Tercera entrega de la entrevista con Pastora y con Rafael acerca de su relación, publicada en el Heraldo de Madrid el 12 de febrero de 1912. En esta tercera entrega el protagonista es Rafael.
El duende de la Colegiata |
Y el
Gallo se levantó de la cama, y sin arreglar, para que no le esperásemos, con el
cuello de la americana subido y una gorrilla inglesa de viaje, vino al despacho
á vernos. El popular torero nos recibió muy afectuoso.
—¿Qué
hay? nos dijo—. ¿Qué tal por Madrid? ¿Cómo está el público?
—Deseando
aplaudirte—le contesté.
—Yo
quiero mucho al público aquel—me respondió el Gallo.
Rafael
Gómez ordenó á su mozo de estoques que trajese una caja de cigarros, y Antoñito el del Lunar trajo una caja de soberbios habanos, que repartió. Yo sentí
no fumar para saborearlos. Con la suavidad natural abordé el asunto de la
Imperio; todos los que me oyeron callaron y miraban al Gallo; Rafael, muy
serio, me respondió, sombrío:
—No
hablemos de eso. Hablemos de toros.
Pude
convencer al torero de la sinceridad de mis palabras, y, pensando mucho sus
frases, con un dejo amargo en el tono de su voz, me fue diciendo:
—Esas son cosas muy íntimas. ¡Qué sé yo! ¡Cada
uno sabe lo que se hace en su casa! Sobre todo... lo primero que un hombre debe
ser es... ¡hombre! ¡Y tener vergüenza... y dignidad! ¡Y á la vergüenza y á la dignidad
se sacrifica todo cuando se es hombre!
[....]
—Mire
usted—continuó diciéndome el Gallo—, á las mujeres les sucede lo que á los
toros, que cuando se tuercen una vez, ya no hay quien las arregla...
Un
silencio siguió á la frase de Rafael; el torero continuó diciéndome:
—Figúrese usted: yo estaba en El Pedroso, y mi
mujer, sin permiso mío, se marchó de casa, y como no había vuelto á los dos
días, mi madre me telegrafió: «Ven», y vine,,. ¿Usted cree que hizo bien
Pastora marchándose?
Todos
callamos. El Gallo continuó:
—¿Qué
queja podía tener de mi? ¡Yo no le había puesto la mano encima!
—Sin
embargo, interrumpí al Gallo, la Imperio ha presentado la demanda de divorcio fundada
en malos tratos.
—En
algo tenía que fundarla—me respondió el torero—; yo no le he puesto la mano
encima, y además yo conozco muchas mujeres á quienes sus maridos las matan á
palizas y hasta les rompen bastones encima de sus costillas, y ellas no salen
de la cancela porque les quieren y les respetan y hacen lo que ellos las dicen;
pero ¿usted cree que puede una mujer marcharse de su casa, en ausencia de su
marido, y no parecer en dos días, así como así?... Además…
Hizo el
Gallo una pausa y continuó con amargura:
—Además,
cuando una mujer se tuerce una vez no hay quien la arregle, y yo, ¿sabe usted?,
yo tengo vergüenza y dignidad antes que todo, y... ¡que no puede ser!...
Pausa.
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