Antonio Martín Ruiz firmó en el siguiente artículo publicado en el número 133 de la revista 'El Ruedo', publicado el 9 de enero de 1.947:
UN TORO DE MIURA TRAJO DE CABEZA A RAFAEL EL GALLO
Toda la vida taurina de Rafael, el Gallo, es digna de ser recordada y comentada. Para los que fuimos testigos de muchos de sus capítulos es un placer especial el que nos produce su recuerdo. Para los que vienen detrás de nosotros tiene que ser de inusitada complacencia trabar conocimiento con el anecdotario de uno de los toreros más originales.
Foto que ilustró el artículo. |
Genial en el ruedo, de los momentos apoteósicos pasaba rápidamente, en transición brusca, a los del fracaso más ruidoso. Y lejos del ruedo era igual. Pródigo de lo que ganaba, derrochó a veces como un príncipe indio, y otras tuvo que concretarse a vivir en la estrechez de un monje de la Trapa.
Como fundamento de su vida, Rafael ha cultivado una filosofía, mezcla de estoicismo y fatalismo, que le ha hecho saborear lo mismo sus momentos prósperos que los de derrota con escasísimo desgaste de nervios, con una encantadora y casi envidiable serenidad. Tenemos la certeza de que con esa filosofía El Gallo acabará por arrebatarle a Matusalén la copa de la longevidad. Y nosotros lo celebraremos si vivimos para entonces.
Entre sus personalísimas cualidades, Rafael ha tenido la elegancia espiritual de no disimular sus derrotas toreras, y, por el contrario, comentarlas en público con singular despreocupación y gracejo.
Así ocurrió con un caso que conocemos perfectamente. Le vimos aperreado con un toro de Miura y luego leímos, siete años más tarde, en una interviú que le hizo López Pinillos (Parmeno), el comentario más desenfadado y gracioso que el propio interesado pudo hacer de aquel mal paso.
El encuentro de Rafael con el miura fue en la segunda corrida de las ferias del Pilar de 1910. Una función que se celebró con lleno, y en la que tomó la alternativa el diestro aragonés Joaquín Calero, Calerito. Vicente Pastor actuó de padrino en la ceremonia, y de testigo, el famoso Rafael.
Con el segundo toro, que se llamaba Golondrino, fue la «esaborisión» que presenciamos y que hubimos de reseñar como revistero.
Golondrino era cárdeno v ancho de cuerna. En la pelea con los picadores tuvo genio y poder. Tomó cinco varas, por cinco caídas, y dejó un caballo para, el arrastre.
Parearon Blanquito y Posturas.
El Gallo comenzó la faena con cierta confianza. Sus primeros pases de muleta gustaron; pero el miureño empezó a dar tarascadas y a buscar el cuerpo sandunguero del diestro con ánimo de palarlo, y el diestro dijo para sus adentros : «A mí no
me la das tú.»
A partir de esta frase, la faena tomó aspecto de zarabanda descompuesta. Toda la cuadrilla participó en la ayuda del espada, que, en pleno desbarajuste, se ganó un palotazo en el muslo.
Rafael, entrando a matar en curva exagerada, dio dos pinchazos y, por fin, tuvo la suerte de descordar a Golondrino,
El Gallo oyó una fuerte y prolongada serenata de pitos.
En el quinto miureño, Rafael, ya serenado del mal rato pasado en la muerte del segundo, toreó bien de capa, clavó un par delantero al cuarteo y la faena la hizo inteligente y confiado.
Estos fueren los hechos, y años más tarde, al hablar con Parmeno, Rafael hizo referencia a los toros de su «contraestilo», de los que dijo que con media docena que le hubieran tocado en su vida tenía bastante para renegar de su profesión y envidiar a los canónigos.
Después añadió, en la forma que le vamos a copiar:
«De un contraeztilo arzoluto, he tropezao con do : uno de Miura y otro de Tová, prosedente de Arribas, Er de Miura, un cárdeno de 400 kilos, con dos garrochas en er teztú, me lo zortaron el año 10 en las fiestaz der Pilá. Zalió, ze dió un paseíto por el reondé pa convensernos de que podía con tos nozotros juntos; vorteó a Galea, ,que lo quizo poné en zuerte, y ze quedó de amo. Los quitez, huyendo; las banderiyas, huyendo; los capotazos, ar galope..., y, tararí, a matá. Y me ze ocurrió darle un ayudao a ve zi lo ponía zuave, y, maz pronto que la lú, me empaló y me tiró ar zanto zuelo, con cuya arvertensia me puze a jugá al ezcondé, porque yo no zoy tonto. Y a los tre minutos, Blanquito que mete er capote y zube por el aire como zi lo hubiezen disparao con una honda... ¿Qué hubiera zido de mí zi no dezcuerdo ar toro, como lo dezcordé, ar primé pinchaso?»
Así, en esta forma despreocupada y clara, y echando sal al asunto, Rafael relató y comentó un momento bien poco lucido de su carrera.
Cualquiera en su lugar hubiera procurado no mentarlo, y de traerlo a colación, hubiera revestido el relato con el ropaje del disimulo.
Pero El Gallo es, único, y él hace las cosas como no las hacen los demás.
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