Hace unos meses vio la luz una nueva versión de 'Joselito El Gallo, Rey de los Toreros' de Paco Aguado, obra cotizadísima por inencontrable, que apareció en las librerías en 1.999. Veintiún años han tenido que pasar para, coincidiendo con el centenario de la desaparición del gelveño, se colmaran los deseos de cuantos aficionados se quedaron con las ganas de tenerla.
Aguado, además de satisfacer una necesidad vital del gallismo militante, ha revisionado cuanto escribió aportando nuevos datos y puntos de vista sobre la vida y la obra de José. Bajo el epígrafe de ocho fechas capitales en la trayectoria del protagonista, analiza concienzudamente lo mucho que aportó a la Tauromaquia y ese nuevo enfoque que comenzó a darle, para adaptarla a los nuevos tiempos de hace un siglo, que solo pudo truncar la desagracia de Talavera. Aún así, plazas, ganaderías y conceptos de la lidia, amén de la puesta en valor de la figura del apoderado, perviven hoy en día gracias a su iniciativa.
Por momentos da la sensación que Paco abusa de las digresiones. Nada más lejos de la realidad. Ese hilo argumental que parte de José no es más que la explicación del porqué de muchos hechos relevantes en la historia taurina de principios del veinte que la agilidad mental y, una visión global de los hechos, le permite al autor analizarlos en profundidad.
Tuvieron que pasar setenta y nueve años para que Joselito tuviera una biografía ajustada a los hechos, que contase sus hazañas y desvistiese al héroe de su traje de luces para presentar al hombre de carne y hueso, con sus preocupaciones y desencuentros con una élite social sevillana que no lo admitía más que en el ruedo. Y veintiún años más, cien en total, para que la obra quedase culminada. Justicia, se llama. Ahora sí, puede afirmarse sin equivocación, que Joselito El Gallo, remedando a aquel coronel salido de la imaginación de García Márquez, sí tiene quien le escriba. Paco Aguado.
La guinda la pone Luis Francisco Esplá en un delicioso y breve prólogo, que no pretende más que introducir la obra, reverdeciendo sus tiempos de seda y oro en los que saludaba al toro con unos breves, pero buenos capotazos.
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