jueves, 11 de octubre de 2012

¿POR QUÉ LA GRACIA TOREADORA?

RAFAEL ALBERTI

La Gracia Toreadora no es un título original, ¿para qué habiendo versos insuperables? Forma parte de un poema, Joselito en su gloria, escrito por Rafael Alberti (El Puerto de Santa María, 1902-1999) en mayo de 1927 en Sevilla. La composición tiene una historia curiosa. Sánchez Mejías montó en la ciudad hispalense un homenaje al que fue su cuñado e invitó a un grupo de escritores e intelectuales, entre ellos al joven Alberti. En esa época se cumplía el tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, al que los nuevos poetas españoles admiraban. Cuenta Rafael en La arboleda perdida, su libro de memorias: “Poco antes de la fecha del centenario, me llamó a Sevilla. Se celebraba el séptimo aniversario de la trágica muerte de Joselito. Del tren, me trasladó a un cuarto del Hotel Magdalena, encerrándome con llave, mientras me advertía: No comerás ni beberás hasta que escribas un poema dedicado a José. La Velada en su honor es esta misma noche. En el Teatro Cervantes. Unas horas más tarde recuperaba yo mi libertad, leyéndole a Ignacio “Joselito en su gloria”, cuartetas muy sencillas que repetí en la fiesta, entre los oles y ovaciones de un frenético público compuesto de gitanos y gentes de la torería devotas del espada...”.

El escritor peruano Felipe Sassone (Lima, 1884 - Madrid, 1959) fue testigo directo de la velada y en  el periódico ABC publicado el martes 24 de mayo del mismo año firmó el siguiente artículo. Sin citar el título, califica el poema como “unas redondillas preciosas, modernas por la sensibilidad y clásicas por la medida, llenas de gracia infantil y doliente”:



LITERATOS Y TOREROS

FELIPE SASSONE
He sido por unas horas huésped accidental y agradecido de Sevilla, bajo sus aromas de Mayo, claveles y jazmineros, y un lejano regusto a sal marina y un tibio frescor paradójico en las morenas aguas del río. Sin el místico dolor musical de la semana de Pasión, sin el abigarramiento extranjerizante de la feria, la ciudad se ha mostrado a mis ojos con toda su gracia quieta y melancólica, eternamente joven, como si no sintiera el peso de sus capas históricas; pero muy moderna y muy antigua, sin olvidar el pasado, que fue ayer su nobleza y es hoy su prestigio en el verdadero sentido mágico de la palabra. El arquitecto Aníbal González, su novio de ahora, otra vez su novio, la va engalanando, la va erizando de torres esbeltas y airosas, y es que Aníbal González fue quien, acaso en una pretérita encarnación, trazó los planos de la moruna Giralda madre de torres, como un dedo levantado, como el índice de la ciudad que se irguiera, diciendo: “¡La primera soy yo!”

Llegué a Sevilla a honrar la memoria de Joselito el torero, en una velada necrológica, más bien fiesta dionisíaca, como los fúnebres banquetes latinos, metido en un haz de amigos apretados en torno de Ignacio Sánchez Mejía (sic), en cuyo pecho ardía la memoria fraterna como una lámpara votiva. Un discurso claro, sencillo, sentido y veraz, como recuerdo, como admonición y como crítica, del presidente del Club Joselito, que organizaba la fiesta, una sabia y originalísima disertación de José María Cossío, que recopilaba en sabroso comentario todo un florilegio de prosas y de versos; un soneto escultórico de Cortines Murube; unas redondillas preciosas, modernas por la sensibilidad y clásicas por la medida, llenas de gracia infantil y doliente, de Rafael Alberti; una composición españolísima de José del Río, que leyó el ilustre actor Francisco Fuentes; un primoroso romance –“desde entonces tienen sangre los jarros de Talavera”-, de Adriano del Valle, y una oración elocuente y conmovida, del letrado Blasco Garzón, dijeron al público sevillano, que se apiñaba en el teatro Cervantes, la gloria de su torero, que había muerto joven como el amado de los dioses. Y el público asintió en que José Gómez Ortega fue el torero por antonomasia; torero ab ovo, por tradición y por devoción; por influjo de su estirpe y por impulso de su deseo. Torero y sevillano por dentro y por fuera, en el campo y en el ruedo en la vida y en el oficio; torero en la carne de su espíritu y en el indumento que vestía su carne; torero que unía a la pujanza física el conocimiento intelectivo, por recuerdo inconsciente y por sueño alucinado; que era la inteligencia que prepara y dispone, y la destreza, que ejecuta y que cumple, y que, en épocas de casualidades y de destellos pasajeros, fue el acierto constante, el dominio y la gracia, la seguridad y el ritmo, y era más que el milagro porque era la sabiduría.
La fiesta tuvo un epílogo brillante en el Club donde acudieron, invitados de honor, D. Torcuato Luca de Tena y D. José Cruz Conde, gobernador de Sevilla. Don Alberto Pazos saludó como “al primer sevillano”, así dijo, al director de ABC, brindando en su honor la idea de recoger en un álbum las firmas que le testimonian la admiración y la gratitud de sus coterráneos, y en honor del gobernador de Sevilla, cordobés por sangre y cuna, Rafael Alberti recitó dos sonetos de Góngora y la Tercera soledad, que no escribió el precursor de nuestra lírica, debida a su pluma nueva, fiel a la gramática gongorina y primorosa de factura y de intención. Así, en un Círculo de aficionados a toros, celebrábase, como un anticipo del tercer centenario de Góngora, bajo el retrato de Joselito, el sevillano que en su arte era –según el grave decir de un gitano- Séneca y Guerrita.
Caía la noche y corría el oro de la manzanilla, que da sabor a vino al mar de la playa sanluqueña; salían raudales de llanto de la guitarra arábigoespañola del Niño de Huelva, y Tomás Pavón decía, mitad responso y querella, el madrigal grave y triste de la seguidilla gitana. Como en un suplicio, como en un castigo, porfiaba el cantaor, exacerbado el sentimiento, por no respirar, porque la voz no se quehara en la congoja y el tocaor pegaba amoroso el oído a los pulmones de la guitarra, para oirla latir, y lloraba a su vez con ella: las lágrimas, al caer, eran sonidos sobre las cuerdas. Con las notas saltarinas de un fandanguillo partió el aire una copla que Rafael Sánchez Mazas compuso en la ocasión:

