El periodista, dramaturgo y novelista José López Pinillos (Pármeno), publicó una extensa entrevista con Joselito en su obra Lo que confiesan los toreros. Pesetas, palmadas, cogidas y palos, publicada en 1917 por la editorial Renacimiento de Madrid.
Ofrecemos en esta entrada la primera parte de la entrevista.
P —Pues vamos a verlo. ¿Le gusta a usted torear ganado
chico? ¿Le exige usted toros chicos a las Empresas?... Mucha gente lo cree .
Dicen que como es usted el «Guerrita» de ahora, hace lo que Guerrita» hacía.
¿Es verdad?
R --¡Qué ha de ser
verdá! Esas son cosas de los enemigos que tiene uno en la afi
sión. No es que yo
baile de alegría si me suertan un elefante ni que yo pida elefantes... ¿Pa qué
voy a desir una tontera? ¡Pero pedir ratones!... Si es «contaprodusente», señor.
Un ejemplo: Figúrese que le presentan tres platos de dursé, uno muy grande,
otro muy chico y otro mediano... ¿Cuá escogerá usté?.... Er grande le estomaga
y er chico no le deja satisfecho. ¿No escogerá er mediano, que le yena sin
indigestarle? Esa es la mía: toros proporsiónaos, con edá, con cuernos y con
tipo, que no sean montañas ni borreguetes.
P—¿Y si no hay toros proporcionados?
R—Entre el chico y el grande, me quedo con el grande. ¿No ve
usté que el peligro es iguá y que con el grande hay lusimiento y. con el chico
irrisión? Mire usté: los toros más grandes que he matao este año, menos uno,
son los que me han valió más parmas, y eran de Miura y Pablo Romero. Y el que
no maté mu bien—uno de D. Eduardo que se lidió en Seviya y que pesó 411
kilos—«me se» resistió porque era un güey desde las puntas de los pitones hasta
la penca der rabo. Y en cambio, los más chiquitines... iNo me quió acordá! Seis
purgas de Sartiyo, que me cabían por entre las piernas, sin cuernos, sin
carnes, como espátulas... Er público, indirnao, de chuña: «Míralo con
telescopio.»
«¡Qué seis fieras te vas a cargar!» Y yo, cabreaísimo, sudaba sangre y me
estaba viendo con una corná de las gordas ensima, porque cada bicharraco de aqueyos,
por su podé y sus intensiones, tenía tanto que matá como seis toros.
P—¿Fue la corrida de Salamanca?
—Justo. La de
Salamanca. La más difsil que me he tirao al cuerpo, la más dura, la más
peligrosa... Aqueyos ratones que me dieron sesenta palos y que corrían, con dos
estocás en el cuerpo, con la mismita agilidá que los bailarines, mientras la
gente se reía de mí, no «me se» orvidarán tan fásirmente. Pero tampoco «me se»
orvidará... Bueno, esto que voy a contarle a usté, que, toavía no se ha dicho,
es una cosa presiosa. Bonito, bonito. Lo mejó de mi vida de torero. Verá usté.
Fui a Quintaná de la Orden con Vázque er mayó y Vázque mi cuñao. Bueno. Sale el
primer toro—de Martíne--y Curro lo mata bien; mato yo er mío a ley, mata el
tersero mi cuñao, regulá tar cuá, y sale el otro y dise Dios: «ayá va agua», y
se nos vuerca un río ensima. ¡Yo no he visto yové de un modo iguá! Pos señó,
que nos arrebujamos en los capotes, que sartamos la barrera, que me tapo yo con
el par agua de un armiradó y que le digo a los picaores que se retiren. Y pasa
un minuto, y pasan sinco y pasan dié, y arresia la yuvia como si toas las nubes
de España se hubieran sitao en Quintana. Conque me yama er presidente. «¿Qué
basemos, José?» Y yo, que veo que al toro le yegaba el agua a la barriga, digo:
«Mete a ese bicho en er torí, pa que no se ahogue». Y dise é: «Lo que usté
mande. Pero aquí no hay cabestros». Y mando yo que suerten los otros dos toros,
creyendo que se irían tos juntos cuando los asustáramos, y los asustamos, y se
van los dos úrtimos y er primero que salió se quea clavao en los medios como una
estatua.
P —¡Hombre!
R—¡Si es una cosa presiosa!... Bueno. Alante, que le va a
gusta a usté. Repetimos la operasión dos veses, con el mismo resultao; prohibí
yo que disparase la Guardia siví, pa que no matara a algunas criaturas por mata
ar toro, y entonses «me se» ocurrió cargarme al toro. ¡Si es más bonito esto!...
Lo mejó de mi vida. Conque le pido permiso a Vázque: «Oye Curro: a mí me da
muchísima lástima de estos pobres de Quintaná que que se han gastao seis
pesetas por vernos y van a quedarse a media mié. ¿Me dejas matá tu toro?»
«Hombre, si pués... Pero fíjate en que no lo han picao ni lo han toreao, y
repara en que no tenemos ningún surmarino.» «No importa.» Y como yo tenía ya mi
combinasión, le dije a Curro que hisiese lo que me viera haser, si era presiso;
cogí un capotiyo y salté al redondé con Vázque y con «Cantimpla». Y ahora viene
lo bonito. Me puse en el tersio, coloqué a Vázque a unas varas de mí y le mandé
a «Cantimpla» que le tirara un capotase al toro. Y ayá va «Cantimpla». ¡Ju! Er
bicho, enterísimo, se le arrancó iguá que un rejilete, yegó al tersio, dobló,
me vio a mí, que le desafiaba con el capote como pa darle una verónica, volvió
a arrancarse y yo me quedé con el capotiyo en la surda, lo esperé, le di salida
y le atisé la estoca más «diforme» que he atisao desde que me visto de torero.
¡Fenomená! Curro no" tuvo que moverse. ¿Es bonita la cosa o no?
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