El escritor y periodista Antonio Burgos |
Con el título de esta entrada publicó Antonio Burgos, en el ABC de Sevilla, el 8 de junio de 2021, una columna en la que planteaba la competencia entre los diestros a partir de su sevillanía, y su presencia en la imaginería de la ciudad hispalense.
Es la primera pareja que sale siempre que se enumeran, en la dual Sevilla, los enfrentamientos barrocos de lo dionisíaco y lo apolíneo: Joselito y Belmonte. José y Juan para la vieja afición. El Rey de los Toreros o el revolucionario de la Tauromaquia. Y los dos tienen monumentos en Sevilla, que son como una radiografía de la ciudad. ¿Es Sevilla más gallista que belmontista? Pregunta con difícil respuesta. A Joselito el Gallo le falta su Chaves Nogales para hacerlo un mito literario y humano, a pesar de la legendaria muerte del héroe joven en la plenitud de su arte en Talavera. A vuelapluma diría que Joselito en más popular y Belmonte, más de los buenos aficionados y de los lectores, por su amistad con los escritores e intelectuales. Joselito murió joven y como en un romance de Juanita Reina, «que por Gelves viene el río/teñío/con sangre de los Ortega». Belmonte murió ya mayor, olvidado de los grandes públicos de la Fiesta, pero respetado y querido en Sevilla, que no lo molestaba cuando lo veía cada día en Los Corales haciendo tertulia con Rafael El Gallo.
Su hermandad de la Esperanza Macarena, que lo tuvo como cirio verde y consiliario de la Junta, le ha puesto a Joselito, a Gallito, al hijo de la Señá Gabriela, al Rey de los Toreros, un monumento frente a la basílica. Escribía Jesús Bayort con mucho tino que parece que Gallito, liado en su capote de paseo, con la montera en la mano, va haciendo el paseíllo hacia su Virgen, en su debú en bronce en Sevilla. Menos mal que el monumento a José Gómez Ortega lo han plantado junto al Arco y mirando a la basílica de su Virgen, y no en su Alameda, la que puso crespones negros en los Hércules cuando lo de Talavera. Porque en la Alameda, tras la última reforma innecesaria, han agrupado todos los monumentos que había de un modo tan ridículo que parecen una colección de figuritas de Lladró en el escaparate de una tienda de Foronda.
La popularidad de José, la macarenidad de José, ha hecho que le gane a su rival Juan en cuanto a número de momumentos en Sevilla. Un día dijo Belmonte, el del disparo de la soledad en Gómez Cardeña: «José me ganó la partía en Talavera». Ahora, gracias a su hermandad, para la que es un patrimonio inmaterial, vuelve a ganarle la partía del bronce. Belmonte tiene un impresionante monumento en el Altozano de su Triana, la escultura de Venancio Blanco con ese hueco del corazón torero a través del cual se ve la Catedral y se ve la plaza de los toros de sus triunfos. José tenía hasta ahora en Sevilla el monumento histórico del mausoleo de Mariano Benlliure en el cementerio. Ahora tiene dos: el del cementerio y esta estatua junto al Arco de su Macarena, al lado de otro mito de la hermandad, el que le dio la estética con la que la conocemos: el bordador Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Así que el marcador de monumentos en la dual Sevilla queda así: «Joselito, 2; Belmonte, 1». Aunque para mí el mejor monumento a Gallito en la Macarena son sus verdes mariquillas latiendo humanamente en el pecho de su Virgen de la Esperanza.
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