“Cuatro blandones había
y cuatro banderilleros
llorando en la enfermería
por la flor de los toreros”

Y Malena, la gitana, bailaba ritualmente, religiosamente, una danza que era a la par evocación y conjuro.
A la mañana siguiente fui a visitar la tumba del héroe popular. Allí estaba el monumento de Mariano Benlliure: el féretro a hombros de unos hombres del pueblo, rodeado de mozas plañideras, y la Virgen de la Esperanza presidiendo el cortejo; pero el dolor se había inmovilizado en el bronce, y la fúnebre comitiva no avanzaba. A Joselito no hay quien lo entierre. Allí está, dormido, suelta la noble y serena palidez del rostro infantil, al azul incomparable del cielo sevillano, infinito como la ciudad.



Joselito en su gloria aparece posteriormente en el libro de poemas El alba del alhelí. Son redondillas, estrofas de cuatro versos octosílabos con rima consonante (abba). Alberti  se las dedica a Ignacio:


Llora, Giraldilla mora,
lágrimas en tu pañuelo.
mira cómo sube al cielo
la gracia toreadora.

Niño de amaranto y oro,
cómo llora tu cuadrilla
y cómo llora Sevilla,
despidiéndote del toro.

Tu río, de tanta pena,
deshoja sus olivares
y riega los azahares
de su frente, por la arena.

Dile adiós, torero mío,
dile adiós a mis veleros
y adiós a mis marineros
que ya no quiero ser río.

Cuatro ángeles bajaban
y, abriendo surcos de flores,
al rey de los matadores
en hombros se lo llevaban.

Virgen de la Macarena,
mírame tú, cómo vengo,
tan sin sangre, que ya tengo
blanca mi color morena.

Ciérrame con tus collares
lo cóncavo de esta herida,
¡Que se me escapa la vida
por entre los alamares!

¡Virgen del Amor, clavada,
igual que un toro, en el seno!
pon a tu espadita bueno
y dale otra vez su espada.

Que pueda, Virgen, que pueda
volver con sangre a Sevilla
y al frente de mi cuadrilla
lucirme por la Alameda. 


La composición se centra en el entierro de José en Sevilla e identifica un símbolo tan inequívocamente hispalense como es la Giralda con todo el pueblo que llora la pérdida del diestro. Éste irrumpe de manera inesperada en el discurso para invocar a la Macarena, a la que tanta devoción tenía. Se le escapa la sangre, la vida y pide que se las devuelva para volver a pasear por un lugar tan familiar como la Alameda, espacio fronterizo entre el ser y el no ser en cuyas inmediaciones tenía su residencia y por el que transcurrió su entierro.

GABRIELA ORTEGA.
 Gabriela Ortega Gómez (Sevilla, 1915-Aznalcóllar (Sevilla), 1995) aportó una versión recitada. Era sobrina de Joselito, hija de su hermana Gabriela y de Enrique Ortega Ferández El Cuco, banderillero del mismo José.



LA CANTAUTORA ROSA LEÓN.




Joselito en su gloria también se convirtió en canción. Rosa León (Madrid, 1951) versionó el poema en su disco de 1989 Paloma desesperada, en el que comparte protagonismo con el mismo Rafael Alberti, quien recita algunos textos suyos.

PORTADA DE PALOMA DESESPERADA.








LETRA DE LA CANCIÓN.

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