Segunda entrega de la entrevista de 'El duende de la Colegiata' (Adelardo Fernández Arias) a Pastora Imperio y a Rafael sobre su ruptura matrimonial, publicada en El Heraldo de Madrid (12 de febrero de 1912). Se trata, en este caso, de la segunda parte de las contestaciones de Pastora.
—Y usted ¿era feliz con él?—le
pregunté
—Con él, sí; sola con él
hubiera sido muy feliz; pero ¡su familia!... luego ¡él es tan extraño!.... veía
lo que no existió..., una sombra que huye por la noche; un hombre que se escapa
de día… ¡en fin! Yo no sé si es la neurastenia ó qué; pero ¡usted sabe que de
mí no ha tenido nadie que decir nunca nada!, y sus celos, ¡bueno, mire usted!,
eso de sus celos son lo mismo que cuando despidió a su cuadrilla porque pensaba
que echaba unos polvos en los capotes para dejar ciegos á los toros.
—Bueno, Pastora; ¿pero usted le
quiere?—le pregunté.
Pastora reflexionó un momento.
—No lo sé… Si hubiéramos vivido
solos yo hubiera sido muy feliz con él. Yo no comprendo a ese hombre… Un hombre
como él, que estudia delante dei toro, porque en la plaza hace con el capote lo
que quiere; maneja al toro á su gusto; hace lo que quiere de él; en fin, ¡que
estudia! Y luego, en casa... yo no le comprendo. Por eso, mire usted, cuando
supe que mi pobrecito padre estaba malo vine a verle y pedí el depósito en su
casa...
—¿En qué fundó usted su demanda
de divorcio?
—En incompatibilidad de
caracteres—me respondió Pastora débilmente,
--No—le dije—; todavía no
admiten nuestras leyes ese fundamento, lógico, pero para nosotros aún ilegal
—Bueno; la fundé en malos
tratos—me contestó Pastora,
—Y, en efecto, ¿la maltrató á
usted?—pregunté á la Imperio.
Y Pastora, bajando la cabeza,
me respondió:
-¡Sí!.
—Sin embargo—le dije—, he
sabido que usted ha retirado la demanda de divorcio,
—Sí, la he retirado.
—¿Por qué?...
—Primero, porque eso del
divorcio, en España, es una tontería; cuesta dinero, que se lo llevan los curiales
y no se consigue nada práctico... Yo que sé que Rafael no anda muy bien de
dinero... esto del divorcio le iba á costar una porción de duros que necesita… y
además... Pues mire usted, porque yo sé el estado precario de Rafael y sabía
que el Juzgado enviaría á todas las plazas una orden, y ¡figúrese usted, un torero
de sesenta corridas son sesenta mil duros, y ¡no! yo no quiero perjudicarle, no
quiero hacerle el menor daño, no, señor. Se lo dije á mi padre y mi pobrecito
padre me contestó: «Si es tu gusto, hazlo.» Luego, ¡mire usted! á mi padre le
han precipitado la muerte estos disgustos, y sin embargo, ¡ya ve usted! todos
creímos que Rafael entrase por esa puerta, porque ante la muerte todo se
olvida, no hay resentimientos, no hay odios que perduren ante una desgracia
así, y Rafael no vino. Todos creímos que vendría al entierro, porque han venido
muchas personas que ni conocíamos, ¡y Rafael no vino! Mire usted, si llega á
venir, todo lo olvidamos, no pasa nada, lo recibimos aquí en palmitas.
—Pero vamos á ver, Pastora—le dije: ¿usted
está enamorada de Rafael, verdad?
—Ya ve usted, cuando yo retiré
la demanda de divorcio…. Pero, no; no le perdono que no haya venido cuando
murió mi padre... no se lo perdono.
—¿Y si viniese á verla?—me atreví á preguntar.
-No viene; Rafael es hombre
que no viene y no vendrá...
Vi, en los ojos grandes de
Pastora, asomarse las lágrimas. Se rehizo y continuó:
—Hace pocos días, mientras él
gastaba mil pesetas en una juerga con la famosa “Niña de los peines”, yo tuve
que empeñar... ¿sabe usted?... con la famosa «Niña de los peines»!
-Y usted ¿qué piensa hacer?...
—le pregunté
—Pues cuando se
me acaben los recursos tendré que trabajar. ¿Qué voy á hacer? ¡Me ofrecen
muchísimos contratos! ¡Tengo ya dos para el Salón Imperial, de aquí, y el
Trianon Palace, de Madrid, en quinientas pesetas diarias ¿Qué voy á hacer?
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