domingo, 25 de junio de 2023

DON LUIS RECUERDA A JOSELITO CUATRO DÉCADAS DESPUÉS

'La Hoja del Lunes' publicó en su edición madrileña del 16 de mayo de 19960, coincidiendo con la fecha de la desaparición de Joselito, el siguiente artículo firmado por Don Luis:

CUARENTA AÑOS YA DE LA MUERTE DE JOSELITO

 Hoy hace cuarenta años que en la plaza de Talavera de la Reina , su campo de honor como héroe taurino. cayó para siempre aquel inigualable torero que fue Joselito el Gallo. La noticia causó en Madrid, y en toda España, y en gran parte del mundo, los efectos devastadores de espíritus de un terremoto moral. ¿Era posible? Nadie existía que no se resistiera a creerlo. Si la propia madre del genio del toreo confiaba mientras vivió. ella, la popular "señá Gabriela" que a su hijo no podía cogerle un toro como no fuese a buscarle al hotel o le tirase un cuerno, ¿qué iban a pensar los demás, los aficionados,  partidarios suyos o no, que sabían de sus portentosas facultades técnicas y su gran fortaleza física? Pero sí, era verdad, triste verdad: Joselito Maravilla, Joselito I el Sabio, El Joselito Papa-Rey de la torería, el Joselito inexpugnable contra las armas del enemigo toro y sagrado como un dios arcaico para las asechanzas ofensivas de la fiera cornúpeta, había muerto victima de una cornada, la cornada traicionera de un toro que le cogió de improviso. A traición, sí, le cogió, impulsado en su instinto por las malas artes, el toro que le venciera, aunque otros le hubieran cogido antes en lucha violenta frente frente. Esto es en lo que no reparaban los incrédulos olvidados de que Joselito llevaba en su cuerpo las cicatrices de siete u ocho cornadas anteriores. Le veían siempre dueño de la situación profesional, sobrado de dominio sobre sus enemigos, y no consideraban, no presumían. no admitían ni  siquiera la posibilidad de que una de aquellas cornadas, más certera en sus desgraciados resultados, pudiera revestir la fatal e ineluctable gravedad de convertir en la nada el soplo de una vida insalvable en definitiva.

Todo se dicho ya sobre Joselito, y de él se seguirá diciéndolo todo mientras el toreo persista, así sea por los siglos de los siglos. Los que alcanzamos a ver —y admirar—su andar por los ruedos desde que dio firmes primeros pasos de chavalillo hasta el acabamiento prematuro y glorioso de su juventud, como los que no conocen de él más que lo que otros les recuerdan, no podremos olvidar jamás la inspiración genial de quien desde chiquillo dominaba ya todos los recursos del arte, aun los más secretos, para vencer a la fiera con ellos, con valor y con ese pundonor que en el toreo se llama vergüenza torera. ¡Nadie los mueva. que estar no pueda con Joselito a prueba! Su época fue, esmaltada por el contraste con las virtudes profesionales de Belmonte, sin apartarnos de sus mutuos defectos, la época de oro del toreo. Ni antes ni después se ha conocido grandeza igual. De las cuatro más altas cumbres del arte taurino, Pedro Romero, Paquiro, Guerrita y Joselito, éste se elevó—queremos creer que incluso sobre la de la seguridad pasmosa de aquel primero, por obra y gracia de un arte más depurado ya -como la más elevada cima. A su lado podían alzarse picachos casi también inaccesibles, rivales que sirvieran de acicate a su saber, a su técnica, a su amor propio, pero no vencedores suyos -¡imposible!-, que superaran su altura gigantesca. Figuras de leyenda como la de Belmonte, como la posterior de Manolete -sin contar con las pretéritas-, se deben no poco precisamente a la exageración en el panegírico de lo legendario. Belmonte, con todo su toreo puro y hasta revolucionario si se quiere en cuanto a la ordenación de los terrenos de lidia, no podía, en su cortedad de toreo, llegar a Joselito, de tan enorme largura en el suyo, sobre que José, al asimilar las nuevas normas, dominaba éstas y las antes usuales, en las que nadie había llegado ni ha llegado después ni a cien codos de su cúspide. Manolete, con su medio toreo, era todavía más corto, a más del amaneramiento a que le condujo- y desde entonces a todos- la monotonía de sus personales concepciones, sin la pureza clásica de las reglas reguladoras del arte de torear. Que hoy se torea mejor que nunca -adornar no es construir sobre bases científicas y con líneas artísticas-, únicamente pueden asegurarlo quienes, con sinceridad, no entiendan la sobriedad arquitectónica de la Mezquita cordobesa frente a las exuberancias multicolores de la Alhambra granadina.

Mas no se trata ahora de establecer distingos con enojosas comparaciones entre la moda y los modos artísticos de unos u otros, sino de recordar al Joselito de gloria inmarcesible, velando una vez más sobre su recuerdo con una oración en los labios y lágrimas en los ojos, como aficionados -y como hombres- ante lo ineluctable de los designios supremos de Dios. Recuerdo imperecedero y avivado en la fecha inolvidable de los aniversarios de la trágica muerte inconcebible del mejor torero que han conocido los siglos del toreo.

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