miércoles, 7 de agosto de 2013

LA RETIRADA DE EL GALLO Y EL GENIO ESPAÑOL

Javier Vellón remite el siguiente texto para su publicación.

Cabecera de La Vanguardia.
En numerosas ocasiones la prensa anunció la retirada de Rafael el Gallo. En el artículo que a continuación se reproduce (La Vanguardia, 19 de agosto de 1915), el periodista que firma con el pseudónimo de Ariel, reflexiona sobre la supuesta retirada de el Gallo, el genio del torero y la esencia de lo hispano, en la línea noventayochista.


Algunos periódicos han dado la sensacional noticia: el Gallo se retira a la vida privada, cansado de toros y de broncas; se va el divino calvo a su casita y deja que otros se disputen el reinado del mundo taurómaco. Cuentan que algunos buenos aficionados, al enterarse de esta nueva desdicha que se le viene encima a España — ello es algo así como si se acabara el sol — lloraban copiosamente, como plañideras en los entierros orientales.

Rafael y sus puros...
No es nuestra costumbre dar noticias directamente relacionadas con el arte del toreo, único arte verdadero y castizamente español,al fin y al cabo, de cuantos se cultivan en este delicioso país, donde todo es imitación, o adaptación o traducción. Pero la retirada del Gallo tiene demasiada importancia para quela pasemos en silencio. El Gallo ha sido tan genuino representante de nuestra neutralidad como el mismísimo don Eduardo Dato; el Gallo ha preocupado más a la nación que el terrible conflicto europeo el Gallo ha hecho latir, con el impulso del entusiasmo, a miles y miles de corazones españoles y ha puesto en movimiento acelerado, durante algunos años, las plumas periodísticas, las rotativas, el telégrafo, el teléfono, los ferrocarriles y todo el sistema vital de la afición. El poeta que osó detener la marcha del sol, ineficazmente, hizo menos que este gitano jacarandoso, ante cuyas intermitencias de su genio toreril, se ha sentido España embobada, o entusiasmada á indignada. En otro país habría sido el Gallo acaso un Shakespeare, o un Pasteur o un Moliere; aquí ha sido mucho más: ha sido un ídolo, un dios. Como Júpiter, fue rey en su Olimpo y por encima de, otros dioses hizo valer su soberanía inaccesible y única.

Hay quienes guardan del Gallo, como reliquias preciosas, cuatro pelos de su coleta, la colilla de un cigarro, o algunos abalorios de su traje de luces o los residuos de sus uñas; hallazgo verdadero este último, porque el superhombre, avaro de la gloria que le empapa toda su personalidad cañí, no se desprende de sus uñas fácilmente, y cuentan que se las corta muy de tarde en tarde y sólo por complacer a los amigos, que no le dejan en paz pidiéndole algo suyo y de lo más adherido al individuo.

Un Rafael veterano.
Pues bien: ya se va el Gallo, ya se retira el coloso. ¿Podrá ahora España pensar un poco en sí misma, apartada de esta sugestión gitana que se desvanece en manos de un peluquero? ¡Ay, no; pues ya dice el cantar que «a rey muerto rey puesto», y hemos de creer que el gallinero no se quedará vacío!

Y he aquí que la retirada del Gallo no nos parece ahora más que un incidente, un traspaso, o quizás mejor una sucesión.



Porque es el caso que España tiene muchos Gallos en la cabeza.

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