domingo, 21 de enero de 2024

VIVENCIAS DE JOSELITO EN LIMA

La revista 'El Ruedo' incluyó en su número 824 de 7 de abril de 1960 el siguiente artículo a propósito de la campaña peruana de José:

JOSELITO Y SU VIAJE A LIMA

Don Augusto C. Peñalosa, viejo aficionado que ha hecho del Perú su segunda patria, y vive la vigencia de la Fiesta española en su presente y en su añoranza, nos envía la siguiente evocación limeña de "Joselito El Gallo", firmada por don César Miró. 

 EL TRAJE TENIA CAIRELES NEGROS 

Desembarco en Cádiz tras el viaje. (Foto: El Ruedo)

 Vestía luto cerradísimo, y hasta el traje de luces llevaba caireles negros. Y era negro también el capotillo de paseo, que dejó en una barrera antes de empezar la fiesta trágica. Fue en esa temporada, de hace exactamente cuarenta años, que José Gómez Ortega, el «Gallo V» —porque hay que designarlo así, como á los reyes — , dejó en la arena de Acho su huella excepcional. «Joselito», el «Sabio», el «Niño de Gelves», era hijo y nieto de toreros, como diría García Lorca del Camborio, y lo fueron también sus hermanos Femando y Rafael, y sus cuñados Sánchez Mejías y Martín Vázquez. En ese friso que encabezaba el tío abuelo, sobresalía su figura gallarda, armoniosa, varonil. 

Frente al mar del Regatas de Chorrillo he conversado con Augusto. C. Peñalosa, taurófilo de buena cepa, nostálgico de las edades de oro, entendido como el que más. De su evocación emergen esos recuerdos. «Joselito» traía luto riguroso por la «señá» Gabriela, su madre, fallecida el año anterior. Mientras vivía, no aceptó jamás contratos fuera de España. Ahora podía quebrantar su propósito. Y esa temporada de 1919 a 1920 vino a Lima. No pudo incluir a Méjico en la gira porque don Venustiano Carranza, su presidente, había prohibido las corridas y los mejicanos se quedaron sin ver al desconcertante lidiador, sin poder cotejarlo con su Gaona sensacional. 

 En el curso de la corta vida de «Joselito» —murió a los pocos días de llegar al cuarto de siglo— «cruzó el charco» una sola- vez, para venir al Perú, donde desde diciembre de 1919 hasta febrero inclusive del 20, no dejó de torear un solo domingo, alternando con «Manolete» padre, Isidoro Martí Flores (que murió en Colombia y no, en el Perú, como registra Cossío), Curro Martin Vázquez (que se llevó un cornalón) y el nacional «Cachucha» (a quien le dio la alternativa, la última de su vida), puede también interesar a los lectores de EL RUEDO que en Lima se encerró, sin más capote cerca de él que el de «Blanquet», con siete toros-, uno de despedida, como regalo, dejando en la Plaza más antigua de América recuerdos perdurables. (Existe una enorme placa de bronce con su efigie y fechas en el frontis.) 

 A quienes más les duele (y conduele oírlos) no haber visto al «Pontífice del Toreo» (como «cardenales», tenía los suyos) es a los mejicanos, que  tampoco vieron a «Guerrita», que sólo actuó en Cuba. 

 Fue la única vez que visitó nuestra ciudad. Pocos meses más tarde, en Talavera de la Reina, encontraba la muerte, tantas veces citada, entre los cuernos de «Bailaor», un burriciego aquerenciado que tomó cinco varas y despachó a cinco caballos antes de sorprender al torero de quien se decía que para que un toro le cogiera tendría que «aventarle los pitones». 

 La charla de Peñalosa renuncia esta vez a su. tradicional humor, al retruécano que preside siempre su agudeza -porque aquí no se puede jugar con las palabras—, para recordar esas tardes de hace cuarenta años en el pozo de Acho. Vivía «Gallito» en una casa de la Inquisición, de donde salía con el atuendo clásico, la chaquetilla, el pantalón ajustado, la camisa rizada, a tomar el té con sus amigos de la Asamblea Nacional. La Asamblea Nacional. — de la que yo era miembro-  dictó la Constitución peruana de 1920 notas de don Augusto C. Peñalosa). El sevillano airoso no era alegre esos días; a sus ropas negras unía un rostro sombrío, acaso por la ausencia definitiva de la «señá» Gabriela o tal vez por el presentimiento, de su propia muerte. Así le describe nuestro amigo en su evocación. Y le ve también almorzando en silencio en el salón «Mi Casa», de la calle de Concha, y en esa tarde en que se despidió encerrándose con siete toros, improvisando una alternativa en el último de ellos con el nacional Alberto Fernández, «Cachucha», mientras las ovaciones convertían la Plaza en un volcán, en la gigantesca letra O de un interminable y estentóreo olé. 

 Sus más puras faenas las hizo con los toros de Celso Vázquez, del cruce de Veragua, los hijos del famoso «Sereno», porque ya desde entonces se afirmaba que con los de la. Rinconada no podía lucirse nadie. Era completo en los tres tercios -banderillero excepcional—, y había aprendido de Belmonte que es preciso «mandar» al  toro, imponerle condiciones, y sabía sobre todo, que no era fácil superar lo que don Juan había hecho la temporada anterior.

¿Rivalidad con Belmonte? Desde luego. En todo caso, prefería no hablar de él. Belmonte era ligeramente mayor; pero 'Joselito' era más antiguo. Puede no tener siempre razón Manrique cuando dice que 'cualquier tiempo pasado fue mejor'; pero en el torear no cabe discutirlo. Conversé no hace mucho en Sevilla con Juan Belmonte, el 'Terremoto', el ídolo sobreviviente de esas épocas, y creo que ninguno de los dos ha sido superado. Ni su toreo revolucionario, el que suprime los terrenos, el que le habla al oído a la muerte, ni el del 'Gallo' clásico, escultórico, alegre, dominador; el de ese mozo de veinticinco años que paseó el daguerrotipo dramático de su traje de luces con caireles negros en la soleada y prestigiosa arena de Amat.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.