En el Semanal de Los Domingos de ABC del 12 de agosto de
1984 se incluyó un extenso especial dedicado a conmemorar el 50 aniversario de
la muerte de Ignacio Sánchez Mejías. Entre las diferentes colaboraciones, destaca la de Luis
Fernández Salcedo, escritor taurino, nieto de Vicente Martínez, de cuyos
herederos eran los toros de la confirmación de Sánchez Mejías, en la corrida de
Beneficencia del 5 de abril de 1920. En su artículo expone su testimonio en
torno a aquella jornada, en la que Joselito actuó como padrino. Completaron el
cartel Belmonte y Varelito. Recogemos aquí algunos fragmentos de su privilegiado
testimonio.
Un buen día de la
primavera de 1919 me refirió mi padre:
-Espelíus me ha dicho que cuenta con ocho toros nuestros
para la corrida de Beneficencia del año próximo.
-Eso está bien.
Luis Fernández Salcedo |
-Eso ya no me parece tan bien.
-¿Por qué lo dices?
-Me temo que en esa fecha los toros no estarán en
condiciones.
-Naturalmente, por eso serán de cinco años.
Poco tiempo después me dijo mi padre:
-Joselito me ha manifestado que quieres que la corrida
del Montepío de este año sea nuestra; pero que la entidad está mal de dinero y
por eso se va a celebrar el festejo muy a principios de la temporada de 1920.
-¿Qué le has contestado?
-Que la corrida tendrá que ser cinqueña? […]
La camada de 1919 fue la más larga de todas. Ello
permitió reservar 14 toros para ambas corridas, sin posibilidad de añadir
ninguno más. El lote se componía de un berrendo con mucho pelo blanco, dos
castaños y 11 negros.
Durante la Semana Santa de 1920 fuimos muchas veces a
precisar cuáles serían los ocho toros de la Beneficencia, los de más bulto[…]
La corrida salió a 27 arrobas y media. La Diputación, que
organizaba el festejo, en sesión celebrada pocos días después acordó felicitar
al ganadero por la presentación y el resultado de sus toros. […]
La pelea de José y Juan se convirtió en el duelo José e
Ignacio. Gallito, con más carga de pundonor y amor propio que otras veces, y ya
es decir, se dispuso a no dejarse ganar la batalla en ningún momento. Que
Ignacio daba la larga cambiada de rodillas, pues el cuñado la ejecutaba en su
toro. Que Sánchez Mejías hacía un quite doble a base cuatro verónicas, pues
allá iba José con otro de seis. Que el neófito toreaba a una mano, pues
Joselito improvisaba el más barroco repertorio de largas. Que Sánchez Mejías
salía del estribo a parear, pues en el momento oportuno le imitaba el padrino.
Y así sucesivamente José puso a contribución su arte y su gracia. Ignacio una
valentía extraordinaria y las mayores ganas de agradar.
Joselito con su cuadrilla. De pie Sanchez Mejías |
El otro toro de su lote salió –como yo me temía- a
contraestilo. Era l argo, gamuno, veleto, de corte asaltillado. Tomó cinco varas
de gran bravura, dando cuatro aparatosas caídas y matando tres caballos. Pero
–según es frecuente- al oír los clarines para cambiar el tercio sacó un nervio
y una bronquedad muy respetables. Al comprobar el cambio de conducta debió
decir José para sus adentros: “¡A mí con esas, siendo yo el monaguillo de las
Salesas!”. Le duró menos que un pastel a la entrada de un colegio. Toda la
tarde estuvo asombroso en los quites, y al último le puso un par
extraordinario.
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