domingo, 12 de marzo de 2023

ÚLTIMO RECUERDO DE MANUEL PINEDA A JOSÉ

F. Mendo, a propósito del fallecimiento de Manuel Pineda, apoderado que fue de Joselito, hizo la siguiente semblanza publicada en 'El Ruedo' de 7 de febrero de 1.946:


DON MANUEL PINEDA CONSAGRÓ TODA SU VIDA AL SERVICIO DE JOSELITO

Había en la vida de don Manuel Pineda una sombra que, como la suya al cuerpo, le acompañaba acogida a su persona.

Aquella sombra, aquella vida, se marchó de su lado dejándole desamparado en su camino, desarraigado de la existencia, como si José Gómez, Gallito, hubiera sido su razón de ser y él lazo que, además de ligarle con el porvenir, justificase su pasado.

Cuando sucedió la tragedia de Talavera. don Manuel Pineda, único apoderado que tuvo el hijo de la "señá Gabriela", llegó a creer qué allí se había acabado el motivo de su vida.

Desde entonces, hasta ha pocos meses que un pequeño grupo de amigos le acompañamos a su última morada, Pineda pasó por todos los dolores. Conoció el agudo dolor de no haber podido impedir la consumación del óbito dramático e inútil, el dolor sin mengua del amigo perdido, el dolor anonadador de sentirse solo y olvidado, singularmente por aquellos entre quienes supo siempre hacer el bien sin tregua ni descanso.

Su ambición no fue la de intentar compartir la inmortalidad del torero ni la de soñar con que su nombre perdurase en el recuerdo de las gentes.

En la última época de su vida, el pobre Manolito Pineda se había como desprendido de sí mismo, se había deshecho de cuanto pudiera parecer ambición personal, para colocarla en aquello que, siendo consustancial con él, creía sobrevivirse, más como una obligación que como un orgullo.

Y desde él fatídico 16 de mayo de 1920, Pineda vivió calladamente, arrastrándose de puntillas por la vida, intentando ocultar una recatada pobreza y evidenciando en todo momento la inagotable bondad de los grandes corazones

Jamás especuló con las mieles de la popularidad de Joselito ni industrializó su papel de mentor y consejero, ni mucho menos se vio impulsado a cometer la menor felonía. En sus últimos tiempos aún llegué a disfrutar de su pródiga amistad. Sin fuerzas ni ganas para concurrir a las tertulias taurinas, solía Don Manuel Pineda acudir muchas tardes al domicilio de don Manuel Bienvenida, Luego se refugiaba en la oficina de unos amigos y vecinos suyos hasta la hora de cenar.

Un día me llamó para que le acompañara. Fue a raíz de la publicación del número de esta revista dedicado exclusivamente a la memoria de Joselito. Pineda, siempre caballeresco y agradecido, quiso testimoniar su gratitud a nuestro malogrado don Manuel Fernández Cuesta.

¡Bien ajenos estaban ambos de que con muy breve intervalo habían de abandonar este mundo!

Don Manuel abandonando por unos momentos su incansable labor, hizo sentar a P i n e d a cerca de sí y sacando a relucir su fervor "gallista" de toda la vida empezó a hacerle preguntas y a inquirir detalles poco conocidos de la vida del portento de Gelves.

Recuerdo que Pineda, con ira mal reprimida, censuró a aquellos que habían menospreciado las excelentes cualidades de Joselito como jinete y garrochista. Según su ex apoderado, fueron muy pocos los que le superaron con la garrocha en la mano en aquella época. Como nota curiosa citó que Joselito, que en toda su vida no recibió más allá de cinco cogidas —incluyendo la mortal de Talavera—, sufriera la primera cuando escasamente contaba cinco años. De la mano de su tío Manuel Ortega entró en un corral donde había un becerrete, y con una muletilla dio tres o cuatro pases hasta que el becerro le entrampilló y le propinó un mayúsculo revolcón.

Luego, Manolito Pineda impugnó el que se hubiera motejado a su torero de haber sido un mediocre estoqueador, Y en apoyo de su ardorosa defensa nos refirió la siguiente anécdota, de la que él mismo había sido testigo presencial.

Toreaba una tarde en Quintanar de la Orden con los hermanos Martín Vázquez. La corrida transcurría felizmente, cuando al salir el cuarto toro se inició un torrencial diluvio, por lo que los picadores se retiraron al patio de caballos mientras los lidiadores de a pie se arrebujaban en sus capotes.

Como el tiempo pasaba y ya al toro 1e llegaba el agua a la barriga, llamó el presidente a José para preguntarle qué hacían en aquel trance. Joselito fue de parecer de que se retirara el toro. Se intentó hacer —por falta de cabestros soltando los otros dos toros por lidiar, pero así como éstos tomaron el camino de los toriles, el otro continuó clavado en el centro del ruedo.

—Oye, Curro —dijo Joselito, dirigiéndose al mayor de los Vázquez—, a mí me da mucha lástima esta gente de Quintanar, que habiéndose gastado seis pesetas por veros, ahora se van a quedar con la miel en los labios, y se me ha ocurrido que me dejaras matar tu toro.

—Hombre, si te atreves... —contestó Curro--; pero observa que ni lo han picado, ni siquiera toreado, así como 'arrepara' que no tenemos aquí ningún submarino para ir en tu auxilio.

—No importa; y sin más preámbulos, cogió un capote y una espada, e invitó a Vázquez y a Cantimplas que saltaran con él al ruedo Una vez Joselito en el tercio, colocó a Curro separado unos metros de él y mandó al peón que tirara un capotazo al bicho. Este se arrancó a gran velocidad, y al ver al maestro que le desafiaba con el capote se desvió hacia él. José le esperó, le dio la salida, al tiempo que le atizaba una gran estocada, haciendo innecesario el que Martín Vázquez entrara al quite.

Y es que Gallito, además de superar lo que hacían los demás toreros, existía en él la sorpresa de lo inesperado.

Por algo un Guerrita, tan poco dado a la hipérbole, hubo de decir, hablando de los bermanos Gallos, que "solo verles jasé el paseíllo valía dinero".

Porque Joselito era un torero impar, del que los aficionados tendrán siempre recuerdo.

El ser el mejor torero que hasta la fecha pisó los ruedos.

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