domingo, 18 de junio de 2023

PASTORA, RAFAEL Y GÓMEZ-SANTOS

Pastora y Marino en un momento de la entrevista.
Marino Gómez-Santos firmó en el diario 'Pueblo' en febrero de 1958 una entrevista que apareció en diversas entregas con la genial Pastora Imperio. Con tacto, el periodista no rehuyó preguntarle a la artista por su relación con el Divino Calvo.

— ¿Dónde conoció a Rafael El Gallo?

Pastora me mira con sus enormes ojos de pantera guapa. No se sabe si va a protestar por esta pregunta o va a alegrarse con el recuerdo.

—¿Qué dónde le conocí a Rafael? Pues en Méjico.

—¿En Méjico?

—Sí, en Méjico. ¿Por qué te extrañas? Lo conocí en el teatro en que yo trabajaba.

—¿Le había visto torear antes, Pastora ?

—Yo, no.

—¿Y después?

—Tampoco. 

Pasa cerca de nosotros Miguel de Molina con Ana Esmeralda.

La joven Pastora Imperio se casa con el torero más famoso de su tiempo, con Rafael el Gallo, en Madrid. en la iglesia de San Sebastián.

—Porque es la iglesia de los artistas. Nos apadrinaron mi mamá y Minuto. el matador de toros.

Luego se fueron los invitados a la Cuesta de las Perdices.

Pastora Imperio refiere los detalles de su boda como si hubiese sido todavía noticia hace unas semanas.

—¿Pero cómo era físicamente el Gallo?

—Maravilloso, Empezaba a estar calvo ya Rafael.

—¿Qué carácter tenía?

—Lo nuestro no ha sido una cuestión de caracteres. 

Este es un asunto casi intocable en la vida de Pastora. Un asunto que tiene más de medio siglo de historia y de leyenda.

Raquel Rodrigo, que es criatura encantadora, muy atenta. Como la quiere mucho a Pastora, por detrás me dice que me salte el tema.

—Pastora, ¿Recuerda usted alguna cornada que Rafael hubiese tenido en ese tiempo -le pregunto tímidamente.

—Claro que recuerdo. En Algeciras tuvo una. Ahí hubo motivo para una buena reconciliación, pero me cerraron el paso y no me dejaron verle.

—¿Quién no la dejó, Pastora; los médicos acaso?

—No, los médicos no.

Yo conocí a un Rafael el Gallo con corridas de beneficio, a un Rafael para el que se pedían puros, a un Rafael casi de museo taurino, pintado por Solana, que respondía a todo diciendo:"¡Mu bueno, mu bueno!".

Pastora y Rafael vivían en aquellos verdes años de la juventud y de la fama, Sevilla, en la calle de Santa Ana.

—¿Ganaba ya mucho dinero?

—Hombre, claro; pero no tanto como los de ahora.

Ya estaba el torero en su apogeo taurino y en su vida de caprichos, muy a lo Onasis sevillano.

Le pregunto a Pastora que cuál fue el regalo de boda del torero rumboso.

—No sé... Eso que se regala siempre.... una pulsera seguramente.

¿Pero cómo puede olvidarse Pastora de este detalle? ¿Los años también pueden llegar a borrar estas cosas?

—A mí no me dio tiempo a nada. Estuve un año en aquella casa y muy suspendida en el aire.

(...)

Estoy un momento dudando si aún puede ser oportuno hacer una nueva pregunta en torno al tema del Gallo.

—Pastora... ¿Cuánto tiempo hace que no ve a Rafael?

—Desde entonces; porque si hemos pasado uno cerca del otro no nos hemos visto.

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