La revista 'El Ruedo' dedicó un amplio despliegue a plasmar la figura de Rafael El Gallo tras su muerte. El 2 de junio de 1960, en su número 832, apareció un extenso reportaje firmado por Santiago Córdoba en el que Gregorio Corrochano, Vicente Pastor y Antonio Pérez Tabernero lo recuerdan.
En esta primera entrega se recogen las palabras del cronista taurino:
Vamos a hablar de Rafael Gómez,
«el Gallo». Sí, vamos a seguir hablando del torero que dio más que hablar. Porque no ha habido una figura
taurina más admirada, más pintoresca,
más discutida, más celebrada, más
simpáticamente popular que «El Gallo». Corrochano
«El Gallo, dentro y fuera de la Plaza, tenía una personalidad arrolladora, En el redondel era distinto a todos los toreros; cuando le soplaban las musas, incomparable; cuando tomaba precauciones, único. Por eso era «El Gallo». Pero no divaguemos. Vamos a hablar de «El Gallo» con tres contemporáneos suyos. Tres representantes de la época gloriosa de Rafael «el Gallo». Un ilustre cronista taurino, un famoso torero y un ganadero de solera: don Gregorio Corrochano, don Vicente Pastor y don Antonio Pérez Tabernero. Tres nombres prestigiosos de la Fiesta. El mejor cartel que se puede ofrecer hoy en homenaje al torero más sensacional de ayer.
— Don Gregorio, vengo a robarle un artículo. Usted habla y yo escribo. Vengo a que me hable de Rafael «el Gallo».
A don Gregorio, que podría dictar de un tirón la tauromaquia de «El Gallo», se le agolpan los recuerdos. Pongamos orden a la garbosa palabra del maestro.
— Empecé a ver a Rafael de matador de toros en Madrid, en la época de Mosquera, cuando empezó a revelarse como lo que era. Mosquera le dio oportunidades, como a Vicente Pastor. Entonces se ve lo cerca que torea; tanto, que cuando se perfilaba para matar apartaba con la mano las ban erillas. Todos lo habían hecho con el estoque.
— ¿Qué escuela acusa «El Gallo»?
-La escuela sevillana, empalmada con la rondeña, El trajo lo de cambiarse la muleta de mano; así torea al natural —arte rondeño— y se adorna — arte sevillano—. «Don Modesto» ve a «El Gallo» y escribe: «Que pase con su pase. Con ese pase se pasa a la Gloria sin permiso de San Pedro.»
— Muy bonito. Verá, verá. Entonces «Don Pío», gallista por convicción, pero también por polemizar con «Don Modesto», cuando «El Gallo» estaba bien, gritaba: «;Kikirki... Ey Carballeyra!...» Estos gritos los daba en la Plaza y en «La Tribuna», su periódico. Y cuando el torero daba la vuelta al ruedo recogiendo puros y devolviendo sombreros. «Don Pío», tirando las cuartillas a su paso» le decía: «Pon lo que quieras, que yo lo firmo.»
— ¿Se mezclaron entonces los gallistas de Rafael y de José?
— No. Rafael tenía un partido suyo, único, entusiasta y fanático, que no tenía nada que ver con «Joselito». Y tornamos a la anécdota. Porque «El Gallo», como todos los genios, como todos los hombres fuera de serie, es pura anécdota. Y don Gregorio, que tiene una prodigiosa memoria y un estilo verbal que emboba al que le escucha, como su pluma deleita al que le lee, cuenta...
—En «El Huerto de Capuchinos», donde se desarrolla la comedia quinteriana titulada «Las flores», un viejo aficionado que se pasaba la vida cultivando flores con el mismo amor que cultivaba su admiración por «El Gallo», me preguntó un día: «¿Qué le ha pasado a Rafael el otro día en Madrid?...» «Pues nada -le respondí vacilante—, que le salió un toro a contraestilo, que no se arrimaba...; pasó el tiempo y se lo devolvieron al corral.» Y él replicó sentencioso: «Pues no pasará mucho tiempo sin que le saquen ustedes bajo palio.» Efectiva mente, a los pocos días, un 15 de mayo, con un toro memorable de Aleas, al que Rafael hizo una de las mejores faenas que se vieron en la Plaza madrileña, lo sacaron a hombros. Entonces recordé al viejo aficionado de «El Huerto de Capuchinos" y le puse el siguiente telegrama: «Rafael ha salido bajo el palio de las palmas de los espectadores.» ¿Sabe usted lo de «El Alfombrista»?
-No.
-Sale para Rafael un toro en Madrid. «El Alfombrista», gallista hasta los tuétanos, ve que va a estar fatal su ídolo; se pone en pie y grita al usía: «¡Señor presidente: este toro es «burraco!» Se corre por la Plaza el grito, se arma la marimorena y el presidente saca el pañuelo verde y cambia el toro Al día siguiente hago la crónica, lo cuento y hago la siguiente definición del toro: «"Burraco", toro negro. picado de blanco por detrás, a quien los vaqueros llaman «Burraco» por el parecido del color de las urracas.» Habían echado para atrás un toro por el pelo, como podía haber sido berrendo, castaño o cárdeno.
—Don Gregorio, ¿cómo definiría usted a Rafael «el Gallo»?
—Un torero clásico, con el arte jugoso de la escuela sevillana. Tan clásico, que macheteaba con la izquierda, suerte poco lucida, pero necesaria, como hacían los clásicos. Y lo hacía con la izquierda, con objeto de no perder tiempo para matar.
— ¿Y Rafael como persona?
—Bondadoso, educado, muy educado y humilde, cualidad ésta que rara vez se da en el toreo. Jamás habló mal de nadie. Del pecado de envidiar, del mal causado por injuria y calumnia, ni siquiera por ligereza de juicio, se va libre. Rafael «el Gallo», cuando hablaba de algún torero, solamente cogía para hacer mención la parte buena. Elogios le oí muchos, disculpas también. Censuras, ninguna.
— ¿Cuándo le yio usted por última vez?
—El 8 de mayo último, en Sevilla. Me despedí de él, incorporándose trabajosamente en la cama. Ayudado por el abrazo que le di, me echó los brazos al cuello. Nos separamos procurando que la emoción no se asomara a los ojos. Por decirle algo, le dije: «Volveré pronto», y él me contestó: "A. ver si es verdad». Pero los dos comprendimos que no volveríamos a vernos.
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