La revista 'Acci', subtitulada 'Semanario Informativo Gráfico Literario', se publicó en Guadix en los años cincuenta del siglo pasado. El 24 de agosto salió a la calle el número 129 con tres artículos taurinos. El que recogemos en su integridad estaba firmado por L. Moreno Rivera y el penúltimo párrafo no tiene desperdicio...:
RAFAEL
Con el nombre basta. Su popularidad alcanzó tal relieve que al decir Rafael, la afición de España entera sabía que tras este nombre estaba el «Gallo» y tras el de Joselito, «Gallito». Eran dos hermanos y fueron don toreros inmensos. Dos artistas de tal magnitud que llegaron a la cumbre de este arte, que con más o menos fortuna, cultivaron por aquel entonces casi todos los que con sus felices actuaciones ganaron para la historia un nombre y un recuerdo imborrable.
Rafael no actúa en los ruedos, pero se asoma de vez en cuando al palco presidencial de cualquier plaza y apenas es advertida su .presencia el público se pone en pie y le aclama. Allá en Sevilla, donde tiene su residencia, pasea por la calle de las Sierpes. Entra, en el café Briz y en la cervecería Española, erguido, con su andar pinturero, mordiendo el puro, que no le falta en los labios; llevando el sombrero ancho un poco caído sobre la sien derecha. Ahí va Rafael, —dice la gente— ostentando la representación del toreo artístico, de la solera fina y de la gracia inimitable. Ya va, alejándose. Los años tiran de él, pero él se mantiene firme porque sabe que con su marcha obligada y definitiva desaparece todo: Arte, elegancia, clase y estilo. ¿Quién hereda todo eso? Nadie , desgraciadamente. Ahora los toreros son hombres valientes nada más. Uno de estos, se postran de rodillas ante el toro, arroja sin arrogancia muleta y espada y se encara con el público como diciéndole: «Anda, baja y haz esto que sólo hago yo». Otro se pasa el toro por debajo del brazo llamándole a una distancia temeraria para una vez logrado el efecto del audaz valor, desandar lo andado, terminando con un simple pase por alto o alejándose con la muleta plegada debajo del brazo, como quien va a soltar un objeto que le entorpece el libre manejo de los brazos.
Y hay otro más que la consistencia de su arte, si así puede llamársele, está, en colocarse de espaldas al toro y mirando sonriente al público, espera y aguanta, con disimulada gallardía, el arranque del animal para darle paso con un leve movimiento de la muleta, donde se aprecia la temeridad, pero ésta con ausencia del arte de torear y sin que ese momento quede algo que represente entusiasmo, buen estilo y alegría: En recuerdo y en honor de aquel toreo que va desapareciendo, se va a rendir un homenaje a Rafael. Se aprovecha la oportunidad de que cumple los cincuenta de su profesión. Toda una época brillante, donde él destacó de una manera singular alternando con las principalísimas figuras que en aquellos tiempos daban lustre a las ferias andaluzas y concentraban el esplendor de los festejos populares.
Bien se merece el creador de la «espanta» el homenaje que se le va a rendir y no recordamos esta genialidad de sus últimos tiempos con idea de evidenciarlo en severa crítica. La «espantá» era de artista consumado. Cuando le picaba la mosca y se arrojaba al callejón lo hacía con tal habilidad que cuantos le han sucedido no han sabido imitarle. Había improvisación y salero y el público gozaba de igual forma que cuando ponía banderillas al trapecio y al quiebro o quitaba, con la rebolera (sic) elegante que tanto le caracterizó.
Ahora a esperar el día del homenaje, al que sería curioso asistir para conocer más intimidades del genial torero, del artista incomparable que la pesadez de los años apartó de los ruedos, pero que su figura se mantiene erguida proclamando con altivez, gallardía y clase que la utilizó tantas veces ante toros de trescientos kilos, con cabeza y cuernos descomunales, con picadores que no practicaban la «carioca»; sin petos los caballos, sin drogas en la antesala de los chiqueros; sin tablerazos en los cuartos traseros; sin inyecciones...
Así toreaba el «Gallo» aunque abriera el compás ante un toro cebado con habas y garbanzos negros. Ahora se unen los pies y se mira al tendido, pero con unos toritos que no son iguales a los que mataba el hoy apoderado don José Flores «Camará» .
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