miércoles, 7 de noviembre de 2012

MUERE LA SEÑÁ GABRIELA


La muerte de la señá Gabriela quedó reflejada en el número 152 de La Lidia, aparecido el 31 de enero de 1919. Gabriela Ortega Feria fue una excelente bailaora y buena cantaora, conocida en el mundo del arte flamenco. Nació en Cádiz el día 30 de Julio del año 1.862 en la calle Santo Domingo, 28, y murió  en Sevilla.  Sus padrinos fueron Cristina Ortega Díaz y el matador de toros José María Ponce Almiñana. Trabajaba en el primitivo Café del Burrero, después llamado de La Escalerilla, cuando la pretendió el torero Fernando Gómez Gallo, y algunas noches aparecía por allí e invitaba a todo el personal del cuadro de la casa, organizándose unas juergas memorables que a veces tenían continuidad en la antigua Venta de la Victoria. Se casó con él y tuvo tres hijos toreros...




LAS HEROÍNAS DE LA FIESTA

Doña Gabriel Ortega

J. SERRANO TOMÓ EL ÚLTIMO RETRATO DE LA
SEÑÁ GABRIELA.
Para Joselito Gómez, como tributo de amistad.

¡Murió la madre de los Gallos! ¡La señora del Sr. Fernando! ¡Dios la tenga en la gloria!

El hecho de ser madre es ya de por sí una cosa bastante seria para admirar a la mujer.

Según cuenta la Historia, quiso Nerón al morir Agripina, ver dónde tuvo albergue su cuerpo, que consideraba de sublime artista y de semidiós. Aquel bárbaro acto de un loco tan grande como Nerón, lo justificaba la egolatría del César, en quien pensaba existía un extraordinario artista, y como cosa extraordinaria  quería ver el cuerpo de su madre donde albergó tal maravilla.

Si los autores de las obras maestras se glorifican, ¿por qué no hemos de ensalzar hasta lo más sublime a la autora de la figura más grande del toreo de este siglo, y quizás también de los demás siglos?

La Sra. Gabriela, como familiarmente la llamaban todos sus amigos y la afición toda, poseía dotes inagotables de bondad y generosidades sin fin. Nadie llamó a su puerta que no fuera bien recibido, y a todos, magnánima, socorría, desprendiéndose con largueza las más de las ocasiones.

Fue como esposa un modelo de compañera, con una ternura infinita, con una sublime bondad, con un gran sentido del cumplimiento de su deber; vivió para el señor Fernando, e hizo de su estado una religión, un ideal de su vida, de su hora un paraíso.

Bienhaya la vida que crea mujeres como doña Gabriela Ortega.

Madre, esta noble señora ha cumplido la más alta misión de su vida con un celo y un amor tan fuerte como digno, tan intenso como inefable. Todas las exquisiteces de su ternura, todas las sublimidades de su gran corazón puso siempre ¡madre amantísima! a contribución de sus hijos y ofrendó su vida en holocausto de su bien.

EL CORTEJO TRANSCURRE POR LA ALAMEDA
DE HÉRCULES.
Viuda, y con una prole de pequeños, tuvo que luchar enormemente para que salieran adelante, y luchó denodadamente, hasta que Rafael y Fernando empezaron a ganar algún dinero, manteniendo siempre la fe en sus hijos y procurando su porvenir.

La figura de esta señora es como la de todas las madres, interesantísima y de un valor positivo como tal, pero donde empieza a diferenciarse de las demás es con el nacimiento de Joselito. ¡Ahí es nada, ser la autora de ese gran genio del toreo!

¡Qué vanidad más justificada la de esa madre; rasgó sus entrañas para parir a un héroe! ¡Un héroe! 

¡Joselito! ¡Maravilla! ¡El Papa! Si la vida no le hubiese ofrecido otras satisfacciones, le bastaría con ser la madre de José Gómez Ortega para morir tranquila y feliz.

No todos los días surgen hombres como Cervantes, como Velásquez, como Wagner, como Joselito. 

Hombres cumbres en sus profesiones, héroes que nacen para glorificar el arte que practicaron abrazándose a él con la exaltación de la fe que en sí tenían. La humanidad y la historia tributan los honores que merecen tan colosos artistas, y perpetúan su memoria con toda la justicia a que se hicieron acreedores por sus obras maestras imperecederas.

Por eso hoy, al morir la madre de los Gallos, la madre de Joselito, no quiero se me olvide la gratitud que debemos todos los aficionados, y bendecir el momento que dio el ser al último de la dinastía de los Gómez Ortega, y al primer de las figuras contemporáneas del toreo. ¡El genio de la torería!

¡Salve excelentísima madre! Tus hijos bendecirán tu nombre mientras vivan, y como yo, todo buen aficionado no olvidará nunca a la señora Gabriela, a la madre de los Gallos, a la bendita madre que parió a Joselito.

DURABAT

El entierro de la madre de los “Gallos”

El lunes se verificó el entierro de doña Gabriela Ortega.

En las primeras horas de la mañana se dijeron misas en la capilla instalada en la planta baja de la casa.

A las diez se verificó el traslado del cadáver al cementerio de San Fernando, constituyendo el acto una imponente manifestación de duelo, estando representadas todas las clases sociales.

LA COMITIVA LLEGA AL CEMENTERIO.
El cadáver iba encerrado en una caja artística de ébano con incrustaciones de plata, que fue sacada en hombros desde la casa mortuoria por amigos y parientes de la familia, conduciéndola hasta las afueras de la población, depositándola después en una carroza de gran lujo.

Componían el duelo los hijos de la finada; sus hijos políticos, Sánchez Mejías, Cuco y Almendro; el apoderado de Joselito Manuel Pineda; el representante de la Empresa de Madrid, Juan Soto; el guardián del convento de los capuchinos y algunos parientes.

En la comitiva figuraban todos los ganaderos y matadores, incluso Belmonte y su hermano Manolo, que han llegado de Utrera, donde están pasando una temporada; banderilleros, picadores, aristócratas, obreros, aficionados y representaciones del Club Gallito y de la Hermandad de la Macarena.

Figuraban en el cortejo más de 500 carruajes y automóviles.

Por expresa voluntad de los hijos de la finada sólo figuraba en la carroza una corona con la siguiente inscripción: “Madre del alma. Tus hijos”.

La Alameda de Hércules estaba desde las primeras horas de la mañana abarrotada de público, así como las calles que recorrió la fúnebre comitiva, siendo imposible dar un paso.

El cadáver recibió sepultura en el panteón adquirido por Joselito recientemente, y donde reposan los restos de Fernando Gómez. 

El acto demostró las grandes simpatías con que cuenta Joselito en Sevilla.

Se han recibido centenares de telegramas y telefonemas de toda España testimoniando el pésame a los hijos.

Nos asociamos de todo corazón al dolor de la familia de Joselito, que pasa en estos momentos por uno de los trances más terribles de la vida, y que les sirva de lenitivo el pensar el sentimiento de los amigos y de la afición en general.

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