domingo, 22 de enero de 2023

LOS TOREROS EN LA PINTURA: JOSÉ GÓMEZ 'GALLITO'

Mariano Sánchez de Palacios es el autor del siguiente artículo, publicado en la revista 'El Ruedo' el 31 de enero de 1.952. El periodista repasa la presencia de Joselito en tres cuadros de Roberto Domingo propiedad, por aquel entonces, de Carlos Urquijo de Federico:


Es curioso observar el reflejo que en la pintura de todas las épocas han tenido los toreros. Puede decirse que empezó en Goya, con el retrato de los hermanos Romero, esta dedicación que los pintores otorgan a las celebridades taurinas, trasladando al lienzo a los hombres más famosos y representativos de su tiempo, pues si bien Juan de la Cruz había grabado también a sus preferidos —el mismo Romero—. es el genial pintor aragonés el que da el tono de la especialidad, trazando un camino que había de servjr de, arranque a futuras creaciones pictóricas. Por su indumentaria, por su apostura, por lo llamativo y colorístico de su atuendo, ayer más que hoy, el torero llegó, por méritos y circunstancias propias, a asomarse con cierto empaque y prestancia, al gran ventanal del arte.

En nuestro afán de recoger una nueva modalidad dentro del tema taurino iniciamos hoy una serie que juzgamos interesante, y que alternará con aquellas crónicos que las circunstancias y los momentos dictan. Al ir, pues, a destacar pintores y toreros, nos ha salido al paso el recuerdo imborrable del malogrado «Joselito», tan cercano en la memoria y en el tiempo. Cerca de treinta  y dos años han pasado desde aquella luctuosa tarde de Talavera de la Reina, en que el más célebre y elegante torero de los últimos tiempos se desangraba, herido de muerte, sobre la arena tostada y calenturienta de una pequeña y pintoresca Plaza de pueblo. ¡Joselito! Para muchos de nosotros su recuerdo va unido al de nuestra juventud, a aquellos años en que iniciábamos nuestro visita dominguera al antiguo coso de la carretera de Aragón, en donde Rafael «el Gallo», Vicente Pastor y Juan Belmonte alternaban, entre otros, con el ídolo de aquel tiempo. Ahora, al evocarlo pleno de juventud, con la elegancia de su porte, tan torero siempre, cosechando aplausos y admiraciones, nos parece que el tiempo se ha detenido paro nosotros, haciéndonos vivir aquellas tardes inolvidables que eternizaban un momento trascendental de la historia del toreo. Aquí está el gran «Gallito», por obra y arte del ilustre Roberto Domingo, mostrándosenos tal cual era, en un lance muy suyo, en el último tercio de una corrida. Seguro, valiente sereno, en ese adorno con que los pinceles le ofrecen a la posteridad, dominando a la res, que se doblega ante el arte y la maestría del diestro. ¡Buenos toros aquéllos! Sugiere el cuadro nostálgicas añoranzas de un tiempo y un estilo ido, que no sabemos si volverá a repetirse, porque el arte taurómaco de «Joselito», tal vez. era único y personal en aquellos momentos de las grandes innovaciones y competencias taurinas. Los pinceles de ese excelentísimo pintor y maestro del género que es Roberto Domingo 
nos ofrecen esa visión certera y exacta del torero, enriquecida por un arte también único y aleccionador. ¡Qué gran cuadro, también, el de «Joselito» en un par de 
banderillas! Luz y color hermanados con la vistosidad y movimiento en una insuperable técnica pictórica. Tienen un sentido histórico y anecdótico a la vez estos cuadros, cuya reproducción ofrecemos, y si dos de ellos reproducen la figura estimada del torero, la tercera, «Talavera, 1920», encierra gráficamente todo el dolor de lo tragedia. ¡Qué impresionabilidad, qué emoción la de esta pintura! Todo el dolor de aquella infausta tarde se refleja en esto escena, que sucede en la puerta de lo enfermería de la Plaza de Talavera, entre el silencio de los compañeros de cuadrilla. Ahí, tras esa puerta carrada, yace el cuerpo inanimado del ídolo, del maestro, para el que los auxilios de la ciencia han resultado inútiles. El ambiente, la atmósfera, están cargados de dolor y pesimismo. ¡Ha muerto «Joselito»! Tristes, desalentados, nerviosos e impacientes están los peones, los picadores y lo» monosabios. Ellos saben lo brutal de lo cogida, pero aún esperan la anhelada noticia de que el matador vive. No lo quiso el destino, y José Gómez Ortega «Gallito», cerraba sus ojos para siempre en la misma Plaza de Talavera de la Reina donde hubo de torear aquel día, no  sin ciertos presentimientos de lo que había tristemente, de pasarle.

Los tres cuadros de Roberto Domingo, para los que no es precisa crítica nos ofrecen la visión del torero desde el gran plano del arte.

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