En la primera parte del trabajo recoge la historia de las distintas suertes que por aquel entonces se ejecutaban. Al hablar de los galleos cuestiona la autoría que se le otorga al señor Fernando y 'culpa' a José de su recuperación:
A propósito de esta suerte, se han escrito verdaderos desatinos. Tales como concederle la invención de la suerte de gallear a Fernando Gómez, padre de los Gallos, datando el galleo de mucho antes.
Refieren antiguas crónicas, que al subir por segunda vez Felipe V al trono de España, celebróse en la plaza Mayor de la Corte una real corrida de toros. Antes de empezar la fiesta, viéronse en el anillo dos embozados haciendo como que hablaban. A las acometidas de la fiera se defendían con quiebros de cuerpo, y engañando a los toros con los vuelos del capote, los mandaban o dirigían a su capricho, permaneciendo siempre embozados hasta los ojos. De estos dos distinguidos lidiadores, por su serenidad y
limpieza de ejecución, descolló uno: era el escribano don Bernardo Falces, quien en un ligero movimiento se dejó ver la cara y el público lo reconoció.
A este señor se le achaca la paternidad del galleo,
datando la suerte, desde el año 1725.
De los toreros modernos que han galleado con más o menos lucimiento, se citan a Paco Frascuelo, a
Bonarillo y Faíco, con más frecuencia el primero.
Apartados estos diestros del palenque taurino, la
suerte de gallear quedó olvidada, hasta que José
Gómez Ortega (Gallito) la resucitó, ejecutándola en
las plazas de Madrid y Badajoz en la temporada de
1915, siguiendo practicándola en las temporadas siguientes con todos los toros que a juicio del gran
lidiador, reúnen condiciones para ejecutar tan bella
suerte.
El verdadero galleo, el galleo matriz, que pudiéramos llamar, es de la siguiente manera: El diestro se
echa el capote abierto por encima de los hombros y
cogido de los dos extremos del cuello, el toro le sigue embebido en los vuelos del capotillo, al que
hará girar con un rítmico movimiento de acá para
allá, o sea un zig-zag, rematando con un recorte
afarolado.
A más de este clásico y gallardísimo toreo de
adorno descrito, hay otras maneras de gallear que
Sánchez de Neira anota: «Con la capa doblada sobre el brazo, marchar a
encontrarse con el toro, al cual, más que el cuerpo,
se le acerca el engaño, rematando la suerte como en
el recorte, al que se parece mucho».
Este galleo, entendemos, es idéntico al que ejecutó Reverte, y que la afición denominaba recortes capote al brazo.
Otro modo de gallear:
Con el capote en la mano del lado que ha de presentarse primero al toro; al llegar al centro se le
acerca, humilla, cambia el torero su viaje tomando la
salida, pasa el capote de una maño a otra, y el toro,
humillado, pasa detrás del torero, que, si es diestro
en esta suerte, puede ejecutarla con un sombrero,
pañuelo, montera, etc.
El mismo autor cita, por último, este otro modo
de gallear, que consiste «en arrojar al hocico del toro el capote cuando el animal llegue a jurisdicción muy
levantado quedándose el torero con una punta en
la mano, y al humillar el toro, pasarse por junto a
la cabeza quebrando el cuerpo que ocupa su terreno,
sucediendo, que al tirar rápidamente del capote, el
animal hocica a espaldas del diestro y sufre un destronque grandísimo».
Para nosotros, el verdadero galleo, el más clásico,
es el primero. El que se ejecuta con la capa sobre
los hombros, o puesta.
Los otros, sin negarles el nombre de galleos, nos
inclinamos a creer son recortes, que tendrán su mérito, según se hagan, más o menos ceñidos o elegantes. Depende de la salsa torera que sepa darles
el lidiador.
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