Muchas veces, cuando
había dado una estocada y los peones empezaban á oficiar de enterradores, al
protestar el público gritaba, al parecer incomodado:
—¡Fuera! ¡fuera! Pero por bajo decía á sus
banderilleros:
—¡Duro, hijos míos, duro!
pues ¿qué se han creído, que vamos á estar aquí jasta que ensiendan las luces?
A su hijo Rafael, ahora que ya empezaba á torear
cuando volvía de alguna corrida, le preguntaba:
—Vamos, hijo mío ¿has tenido jindama?
—No,
padre—contestaba el chaval.
—Mira, malange,
no me engañes, que luego tó me lo disen los papeles.
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