El
26 de mayo de 1917 el Heraldo de Madrid
publicó una extensa entrevista con Rafael. Varias de las preguntas se centraron
en la superstición.
-¿Entonces lo de usted es superstición?
-Una papa, hombre. Una papa como er
peñón de Gibraltar.
-¿No le molesta encontrar un entierro
cuando va a la plaza?
-Ni tanto asín. Claro es que prefiero
toparme con un bautizo, pero si me topo con un ataúd, no me ze arruga, no,
porque demasiado sé, como cantaban los frailes, ‘morir habemus’. La gente,
conmigo, ¡anda más equivocaízima! Una ve, en primer año de mataor de toros, me
fui a Valencia y le pedí al empresario pa toreá otra corrida, mir duros. El
hombre intentó convenserme y al final me dijo: “Mira, Rafaé, que voy a mandá
que pongan calaveras en los tendidos”. Y yo: “Por mí que pongan también ataúdes
y sipreses y lechugas”. Y con calaveras en la entrada toreé con Emilio
‘Bombita’.
-¿Y las bichas?
-Nómbrelas por su nombre, que no me
importa. En toa España me las han tirao.
-¿Y qué ha hecho usted?
-¡Toma! Reíme. En Graná, toreando yo con
Machaco y con el Cohero me tiraron una liaíta en un papé y yo me la metí en er
borsiyo y banderiyé y maté a un toro superiormente. Ahora en Barcelona me
mandaron una de gran trapio al hotel, con una carta que chorreaba mala sangre
por los cuatro costados. Siento que la hayan partío porque pensaba ponerla con
las ‘bichas’ en un cuadro pa adorná mi despacho.
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