Juan Ferragut firma el siguiente artículo, publicado el 16 de junio de 1937 en 'Mundo gráfico', en el que cuenta cómo vive Rafael El Gallo en pleno conflicto bélico:
RAFAEL 'EL GALLO', 'COLECCIONISTA' DE GUERRAS Y REVOLUCIONES, TIENE UN BAR
Rafael Gómez, el Gallo, veterano del arte taurino, poseedor legitimo de una auténtica popularidad cordial y pintoresca, tiene un bar flamante, recién inaugurado en una de las calles más céntricas de Madrid.
'EI Gallo' ha abierto un bar, es el decir de las gentes, que cunde de boca en boca. No nos metamos en interioridades administrativas, que acostumbran a ser un misterio. Y más tratándose de el Gallo, que en materia económica ha sido siempre una verdadera calamidad. Nadie —ni él mismo—ha sido capaz nunca de "echar la cuenta" a este Faraón flamenco, manirroto y genial. Nadie—ni él mismo—ha sabido jamás lo que el Gallo ha ganado ni lo que tiene. Auténtico bohemio, calé de raza, este calvorota artista y arbitrario ha hecho de su vida acaso su mejor 'faena' de arte. Supersticioso. fatalista, abúlico y simpático, el Gallo es, por sí solo, toda una tradición y toda una leyenda. Nunca un hombre vulgar, ni una personalidad amorfa y adocenada, Rafael es único en su arte, en su bondad libérrima, en su pintoresquismo y hasta en su prestancia física, que los años no han podido amortiguar.
Lo cierto es que, sea o no cierto—dejemos interioridades administrativas—, el Gallo tiene un bar. Allí está él, de la mañana a la noche, con su cráneo reluciente y su sonrisa matizada de gitana melancolía, haciendo los honores del nuevo establecimiento. "El bar de el Gallo" le llama la gente, y la gente tiene razón, porque su instinto le dice que el pintoresco disparate de establecer un despacho de bebidas cuando no hay vino ni tapas, y la cerveza escasea, y los mariscos tienen precios astronómicos, y los licores famosos se han transmutado en química misteriosa, no podía ocurrírsele más que a Rafael el Gallo.
Sin embargo, allí está Rafael, hierático, cetrino y sonriente, como siempre; parco de palabras y de gestos, como un auténtico ídolo de bronce el rostro, de marfil antiguo la calva veterana.
Rafael es estoico y fatalista. Por su edad, podría libremente estar lejos de Madrid, o, por lo menos, evacuarse a un barrio menos batido por la metralla enemiga. Pero Rafael tiene los oídos habituados a todas las tempestades.
—Los que se estremecen—sentencia Rafael— cuando estalla un obús no saben cómo suena un "¡ole!» cerrado o una "bronca" en una plaza de toros.
EI bar de Rafael se rotula 'Los Hércules». Es un recuerdo a la vieja Alameda sevillana, matriz de toda una casta de artistas flamencos y toreros famosos, sevillanos todos... , menos este magnifico Rafael Gómez Ortega, que nació en Madrid.
—Me dicen que me vaya—dice el Gallo—, y no me voy. Por casualidad nací en Madrid. y si aquí tengo que morir, será mi sino. Todo lo que le tiene que pasar a un hombre está ya escrito, y no hay nadie más tonto que el que cree que poniendo tierra por medio se libra de su suerte. Además, a mí no me cogen de sorpresa guerras y revoluciones. Parece que me dedico a coleccionarlas. He dado muchas volteretas por el mundo. En América, ya se sabia: llegar yo a una República y liarse un fregao de tiros, era todo lo mismo. En Méjico, en Uruguay, en Paraguay, en Venezuela, en la Argentina, en Cuba, he sido testigo de no sé cuántas revoluciones. Estoy curado de espanto. Ahora, compadre, que "esto" de ahora es lo más serio que había visto: er sin fin der mundo...
Rafael enciende un cigarro puro. Atiende, con su característico gesto cordial, a unos amigos que llegan. Su silueta magra, estilizada. tiene un aire inconfundible, de auténtico señorío, garboso y simpático. Se habla de la guerra, de los ausentes, de los que a los primeros truenos bélicos se fueron lejos.
Rafael sentencia:
—Cada uno, aunque no entienda de política, tiene su sitio. Un artista popular es del pueblo que lo hizo. ¿A quién se lo debe uno todo? Al pueblo. Su aplauso, su cariño nos dieron fama y dinero. iEa!, pues con el pueblo hay que estar a las duras y a las maduras... Yo he pasado muchos tragos amargos. Me he visto a veces 'entregado', hundido. En una sola tarde de suerte, el aplauso del pueblo me ha resucitado. ¿Es que uno puede olvidar esto?
Y el Gallo vuelve a su silencio hierático.
Empiezan a estallar, no lejos, truenos de metralla asesina. Rafael fuma impasible. En su rostro broncíneo, el gesto hermético, inalterable-—estoicismo y melancolía—, de las "tardes malas".
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