domingo, 25 de enero de 2015

RAFAEL EN LA OPINIÓN DE LUIS URIARTE

El autor en una imagen del libro.
‘Figurones taurómacos’ es el libro que firmó el escritor Luis Uriarte en abril de 1.917. En él da su opinión, en broma y en serio, sobre los 27 diestros más destacados del momento. Y no podía faltar Rafael El Gallo, claro está...


EN BROMA

Ningún torero se presta como el Gallo a ser caricaturado pintorescamente; sin embargo, los puntos de mi estilogràfica reculan con temerosa indecisión, pues no aciertan a discernir entre la cuchuñeta y la seriedad. Lo que resulta jocoso en otros, en Rafael es melancolía, sentimentalismo, tristeza: es humanidad; lo grave, lo sentado, lo formal de Rafael, todo puede ser tomado a chacota.

Don Pío nos contó hace tiempo, en un libro admirable, que había simpatizado con el Gallo porque dice «dir», en lugar de ir, y no usa tirilla ni corbata; y Tomás Borrás, en una crónica no menos admirable, nos habló del meridionalismo y del pintoresquismo del torero gitano, de su decantado valor o miedo, según los auspicios, y de que aún gasta camisa con chorreras y no ahorra dinero, ni ciencia, ni salud.

Rafael nació torero: su ciencia y su arte son dones infusos. A los cuatro años, alternando con chavales de condición semejante a la suya, toreaba ya en las importantísimas plazas del Matute, Antón Martín, Santa Ana y otras, empecatadamente aliñado con un chaleco de luces de su padre, quien más de una vez babeó de satisfacción al contemplarle de tal guisa y apostura
.
Es el mejor y el peor. ¡El divino calvo y el calvo de la espantá! Como él mismo dice, si el toro embiste bien, güeno; y si no... Eso de las espantás es mieo, pajolero mieo...
No entiende casi nada de nada que no sea cuestión de toros; pero en esta materia no hay quien le dé un picotazo en la cresta. Es también aficionado a los caballos, a los gallos y a la caza y apasionado en grado sumo del tabaco. 

Ha sido factor activo en varias aventurillas amorosas, y al fin se gastó a sí mismo la pesada broma de casarse. ¿Quién no conoce los sainetescos amores o amoríos del Gallo con Pastora, la castiza y gentil bailarina?

¡Ahí De la media docena de cicatrices anotadas en su boletín sanitario, dos fueron causadas por arma blanca, no por asta de toro: en cierta ocasión, al ser cogido y volteado, se atravesó un muslo con el estoque; y en otra, al dar una espantada, se pinchó en el cogote, y menos mal que la cosa no pasó de un intento de descabello...
Rafael caricaturizado en la obra.

EN SERIO

Rafael Gómez es el torero artista por excelencia: su toreo es la estética de la tauromaquia. Ejecuta con reposo, con desgaire, mostrando su prestancia; es elegante y grácil en el movimiento, plástico y armonioso en la línea; clásico y fastuoso en el estilo; y atrevido en la innovación. Lleva en sí la garbosa chulería de los madroños, la molicie lánguida y desidiosa del desierto y la gallardía y altivez del Guadalquivir.

Para explicar sus desigualdades, se le ha tildado de supersticioso, acaso infundadamente. Verdad que algunas pintas de toros las tiene atascadas entre ceja y ceja; pero no porque crea en agüeros y supercherías, sino porque conoce los diversos pelos de las ganaderías y sabe qué toros suelen resultar buenos y cuáles malos.

Se deja dominar fácilmente por el miedo, habiéndose dado el caso, allá cuando yacía postergado y carcomido por la usura, de que se haya negado a matar un toro después de habérselo brindado a todo un señor capitán general. Por aquel acto ingresó en la cárcel, adonde fueron a contratarle dos empresarios, que a poco le hacen más duradera compañía por disputarselo casi a puñetazos.

Rafael es prudente, modesto, afable, algo frío, un tanto melancólico, tan compasivo que peca de manirroto y más amigo de charlar de toros con uno de su- cuadrilla que de ridículas exhibiciones.

Su temperamento ha sido forjado en la fragua del infortunio; su corazón cursó en la escuela de la desgracia: es un escéptico.

Vióse casi solo en los días de necesidad, y alcanzó a comprender cuán poco da de sí la amistad de los hombres, la cual equiparó luego al amor de las mujeres.

Hoy deslumbra el brillo de los alamares de su casaquilla; pero él no echa en olvido los tiempos en que tenía los trajes de luces empañados por el orín y el espíritu ribeteado de tedio.

Como canta la copla,

«Para aprender á vivir
no hay nada como morir...
y resucitar después.»

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