toreo"?
¿Qué saca con decir de esta faena que los aficionados recordaremos de por vida y comentaremos muchas veces hasta en la mismísima gloria, adonde iremos derechitos , en gracia a lo mucho que hemos sufrido otras tardes en los toros, que Gallito la comenzó con un cambio y la continuó luego con un pase por alto, otro ayudado por bajo, uno natural estupendo -sencillamente- el mejor pase natural que se ha visto-. otro ayudado, otro natural magno, dos de molinete divinos y tres con cambio por la espalda?...
Pero ¿y la gracia, y la gentileza, y el garbo, y la elegancia, y el clasicismo, y el arte con que todo ello fue ejecutado?
¿Qué pluma pinturera, entusiasta e impresionable es capaz de describirlo?
¿Dónde se encontrarán adjetivos con toda la enorme fuerza de expresión necesaria para elogiar esta labor emocionante, inspirada, genial... "única"?
Es Gallito un artista excepcional, grande hasta en sus fracasos, que, precisamente por ser él quien es, los tiene; no por medroso ni por apático, sino como sombra que acusa y evidencia el mérito incuestionable de su arte.
En Gallito se juntan, en feliz e inverosímil consorcio, el más puro clasicismo y el romanticismo más apasionado. Una veces es cualquiera de los grandes maestros en que aprendió: Lagartijo, Guerrita, su padre, y otras es él, él solo.
Gallito repentiza, inventa en la cara del toro, y de ahí todos esos pases indescriptibles, que sólo se ven una vez: esos movimientos del capote, que sorprenden y encantan y no tienen clasificación ni nombre posible.
- Gallito lo fía todo a la inspiración del momento -me dijo también Guerrita cuando me habló de él.
Con los demás va usted a golpe contado, ya sabe lo que va a ver; con éste no; siempre tiene usted una sorpresa.
Ayer fueron una serie de ellas las que nos regaló Gallito. Hasta en los lances usuales puso una salsa de gitanería y de gracia que los hizo completamente nuevos.
Velázquez y Goya a un tiempo; Víctor Hugo y Chateaubriand, Zorrilla..., y todo el mágico Rubén. "Gallito es el Rubén Darío del toreo", escribí yo en El libro de Gallito, y ya puede agradecerme el reclamo la Biblioteca Renacimiento, su propietaria.
De la calidad de la faena sólo da idea la actitud del público que, emocionado y silencioso vio a Gallito marchar, paso a paso, hacia el toro con la muleta plegada en la izquierda, y alegrándole "a cada andada", y luego gritaba, rugía de entusiasmo a cada pase, a cada movimiento del artista, que, reposado y sereno, dominador del público y de la fiera, era el única que permanecía libre de la emoción general, metido sólo en su obra, recreándose en ella, asombrándonos cada vez más, con nuevas irradiaciones de su arte, de su inspiración soberana.
Los toreros que estaban en la plaza permanecían inmóviles de asombro. Los del callejón aplaudían y gritaban, y el público, ebrio de júbilo, de entusiasmo, de admiración, aclamaba a Gallito como el más grande, el más genial, el más asombroso artista del toreo.
Se acabó la corrida; se lo llevaron en hombros, y el público entero permaneció en pie en los tendidos, en las gradas y los palcos, aplaudiendo y vitoreando a Gallito; aplausos y vítores que se repitieron en la calle hasta la fonda.
Luego, aquí tuvo Gallito una segunda apoteosis, que él agradeció profundamente.
Los que más encarnizadamente le han discutido y negado dan muestra de una nobleza digna del mayor aplauso, acudiendo a felicitarle. Gallito y los "gallistas" agradecemos mucho estas manifestaciones, que prueban que por encima de todas las luchas y apasionamientos está la nobleza de los corazones bien nacidos.
Gracias, muchas gracias.
Cuando más gente había en el cuarto de Gallito, apareció un señor modesto, a quien nadie, fuera del que suscribe, conocía -es una de las más gloriosas ilustraciones del Cuerpo de Ingenieros de Caminos-, y se acercó a Rafael!
- Yo soy un aficionado antiguo -le dijo- que vengo a darle a usted las gracias por esta faena prodigiosa que acaba de ejecutar y a traerle esta caja de habanos. Hágase cuenta de que se los he echado al redondel.
Gallito nos convidó anoche a cenar a los partidarios más antiguos, los que en los días de éxito como en los de fracaso hemos conservado la fe en él. No llegábamos a la docena... Ahora, los que creen en el torero artista se cuentan por millares. Llegó la hora de la verdad.
Con nosotros comieron anoche dos personas, cuya presencia en aquella mesa, a la que yo me sentaba por primera vez, pues nunca había comido con Rafael, tenía una significación que no se ocultará a la perspicacia de los lectores.
Era una de ellas el conocidísimo aficionado y "lagartijista" acérrimo don Joaquín Menchero -¡viva Lagartijo!-, y el otro, nuestro Tomás Borrás, el enemigo de los toros, a quien en una mala tarde ha conquistado el arte del taumaturgo del toreo...
Lector, perdóname. Yo debía haber escrito hoy el artículo definitivo de Gallito...; pero no acierto. Hazte cargo.
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