Hierro de Miura. |
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Tenía Rafael el Gallo buenos e incondicionales admiradores... Aún los tiene. Disculpaban sus fracasos y se entusiasmaban con sus éxitos.
En el cartel de ferias de la hermosa ciudad del Turia, sin Rafael no tenía atractivo para los valencianos.
No hace muchos años todavía, acaso no lleguen a seis, toreaba Rafael una corrida de miuras. Gordos y grandes los astados, infundían pavor a los lidiadores. Uno de los que correspondieron al torero de Gelves (sic), desde su aparición en la arena, dio muestras de mansedumbre.
Durante el segundo tercio, Rafael, un tanto preocupado, pasaba de un lado para otro de la barrera, sin querer dirigir la mirada a lo que hacían sus banderilleros.
Un espectador, amigo del diestro, que se dio cuenta del estado de ánimo de éste, le dijo desde el tendido, tal vez con propósito de animarle:
- ¡Rafael, qué difícil está el toro!
Y el cañí, alzando la cabeza, contestó tranquilamente:
- ¿El toro? ¡Ca, hombre! ¡El que va a estar difícil voy a ser yo!
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