miércoles, 14 de junio de 2023

RAFAEL VISTO POR FERNÁNDEZ FLÓREZ

Wenceslao, el autor.

El periódico 'Libertad' publicó el 31 de enero de 1958 el siguiente artículo en el que Wenceslao Fernández Flórez, repasa en la sección 'Las cosas del siglo XX', la figura de Rafael 'El Gallo' y una de sus características más reconocibles:

EL TORERO DE LAS 'ESPANTÁS' 

 Mi apreciación de las corridas toros, que resulta muy diferente a la de la gran mayoría de compatriotas, no impide que me haya complacido el homenaje que se tributó en Madrid a Rafael Gómez, el "Gallo", que cumplió en estas lechas setenta y ocho años.

Sea quien fuere el sujeto de agasajos de esta naturaleza, siempre son simpáticas tales efusiones por lo que tienen afabilidad para quien dedicó una vida a conservar la postura que le aconsejó su vocación.

Tal vez yo haya pensado lo que representaría un friso en el que figurasen —naturalmente, esquematizados— todos los toros que sucumbieron al ímpetu de las estocadas del famoso torero. ¿Los ha contado alguien? ¿Cuántos serían? ¿Y cómo se podrían agrupar las 'medias', los 'volapiés', las 'atravesadas', las que entraron 'por los mismos rubios' y toda esa nomenclatura con que se ilustran las circunstancias de la muerte de un cornúpeta?. Sin duda, la estadística ha de ser curiosa. Pero la  adhesión que suscita la figura de ese diestro tan singular se impone a todos los detalles adjetivos.

Lo que más me atraía de Rafael eran sus 'espantás'. Lo consigno sin la menor intención de zaherirle y porque creo que entre tantos comentarios que  acerca de él se han escrito en esta ocasión tiene perfecta cabida el de un hombre que no ha intentado nunca disimular su absoluta incompetencia en materia taurina.

Si me agradaban las "espantás" era porque me parecía que el 'Gallo' humanizaba con ellas el toreo y, por lo que a mí se refería, lo hacia más comprensible. En un excelente articulo que Corrochano dedica a Rafael, dice que las famosas fugas "tenían su origen en un medio insuperable que se adueñaba del torero cuando en el ir y venir de una faena, perdía la cara de los toros". Corrochano explica con su gran autoridad la lógica de esto, pero yo la ignoraba y no era en ella en la que se apoyaba mi atracción hacia Rafael, sino en el mismo miedo evidente que era lo que yo sentiría y lo que me solidarizaba con los hombres envueltos en seda que se movían en el ruedo. Un torero con síntomas de temor, agrandaba en mi ánimo la realidad y la importancia de los motivos que justificaban la existencia del mismo sentimiento en mi ánimo. Un torero que se pasease por el ruedo que se pasease por el ruedo leyendo un periódico o fumando un cigarrillo, tal vez me inspirase esta reflexión: "Es un inconsciente". O estrotra: "¡Pues  no parece tan arriesgado esto de torear!" Pero un espada lanzándose, despavorido, de cabeza al callejón, me sugeriría:

—i Bien hace en prevenirse, con los cuernos que tiene ese animal que le persigue...! ¡Yo no tardaría tanto tiempo en huir! ¡Cuánto valor se necesita para enfrentarse con esos monstruos astados!

Mi admirado amigo Gregorio afirma en esa crónica que "eso de torear mirando al tendido es vulnerar las reglas del toreo". Yo no entiendo de eso, pero aseguro que tal moda, nacida de la imitación de otro gran torero, más me aburre y disgusta que me maravilla. Y no por descubrir, como Corrochano, que quebranta una táctica que yo desconozco, sino porque me parece descubrir en ello rasgos de "pose" presuntuosa, de naturalidad, y de algo así como si se nos quisiera dar a entender:

—¿Ve usted como, cerca del toro me dedico a mirar a aquel señor de la contrabarrera? Pues lo mismo, si me diese la gana, me pondría a hacerle guiños a aquella rubia del tendido, o a jugar, si traen los elementos precisos, una partida dc dominó.

Mc parece que se resta a la "fiesta", lo que tiene de trágica en ese encuentro entre la fiera y el hombre, porque una cosa es la serenidad y otra ese desentendimiento, aunque no sea más que aparente.

En cambio, el matador al que se le ofreció un homenaje en estos días nos movía a una emoción especialmente honda, que consistía en hacernos comprender que -a1 insistir en su lucha—, no sólo tenía un humano miedo al toro, como lo tendríamos todos, sino que, a la vez que triunfaba sobre la bestia, triunfal, asimismo, de ese justificable miedo, lo que ya es más difícil.

Porque el heroísmo, en definitiva, no consiste en no sentir  pavura; consiste en dominarla. Y el 'Gallo" escapaba, pero volvía.

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