‘El Adelanto’ de
Salamanca publica en su edición de 21 de febrero de 1911 un extenso
artículo sobre la boda de Rafael Gómez ‘Gallo’ y Pastora
Imperio.
SE
CASÓ EL “GALLITO”
Sin
preámbulo
Esta
historia no necesita preámbulo.
En
la memoria de nuestros lectores estará fresca todavía la noticia de
la famosa escapatoria de uno de los reyes del toreo con una de las
reinas del tablado.
Dio
tanto que hablar la famosa historia, que hasta en países remotos se
deleitaron ante la fotografía de los dos enamorados héroes de la
escapatoria.
La
poderosa fantasía del periodista extranjero colocó la aventura al
lado de la figura de Escamillo.
Minuto
y Gallo
Minuto
es un gran amigo del Gallo. Durante la estancia del famoso torero en
Madrid no ha pasado un día sin que Minuto le haya visitado en su
residencia del hotel.
Enrique
Vargas le había dicho muchas veces al Gallo:
-El
día que te cases, o soy el padrino de tu boda o regañamos para
siempre.
El
Gallo asintió.
Además
de la antigua amistad, el Gallo tiene por su amigo Vargas un respeto
rayano en veneración; pídele consejo con frecuencia y lo sigue
confiado.
En
toda la historia de esta amistad hay un momento culminante, gracioso
y a la par serio: la escena de ayer en el hotel Inglés.
Son
las seis de la tarde. El Madrid callejero bulle. Júntanse en grupos
en la calle de Sevilla los taurómacos. Pasa Minuto por entre los
grupos apresuradamente; no puede, sin embargo, evitar alguna que otra
parada con los amigos, que le llaman. Llega al hotel Inglés, sube a
la habitación de su amigo y allí encuentra la sorpresa.
Frente
a un espejo de tres lunas está el Gallo, vistiéndose una americana
negra.
Ayudado
por un criado da los últimos toques a su vestido.
Minuto
sorpréndese al ver la inusitada elegancia de su amigo y aquel aire
respetuoso y de ceremonia que solo se adopta cuando se va a hacer
algo muy importante.
Sin
previo discurso, sin saludarse apenas, dice el Gallo secamente:
-
Dentro de media hora me caso. Tú será el patrino.
Y no
hablaron nada más.
A
la iglesia
No
hay ni tiempo para que el padrino cambie su traje claro, poco serio
para la ceremonia, por otro más oscuro.
Está
el Gallo a punto de acabar su tocado, cuando aparece en la puerta del
cuarto la propia persona de su gran amigo don Federico González
Izquierdo.
El
torero le comunica la noticia tan secamente como antes lo hizo a su
padrino.
Y
esta vez pregunta a su amigo:
-
¿Quieres ser testigo de mi boda?
-
Con mil amores.
-
Pues en marcha, a la iglesia.
Y
nada más. Pastora, bellamente ataviada con traje de seda negro y
hermoso velo blanco, sale de su cuarto, acompañada por su madre.
Se
organiza la comitiva, si comitiva puede llamarse a un grupo de seis
personas, y con destino a la parroquia salen todos.
Bautizo
y boda
Ante
el pórtico de la iglesia de San Sebastián han parado los coches.
Nadie
lo sabe, y casi no hay curiosos. Los golfillos que al lado del hotel
Inglés pasan las horas, han corrido tras del coche.
En
la capilla reservada de la iglesia, el párroco espera a los novios.
Está
el templo concurridísimo. Acaba de celebrarse un bautizo de rumbo, y
aún bulle la comitiva en la iglesia.
Don
Carlos Rivadeneyra, el señor párroco, lee los textos de ritual.
Apadrinan
a los novios Enrique Vargas, Minuto, y la madre de Pastora, doña
Rosario Monjes (sic).
Firman
el acta D. Federico González, don Faustino Frutos y el picador del
Gallo Cipriano Moreno.
La
noticia, a pesar de la reserva, ha circulado rápida, y un fotógrafo
de la Prensa pide permiso al Gallo para impresionar unas placas.
El
Gallo contesta que pueden pasar todos los periodistas que quieran.
En
estas cosas rápidas, ante estas determinaciones de momento, se
impone el silencio y nadie quiere pecar de indiscreto preguntando.
La
curiosidad de los íntimos estuvo suspensa un momento; pero el novio
rompió el silencio y, acosado ya a preguntas, contó lo siguiente:
Un
telegrama acelera la boda
El
padre de Pastora -dijo- está grave. Así reza un despacho llegado
hoy de Sevilla.
Con
efecto, Pastora ha pensado inmediatamente acudir al lado de su padre;
pero ha pensado también que era preciso hacer algo antes de ir, y
ese algo era unirse con Rafael; unirse y acudir a recibir la
bendición y el perdón que el buen anciano quiere concederles;
alegrar sus últimos días recreándole en la felicidad de sus
amores.
Pensado
y hecho.
A
Rafael le pareció de perlas la decisión.
Pensaba
tomarla pronto y esta noticia la ha apresurado.
La
tristeza del torero
Ya
se sabía. La boda no había de ser una fiesta de alegría. Ni
descorche de botellas, ni nubes de humo de los tabacos, ni brindis,
ni gritería local.
Había
de ser una fiesta de alegría; pero de alegría callada, la que los
novios guardarán encerrada en sus pechos.
Y
como ellos lo tenían pensado, así ha resultado; pero la poca
felicidad se ha empañado más.
Unas
noticias de Sevilla han puesto triste a Pastora.
Rafael,
al verse solo, ha pensado en sus deudos, que no han podido estar a su
lado en tan gran día para él.
El
torero se ha puesto triste.
¿A
Sevilla? ¿Se retira el Gallo?
¿Marcharán
a Sevilla? No lo hemos podido saber, pues el único que lo sabe es
Rafael, y no pudimos hablarle.
Hablamos
con varios testigos de la boda y, amabilísimos, nos contaron el
episodio; pero nada sabían de los futuros planes de la pareja.
La
madre y el hermano de Pastora salieron anoche para Sevilla.
Pensamos
que quien mejor podría informarnos sería Minuto.
Había
por dilucidad dos extremos: la marcha de los novios y un rumor muy
callado que llegó hasta nosotros.
Alguien
nos dijo al oído:
Rafael
Gómez, el más grande de todos los toreros, se retira.
No
hicimos caso.
Presurosos
corrimos en busca de Minuto, para comprobar la exactitud del rumor.
Hubiérase
dicho que permanecía oculto en algún rincón.
Lo
buscamos por todas partes, pero no pudimos encontrarle.
La
puerta del domicilio de Enrique Vargas está cerrada.
Acudimos
al sereno, inquiriendo, y el sereno nos ha dicho:
-
Minuto, en su casa, no tiene minuto seguro.
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