En la revista El Ruedo del 7 de diciembre de 1965, Guillermo Sureda inició una serie de escritos dedicados a glosar la figura de Juan Belmonte y su contribución a la historia de la tauromaquia. Desde una óptica totalmente belmontista, en el primero de sus textos aparece esta curiosa y personal contraposición entre la figura de Juan y la de José.
Para darnos cuenta de lo
opuestos que fueron José y Juan —José, ejemplo de torero tradicional y
escolástico; Juan, ejemplo de torero genial y sin precedentes— hagamos unos
breves esquemas sobre la actitud social de ambos. Juan Belmonte se cortó la
coleta porque tuvo la inteligencia de ver que sin ella también era posible ser un
inmenso torero en el ruedo y que el torero no tiene por qué serlo en la calle;
José se la dejó porque la coleta era parte de su manera de ser, porque era
«tradición» llevarla y porque sentía la necesidad de ser torero en la calle.
Gallito hablaba con condes, marqueses y ganaderos; Belmonte platicaba con
intelectuales y artistas. A Joselito le gustaba terriblemente el campo, el
acoso de reses y la dehesa; a Belmonte le interesaba mucho más la charla de
Valle Inclán, de Pérez de Ayala o de Sebastián Miranda. José vestía traje
corto; Juan lo hacía con paños de Manchester, se confeccionaba trajes a la
última moda, para los que tuvo siempre buen gusto innato, y usaba sombrero
flexible. Gallito entraba en un café y la gente decía: «Ahí va un torero». Pero
entraba Juan y el público comentaba: «Ahí va Belmonte». En suma, José y Juan
fueron dos «hombres» distintos. Pero quien socialmente llevó el gato al agua,
quien liberó a los toreros de los trajes cortos, de las coletas, de los
aguardientes mañaneros, de su «uniforme» profesional, fue Juan Belmonte. Y esa
fue su primera gran revolución.
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