El Defensor de la Afición: Periódico Taurino Cordobés, publicó en 12 de febrero de 1.935 en su número 147 el siguiente artículo firmado por Alfonso de Aricha en el que se recoge una accidentada novillada en la que tomó parte Fernando Gómez Ortega en Bilbao.
Las barbas del Alguacilillo
Vosotros habéis oído hablar de aquel infeliz que batió el record de la paciencia y que atendía por Job, igual que el perdiguero propiedad de Acisco, el vendedor de arropías que a diario nos da la lata -y nola de las arropías, precisamente- en la avenida del Conde de Peñalver.
Pues bien: Aquel tío pacienzudo era un soberano infeliz al lado de los aficionados bilbaínos que, llenos de ilusión y más confiados que la novia del asistente de un capitán de intendencia, se dirigieron al tauródromo de Vista-Alegre la tarde del 19 de mayo de 1.907.
¿Quién iba a decir a quella confiada muchedumbre que, debido a la superstición de un torero habían de pasar peor tarde que si hubiesen ingerido media docena de vasos de agua de Carabaña?
Ese torero era nada menos que Fernando Gómez Ortega, el hermano del glorioso Gallito y del calvo Rafael, que con Almanseño había de enviar para el otro barrio en tal fecha, cuatro novillos de Clairac.
Fernando el Gallo. |
La primera bronca de la tarde se armó porque el ciudadano que ocupaba el importante cargo de alguacilillo, se olvidó de rasurar cuidadosamente su bello rostro, a causa de lo cual no pudo realizar límpiamente su elevada misión de ministro inferior de la táurica justicia.
Ver Fernando al desaseado funcionario de la negra ropilla y ponerse a temblar con más entusiasmo que si le hubiesen mentado la bicha, todo fue uno.
A esto obedeció que Fernandín estuviese fatal en el primero y, como Almanseño cortó la oreja en el segundo, aumentó aún más la nerviosidad del gordo en el tercer novillo, con el que hizo el acreditado piel-roja.
Aunque no se radió, la bronca se oyó en todo el globo y el usía llamó al palmo al lidiador para cambiar impresiones sobre cuestiones fiduciarias.
Poco empollado demostró estar el Gallo hijo en tan importantes asuntos, por cuanto que se negó a encaramarse al palo del gallinero, digo, al palco presidencial; hecho que motivó que, en nombre del usía, le fue comunicada la orden de detención por boca del desaseado alguacil, en el instante en que el de Almansa lanceaba al cuarto novillo.
Y, ¡oh, fatalidad!... Apenas los elisos morunos del obeso lidiador de Gelves diquelaron la hirsuta barba del representante de la autoridad con sombrero de plumas, saltó al ruedo y extendió el capote con tan mala fortuna que el de Clairac quedó cojo de por vida, al romperse una mano...
Plaza de toros de Vista Alegre de Bilbao. |
Yo creo que el novillo quedó manco, pero el pueblo entendió que quedó cojo y muy cojo y armó una trapatiesta de esas de órdago a la grande.
Y claro, no hubo otra solución que apuntillar al de los cuernos, ofreciendo la empresa soltar, a cambio, un sobrero de Aguado, que, por lo visto, estaba amarrado en los chiqueros.
En vista de la tormenta que se le venía encima optó el bípedo implume de la cresta por largarse a la fonda y Almanseño por negarse a seguir actuando sin la presencia de Fernando, que, como más antiguo, era el director de lidia.
Aún otra cosa imprevista vino a agriar el enrevesado asunto: los picadores se negaron a actuar en el sobrero.
El empresario, tras de toser con violencia y lanzar unas cuantas interjeciones que suscribiría el bienaventurado don Inda, recurrió a la pastora para arreglar el conflicto, obteniendo un éxito completo.
Pero no contó con la huéspeda, que en este caso era huésped: Almanseño que persistía en su negativa de actuar sin la autorizada presencia de su colega...
Para acallar el escándalo, el presidente pretendió nada menos que dar vuelta a la tortilla. ¿No había toreros? Pues que torease el público y en paz Y soltó un embolado...
¡La que se armó! Unos querían torearlo; otros opinaban que no... Y el asunto se dilucidó a estacazos en los tendidos, mientras el alguacilillo se afeitaba cuidadosamente en el patio de cuadrillas, frente a un espejo que le trajeron de la tasca de Olaeta.
Alguien se encargó de transmitir a Fernando la fausta nueva, que recibió con alborozo, y la orden terminante de que volviese a la plaza.
Y cuando llegó a ella, vestido de paisano, se retiró al embolado y de nuevo salió al rudo el sobrero de Aguado, los picadores estaban en el chacolé de Mallavia gastánose alegremente los cuartos del “arreglo”.
El pueblo bilbaíno, dando una envidiable prueba de sensatez y cordura, no quemó la plaza en atención a que es propiedad de los Asilos; y demostrando más paciencia que el mentado Job, pasó porque Almanseño despachase al de Aguado sin picadores.
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